La tecla del duende
DESDE su instante primigenio, nuestra cultura ha sido decoro y belleza, poesía y combate. Así lo recuerda Aníbal Noroña Puentes, quien remite versos y prosa desde Bahía Honda.
Homenaje al maestro. De tu tiempo al mío llega/ de gitanos el cantar,/ de una hembra el bello danzar/ de Cuba la voz que ruega./ De tan amistosa brega/ un Martí nos acrisola,/ sueños y pasión encola,/ nos dice en su proceder:/ «Hay baile; vamos a ver/ la bailarina española».
Llegan destellos aquí,/ y el cabello largo endrino/ marca la ruta, el camino/ nos llama con frenesí./ En la frente un alelí/ es copla fiel, amapola,/ oscilación de mar, ola/ de rosas al florecer…/ «Hay baile; vamos a ver/ la bailarina española».
Aguardan las lentejuelas/ un golpe de la cintura,/ la calle es una locura,/ los pasos, crujientes suelas./ Tropeles en las cajuelas/ es la danza, tenue y sola./ Luz, torbellino y su cola/ el cuerpo de la mujer:/ «Hay baile; vamos a ver/ la bailarina española»
LCB. Hermanos Castillo. Arriba, donde terminan los arbustos, está la sierra. Debajo, se tiende el cerco. Todos saben que las únicas vías de acceso o salida, son aquellos surcos que hicieron las personas o el ganado al cruzar sobre el pasto.
Los milicianos dominan gran parte del terreno. Desde temprano, la densa niebla que cubría los techos se levantó, dando a lo lejos una breve panorámica de Limonar (Matanzas). Las escuadras del frente deben ir rumbo a la sierra. Según informes de inteligencia, allí están los bandidos.
Primero, disparos aislados, luego como aquellos chubascos que comienzan con escasas gotas y después destajan el más torrencial de los aguaceros, comienza el tiroteo. Es 28 de abril de 1963.
—Por aquí— grita uno de los forajidos. Tratan de romper el cerco; precisamente por el lugar que ocupan los hermanos. Pedro cae gravemente herido y Alberto que lo ve sangrar, sin apenas cuidarse del fuego que se cierne sobre él, va en su ayuda. Rápido lo pone sobre los hombros y comienza a andar en retirada. Una bala cruel surca la enrarecida atmósfera, rompiendo a su paso algunas ramas. Le impacta en el cráneo. A pesar de lo intenso del combate la enardecida tropa rescata el cadáver de Alberto. Pedro fallece horas más tarde en una sala de urgencias del pueblo.
Los restos de ambos son trasladados a su provincia natal; allí, entre el llanto de Alfreda, su madre, la furia contenida de Isidoro, el padre, y la indignación del pueblo se les da sepultura.
Otra vez la patria inscribía en el libro de los que no van a morir, dos nombres: Alberto Amador Castillo, nacido el 1ro. de agosto de 1938, y Pedro Amador Castillo, dado a luz el 29 de abril de 1941, en Cacarajícara, Bahía Honda, hoy provincia de Artemisa.