Los que soñamos por la oreja
Siempre he pensado que es una verdadera pena que entre nosotros se conozca la obra de Rubén Blades de forma fragmentada y, yo diría, casi únicamente por su apuesta maravillosa, por la salsa narrativa junto a Willie Colón y por aquel extraordinario trabajo suyo que fuese Maestra vida, suerte de ópera latina. Hay otras propuestas del panameño que entre nosotros han pasado sin penas ni glorias.
Pienso, por ejemplo, en lo que él realizase con el respaldo de la agrupación Seis del Solar o en lo que entregase con el acompañamiento de Editus. Tampoco es que considere que todo lo llevado a cabo por Rubén Blades le haya salido a pedir de boca. En lo personal, tengo que confesar que nunca me ha gustado aquel intento de aproximación a cierta sonoridad rock que fuera el álbum Nothing but the truth, registrado en el lejano año de 1988.
El más reciente fonograma de Blades es un material que ha dado mucho que hablar. Se trata del CD titulado Tangos (Sunnyside), un acercamiento a ese popular género de los contornos del Río de la Plata. Para concretar la idea, Rubén apeló a la ayuda de Carlos Franzetti, sobresaliente orquestador y que Blades conoce desde los tiempos en que ambos estuviesen asociados al sello Fania, allá por los finales de la década de los 70, etapa en la que hubo la posibilidad de escuchar al panameño aquí en La Habana en marzo de 1979, cuando interviniese en el mítico Havana Jam.
En el caso de Carlos Franzetti, para los que no saben del intenso quehacer de este orquestador y pianista argentino, hay que decir que él se ha movido en diferentes áreas como músico. Así, en los terrenos de la salsa participa como arreglista en trabajos como Giant Force, de Ray Barretto. Igualmente ha incursionado en el jazz latino, como lo evidencia su participación en el álbum Live at KeyStone Korner, o en lo que se conoce como «nuevo tango», así como en la creación de bandas sonoras para el cine.
Es bueno señalar que los vínculos entre el tango y las formas musicales englobadas bajo el nombre de salsa no son nuevos. De tal suerte, en la década de los 50 del pasado siglo, afamadas creaciones rioplatenses se transformaron en bolero, como es el caso de Las Cuarenta, muy popular en la voz de nuestro compatriota Rolando La Serie. También hubo tangos que fueron llevados al danzón, como sucediera con Fumando espero, versión hecha por la Orquesta Supercolosal. Se comprenderá, pues, que lo realizado en el presente por Rubén Blades y Carlos Franzetti ya tenía antecedentes.
Lo interesante es que en este disco, sus dos protagonistas se lanzan a la aventura de convertir al tango piezas compuestas por Blades y que en su mayoría son harto conocidas, como Paula C, original del álbum Louie Ramírez y sus Amigos (Cotique, 1978); Ligia Elena, grabada de inicio en Canciones del Solar de los Aburridos (Fania, 1981); Ella, Parao y Sebastián, de Mundo (Columbia, 2002); Pablo Pueblo, de Metiendo mano (Fania, 1977); Pedro Navaja, de Siembra (Fania, 1978); Juana Mayo, de Antecedentes (Elektra, 1988); Adán García, de Amor y control (Columbia, 1992); y Vida y tiempos, de Tiempos (Sony, 1999).
Al escuchar este puñado de versiones, uno tiene que concluir que Rubén Blades no es precisamente lo que se dice un cantante de tango. Estoy convencido de que, ni por asomo, pasó por su cabeza la idea de proyectarse en esta grabación como un tanguero. La esencia de la propuesta radica en evidenciar que existe un espacio común entre ambos géneros y que por tanto, pueden interactuar e interinfluirse. En ese espacio compartido, los textos de las melodías pueden registrar idéntico tipo de impacto, aún en audiencias distintas.
De seguro, este trabajo no quedará como uno de los más importantes en la carrera de Rubén Blades, aunque tiene valores. Lo importante es que nuevamente el panameño corrobora que él es de los artistas que apuesta por el riesgo y por sorprender de forma constante a su público, dos cosas que hoy no abundan tanto como uno quisiera.