«Este es su verdadero color», dice el doctor Osvaldo Núñez Morales, director del Banco Provincial de Sangre de Ciego de Ávila, mostrando en sus manos una bolsa congelada con una materia amarillo-cremosa. «La otra coloración, la púrpura, se la debe a la pigmentación de los glóbulos rojos, que son solo un 38 por ciento del vital líquido.
«Así quedan, después del proceso inicial, la mayoría de las 70 donaciones diarias que promediamos entre los dos bancos fijos de la provincia (uno en la cabecera y otro en Morón) y los bancos móviles que visitan el resto de los municipios en cada jornada», añade.
«Al año enviamos 3 200 litros de este plasma a la industria», precisa Núñez su aporte a un sistema que, como río de vida, fluye desde todo el país hacia la capital.
Y es que además de los Bancos, en el programa Nacional de la Sangre intervienen los CDR, numerosas instituciones de Salud, la Cruz Roja nacional y el Instituto de Hematología. Son ellos los responsables de aprovechar al máximo los 450 miligramos de sangre que cada año donan, de forma altruista y voluntaria, más de medio millón de cubanos.
«Salvar una vida» es la divisa, por lo que muchos donantes dan por hecho que su bolsa se utilizará en un solo paciente de forma íntegra, pero en la práctica no es así.
Trasfundir sangre entera es un proceder que cada vez se usa menos en el mundo, por las sorpresas que puede acarrear desde el punto de vista médico, y porque no resulta sustentable.
En muchos países, solo una pequeña parte de la sangre colectada se utiliza directamente en la recuperación de pacientes con pérdidas sanguíneas o en riesgo de sufrirlas, sobre todo en caso de accidentes o catástrofes.
El mayor por ciento se procesa para beneficiar a la larga a más personas: Glóbulos y plaquetas se preparan, en concentrados de acuerdo con el grupo sanguíneo, en productos de gran demanda para la medicina rehabilitadora moderna; de los leucocitos se obtiene el interferón (Cuba lo produce en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología) y el plasma restante se purifica para extraer proteínas que luego se administran como potentes fármacos naturales.
CON LA TEMPERATURA DEL ÁRTICOTener una industria de hemoderivados es un lujo que pueden darse pocos países. Existen 70 plantas en activo, que procesan alrededor de 25 millones de litros de plasma al año. Latinoamérica tiene seis, una de ellas en Cuba.
Garantizar calidad y seguridad biológica en este tipo de productos implica una rigurosa cadena de procesamiento, que se inicia en cada banco con la extracción de la sangre y la separación del plasma, pesquisado para descartar elementos infecciosos en su composición.
Durante ese tiempo «de cuarentena», que dura tres meses, se manipula en bolsas herméticamente cerradas, y se conserva a temperaturas adecuadas, de hasta menos 30 grados Celsius, aclara el experto avileño.
Un método que gana cada vez más adeptos a partir de la modernización de los Bancos es la plasmaféresis: el paciente se «conecta» a una máquina que extrae su sangre, separa el plasma y le devuelve el resto en el momento.
Además de ser más rápida, esta vía permite a una misma persona donar más veces (hasta 12 litros de plasma al año), por lo que funciona a partir de donantes habituales, con un mayor grado de responsabilidad ante su propia salud y la de quienes recibirán el producto que sale de sus venas.
HEMODERIVADOS EN ALTA ESTIMAEl plasma humano contiene casi cien proteínas con funciones tan disímiles como la coagulación, defensa del organismo, transportación de hormonas y anticuerpos, entre otras. Su carencia implica un grupo de patologías, por lo que deben reponerse al nivel adecuado para activar los mecanismos que hacen regresar al paciente a la normalidad.
La doctora Nuria Iglesias Almanza, médico intensivista en el Hospital Provincial Antonio Luaces Iraola, de Ciego de Ávila, tiene en alta estima a los hemoderivados, «que actúan a largo plazo y mejoran la respuesta de nuestro organismo a los procesos infecciosos», explica.
«En un paciente grave, bajo cuidados intensivos, se utilizan como coadyuvantes del tratamiento para desencadenar el proceso natural de defensa», afirma.
De ahí la importancia de poder contar con estas proteínas purificadas, explica el biólogo Armando Cádiz, investigador titular y jefe de la planta cubana de Hemoderivados, fundada en abril de 1988 en los predios de la hasta entonces Empresa Productora de Sueros Alberto Pesana, en el municipio de La Lisa.
Uno de los productos aquí elaborado es la inmunoglobulina intramuscular, cuyo fin por excelencia es la profilaxis de hepatitis A, para evitar el contagio en aquellos grupos poblacionales donde ha aparecido algún caso de esta enfermedad.
Pero —como ocurre con muchos otros logros de la ciencia—, esta formulación ha resultado efectiva para levantar las defensas del cuerpo, sobre todo en menores, virtud que la ha hecho muy popular en el país, dice Cádiz.
La inmunoglobulina intravenosa (líquida), cuyo nombre comercial es Intacgloblín, es una molécula de tercer nivel, aclara el experto: un «soldado» contra más de 100 000 antígenos diferentes. Ningún laboratorio ha logrado hasta el momento recombinar sintéticamente algo parecido.
Su uso puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte en al menos una docena de situaciones clínicas de inmunodeficiencia del paciente, entre ellas los estados sépticos graves (sobre todo en recién nacidos). Aún se estudia su aplicación en muchas otras patologías.
Su precio actual está entre 50 y 80 dólares cada gramo, y un tratamiento puede llevar hasta dos gramos por cada kilogramo de peso corporal del enfermo.
La Albúmina tiene también gran demanda, por su alta capacidad para retener agua y transportar sustancias a todo el cuerpo, como iones y ácidos grasos, sobre todo en pacientes con padecimientos renales o hepáticos, en quemaduras graves y en grandes intervenciones quirúrgicas.
Mención aparte merece la obtención de inmunoglobulinas específicas o hiperinmunes, como la antihepatitis B y la antiRH, así como las que se emplean para contrarrestar el tétanos y la rabia. Este proceso exige particular celo, pues se basa en donantes especiales, sensibilizados para generar tales proteínas en su sangre.
La incorporación de las dos primeras al Sistema de Salud contribuye sustancialmente a reducir la mortalidad infantil. La primera se emplea sobre todo para evitar la transmisión vertical de esa virosis, o sea: de la madre infectada al recién nacido.
La antiRH, o antiD, como también se conoce, se destina a mujeres con factor RH negativo. Se emplea en las primeras 72 horas tras cada parto o aborto para evitar que en un futuro embarazo su organismo dañe o rechace al feto si este es RH positivo. En Cuba se produce desde 1983.