Ciego de Ávila.— Silvio no tiene nervios. Imperturbable, con ademanes tranquilos, apareció en escena con un pantalón mezclilla, pulóver y una gorra de tonos oscuros. «Buenas tardes, soy Silvio Rodríguez», saludó. Y así comenzó el concierto, el séptimo que realizaba junto con un puñado de amigos por las prisiones del país.
Después de explicar brevemente el origen de esta expedición —iniciada en 1990 y detenida por el Período Especial—, las canciones empezaron a sucederse. Mientras se escuchaban, los reclusos permanecían ensimismados en las sillas que llenaban el patio del Establecimiento Penitenciario de Canaleta, en las afueras de la ciudad de Ciego de Ávila.
Uno observaba a los presos, detallaba sus rostros jóvenes y memorizaba la figura de Fayad Jamís diciendo: «...con tantos palos que te da la vida...». Visualizaba la vehemencia del poeta cuando los recitaba, en una de esos spots memorables que tiene la televisión; y pensaba: ¿habrán perdido ellos la esperanza?
Porque aquellos rostros permanecían inmutables. Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura, lo advirtió al comienzo: «La cultura no es privada, ella existe para enriquecer al ser humano; y ustedes son cubanos merecedores de vivir».
Y aún así las caras permanecían contraídas, como una puerta que no se abre. Solo cuando aparecieron las notas de Unicornio, unas sonrisas se dibujaron en los labios y unas cabezas empezaron a moverse al ritmo de la canción. Pero la apoteosis fue con Alexis Díaz Pimienta.
Este habanero, de estatura mediana y broma permanente, se paró en el centro de la tribuna. Confesó: «Voy a hacer una de las guajiradas de Pimienta, como dicen mis amigos». Y empezó a cantar el punto guajiro. El momento grande llegó con los pies forzados.
Con los acordes del tres, como música de fondo, Alexis le pidió a los reclusos: «Uno de ustedes, que me dé un pie forzado, ¿quién se embulla?». Un recluso, nombrado Roberto, dijo: «Te quiero mucho». Y Pimienta improvisó la canción. Una muchacha, Janny, tomó el micrófono y lo retó: «Sin sonrisas de mujer, no hay revolución de hombre». Alexis se llevó las manos a la cintura: «Oye, eso está bonito. Me la pusiste difícil».
Pero el desafío grande, al menos el más emblemático, lo hizo Jorge, un mulato fuerte y de voz ronca. «¿Cuál es tu pie forzado?», le preguntaron y el hombre respondió: «Si saliera...» Alexis tomó el micrófono y cantó: «Cualquiera comete errores y puede rectificar./ Y después de esta reunión/que hace que el mundo se asombre/yo creo que Jorge será otro hombre/si saliera de la prisión.
Nadie, ni siquiera el cantante lo pidió; y sin embargo los brazos se levantaron para aplaudir por encima de las cabezas. Era la confirmación de que la vida sigue a pesar de los golpes. Que los túneles más largos siempre tienen un final y que las heridas marcan, pero no lo suficiente para que no sepamos cómo rendirlas a ellas.
Minutos después, ya con la prensa, a una pregunta de cuánto podían ayudar estos conciertos a los reclusos, Silvio respondía: «Como mismo lo puede hacer una buena lectura o una poesía. No creo que hagamos nada extraordinario, el arte es un ejercicio de mejoramiento humano y por eso estamos aquí: porque las zonas incómodas de nuestro país también son nuestras».
Amaury Pérez, más distendido, lo confirmó. Ya había cantado sus números y le quedaba solo un espacio para el final. Había salpicado sus canciones con anécdotas picantes de su vida y la de sus amigos. Había hecho confesiones (como que a él le gusta más hablar que cantar), cuando le anunció a los reclusos: «Bueno, ya me toca la última, me tengo que ir».
Improvisó unos acordes, apretó las cuerdas de la guitarra y añadió: «Pero, fíjense, lo voy a hacer con la promesa. Y es que la próxima vez que nos veamos, estemos todos, miren (y apuntó hacia fuera)..., en la calle y bien contentos». Un joven de pelo negro y piel muy blanca, vestido con el uniforme de recluso, se levantó a aplaudir. Tenía la boca apretada, es verdad. Pero uno sabía que no era de impotencia y mucho menos por dolor.