La tecla del duende
Da la impresión de que, a veces, es más de una. Pero es una sola. Revisando en columnas anteriores, encontré esta joyita, publicada el primero de octubre de 2009 en nuestra sección. La renvió un ocurrente abuelo capitalino.
A los cinco años, aprendí que a los pececitos dorados no les gusta la gelatina. A los ocho, que mi profesora solo me preguntaba cuando yo no me sabía la respuesta. A los diez, que era posible estar enamorado de cuatro chicas a la vez.
A los 12 años supe que, cuando mi cuarto quedaba del modo en que yo quería, mi madre me mandaba a ordenarlo. Y a los 15, que no debía descargar mis frustraciones en mi hermano menor, porque mi padre tenía frustraciones mayores y una mano más pesada…
A los 20 conocí que los grandes problemas siempre comienzan pequeños. A los 25, que nunca debía elogiar la comida de mi madre, mientras comía algo elaborado por mi mujer.
A los 30 entendí que, cuando mi esposa y yo teníamos una noche sin chicos, pasábamos la mayor parte del tiempo hablando de ellos. A los 38, que siempre que estoy viajando quisiera estar en casa; y siempre que estoy en casa me gustaría estar viajando.
A los 39 advertí que tu compañera te ama cuando sobran dos croquetas y ella elige la menor. A los 42, que una vida sin fracasos es la que no tiene los suficientes riesgos. A los 55, que es imposible irse de vacaciones sin subir cinco kilos y, a los 60, que es razonable disfrutar del éxito, pero que no se debe confiar demasiado en él.
A los 63 me convencí de que no puedo cambiar lo que pasó, pero sí dejarlo atrás. Y a los 67, que si esperas a jubilarte para disfrutar de la vida esperaste demasiado…
A los 72, aprendí que la amé menos de lo que hubiera debido. Y a los 78, que todavía me queda mucho por aprender…
A nuestra amiga Yeny, de Sancti Spíritus, queremos enviarle un abrazo y el acompañamiento en esta hora difícil por la pérdida de su esposo. Los tecleros de Cuba nos unimos a ella y su familia en este difícil momento.
Si hubiera tenido la madurez que tengo hoy, no hubiera fallado tanto. Pero si no hubiera fallado tanto, no tendría la madurez que tengo hoy. Enviado por Lily.