Las Tunas.— La mayoría de los tuneros de pura cepa presume de conocer como la palma de su mano la geografía de la ciudad que acaba de cumplir 210 años de fundada. Para muchos de ellos no existe aquí vericueto o callejuela que no sean capaces de localizar, incluso con los ojos cerrados. Pero, ¿dirían lo mismo acerca del origen de los nombres de algunos de sus repartos y barrios?
Comenzaré con un caso simpático. Allá por los años 60 del siglo pasado comenzó a poblarse a velocidad de vértigo una barriada conocida aquí por Propulsión. Era tal la rapidez con la que los vecinos construían allí sus viviendas que uno de ellos exclamó una mañana: «Ñoooo, caballeros, esto va más rápido que un propulsión a chorro». La referencia se basaba en que por entonces la Revolución defendía su cielo con ese tipo de aeronaves supersónicas. A partir de ese momento la gente comenzó a llamar al barrio así: Propulsión. Y con Propulsión se quedó.
Otro nombrecito de anjá es Cantarrana. Dicen sus pobladores más antiguos que el apelativo data de cuando se estaban edificando por la zona las casas fundacionales. Las lluvias solían anegar los huecos de las cimentaciones, creándose un paraíso para los batracios, cuyo croar llegó a ser tan recurrente que el sector terminó llamándose Cantarrana.
Un bloque urbano cuyo mote suele desconcertar a los visitantes es el conocido por Las 40. Realmente, el nombre oficial del reparto es Fernando Betancourt, en honor a un mártir local que murió en Guantánamo mientras cumplía con su deber. Surgió luego del paso por aquí del ciclón Flora, en 1963, cuando construyeron en la zona 40 viviendas para los damnificados. La población se dio entonces en nombrarlo Las 40.
¿Y qué me dicen del muy conocido barrio Marabú? Otrora sus habitantes tuvieron fama de camorristas y conflictivos. Esa imagen cambió con el proceso revolucionario, pero su denominación oficial no ha conseguido imponerse. Según los investigadores, el reparto está asentado en lo que fue en otra época una finca propiedad de Rafael Suárez Cruz, demarcación a la que el Ayuntamiento dio en 1915 el nombre de Santo Domingo. Como por entonces su parte norte estaba plagada de marabú, muchas personas se acostumbraron a llamarlo así, Marabú.
En la ciudad abundan también los asentamientos con denominaciones concebidas a partir de los nombres o los apellidos de sus propietarios originales. El reparto Santos, por ejemplo, se localiza en una zona que perteneció al señor José Santos Vargas, quien parceló y vendió el terreno donde más tarde se construyeron viviendas. A partir de 1959, se le cambió el nombre por el de Israel Santos, un hijo del antiguo dueño caído en combate a las órdenes del Che durante la toma de Santa Clara, en diciembre de 1958. Cuando se accede a este asentamiento desde la zona del ferrocarril por la avenida Camilo Cienfuegos, las primeras manzanas son conocidas con el apelativo de Bonachea, apellido de la familia que fundó allí un conocido servicentro que todavía funciona.
Existe otro reparto que sigue esa línea onomástica. Se trata del Aurora, cuyas áreas pertenecieron en los años 50 del siglo pasado a la señora Aurora Pérez. Se localiza con rumbo noreste, a partir del ángulo formado por las calles General Menocal y Francisco Varona. Curiosamente, el Aurora incluye a otro reparto con linaje propio. Me refiero a dos manzanas a las que la gente identifica como Reparto Médico, una pequeña comunidad residencial construida por trabajadores de la salud en tiempos de la inauguración del hospital Guevara, en el año 1980.
Por el apellido de su antiguo dueño se conoce también al reparto Sosa, próximo a la terminal ferroviaria, que se levantó inicialmente en predios de una finca propiedad de Bautista Sosa. Y a propósito, durante la última etapa de la lucha revolucionaria cayó en combate Carlos Sosa Ballester, nieto de Bautista. En su memoria una calle del reparto fue bautizada con su nombre. Al Sosa pertenece además el barrio llamado La Canoa. Sus vecinos dicen a quien quiera oírlos que recibió tal bautismo porque cuando llovía la zona parecía una canoa rodeada de agua.
El reparto Pena tiene su historia. Pertenecía en un inicio a la señora Esperanza León, casada a la sazón con Generoso Pena, conocido fotógrafo de la ciudad. El reparto Velázquez, por su parte, surgió de una propiedad cuyo dueño era José Velázquez. Al aprobarse su existencia por el ayuntamiento en 1950, su dueño cedió una manzana para construir un estadio que se llamó Estadio Municipal Velázquez. Luego del triunfo de la Revolución, adoptó el nombre de Julio Antonio Mella.
Podría hablar de otros repartos que le ponen calor y color a la lista onomástica de nuestra ciudad, como son Casa Piedra, Aguilera, Buena Vista, La Loma, La Victoria, Aeropuerto..., pero la muestra es suficiente. Todos conforman el terruño donde vivimos, y reflejan también, como legítima patria chica, la identidad de sus hijos.