Los que soñamos por la oreja
Sin la menor duda puede asegurarse que la decisión de celebrar en el pasado mes de marzo en La Habana una semana representativa de la cultura procedente de Gran Bretaña, con énfasis en el costado musical, ha sido del todo acertada. Confieso que hasta el instante en que Guille Vilar me pidió que participara con él y Juanito Camacho en un panel sobre el tema en el club Submarino Amarillo, no me había puesto a meditar en el asunto.
Creo que de manera errónea en nuestro país solemos asociar lo anglo a lo que viene de Estados Unidos, con lo cual la perspectiva en tal sentido resulta limitada. Quizá por ahí esté la razón de que con frecuencia se afirme que las tres grandes fuentes de la música popular contemporánea son Cuba, Brasil y USA, algo que no es del todo cierto si se piensa en el enorme aporte que desde la década de los 60 de la anterior centuria han realizado los creadores nacidos en el Reino Unido.
Alguna vez habrá que efectuar un serio estudio acerca de la profunda huella que la cultura británica ha dejado entre los cubanos en los últimos casi 50 años y que no se limita en exclusivo al hecho musical. Muchos ejemplos pudieran mencionarse al respecto.
Por razones que no vienen al caso explicar, una manifestación como el punk nunca ha tenido un fuerte desarrollo en Cuba. Sin embargo, en tanto actitud transgresora, su legado se deja ver en la obra literaria de no pocos narradores pertenecientes a la generación que Salvador Redoné nombró «los novísimos» y que con tremenda fuerza irrumpió en el universo de las letras cubanas entre fines de los 80 e inicios de los 90, con nombres como los de Ronaldo Menéndez, Ricardo Arrieta, Yoss y Raúl Aguiar. Ese traspaso de elementos de la cultura rock a la literatura ha continuado sucediendo e incluso, en una hornada de escritores mucho más recientes, como los que se agrupan en la llamada «Generación 0», al leer sus cuentos y novelas, podemos toparnos con fragmentos en inglés de numerosas piezas de bandas anglosajonas, en un acto de genuina apropiación.
Los lazos de la cultura británica con el acontecer en nuestro país también llegan al ámbito de las exégesis académicas. En ese sentido, entre jóvenes cientistas sociales en Cuba ha ido cobrando fuerza la incidencia de los Estudios Culturales, sobre todo los derivados de la conocida Escuela de Birmingham, con investigadores como Dick Hebdige, creador del término «subcultura», que para algunos culturólogos es casi una posición epistemológica. Por el propio camino, está también la existencia de los que se conocen como estudios de música popular, representados por la organización denominada International Association for the Study of Popular Music, con figuras como el sociólogo Simon Frith, alguien fundamental para comprender el modo en que en el presente hay que abordar una expresión sonora como el pop.
Así pues, son varias las pistas que apuntan a la importancia de comprender la necesidad de que investigadores de nuestros dos países piensen en lo útil que sería estudiar el legado que la cultura británica ha dejado entre los cubanos en los últimos casi 50 años y acometer proyectos de conjunto. De alguna manera, un antecedente de ello es la participación con un texto en la compilación de ensayos titulada My Havana: The Musical City of Carlos Varela (Toronto: University of Toronto Press, 2014) del exdiplomático y académico británico Paul Webster Hare, quien fuese embajador de su país en Cuba de 2001 a 2004 y quien se ha desempeñado como profesor en el International Relations Department at Boston University y es miembro del prestigioso Brookings Institution Core Group on Cuba.
De concretarse un día el tipo de exégesis por el que abogo ciento por ciento, donde también habría que estudiar lo que de Cuba en materia de cultura ha entrado en Gran Bretaña durante el pasado reciente, con ejemplos como el de nuestro compatriota Jesús Alemañy (destacado trompetista) y su proyecto ¡Cubanismo!, comercializado en UK bajo el rótulo de World Music, de seguro más de una sorpresa nos llevaríamos.