Los que soñamos por la oreja
Uno de los instrumentos que en Cuba ha aportado un mayor número de virtuosos ejecutantes resulta el piano. Es asombroso el modo en que la tradición pianística cubana nos ha ido legando, desde hace ya mucho tiempo, nombres de figuras con destaque artístico más allá de nuestras fronteras. Lo significativo de tal fenómeno es que el mismo se da tanto entre los intérpretes que se han dedicado a lo popular, como en la nómina de los que han apostado por la denominada música académica.
Las filas de estos últimos se han nutrido en años recientes de un numeroso grupo de jóvenes talentos quienes, aunque son desconocidos por el gran público en nuestro país dada la escasa promoción que reciben de su quehacer, han cosechado importantísimos lauros en concursos nacionales como el Amadeo Roldán, Musicalia, Federico Chopin o el de la UNEAC; e internacionales al corte del Cittá di Marsala, en Italia; Gina Bacauer, en Estados Unidos; María Clara Cullell, en Costa Rica; o el Teresa Carreño, en Venezuela.
En un incompleto listado que solo pretende ejemplificar lo expresado, me vienen a la cabeza nombres como los de Gabriel Urgell, Patricio Malcolm, Marcos Madrigal, Madarys Morgan, Leonardo Gell y Mario Orlando El Fakir, para no aludir a los que se mueven indistintamente entre lo popular y lo académico, como son los casos de Aldo López-Gavilán y Harold López-Nussa.
Uno que en fecha reciente se ha sumado a este grupo de avanzada es el habanero Darío Martín. Hace unos meses él presentó su primer trabajo fonográfico, el disco denominado El álbum de la ciudad celeste, puesto en circulación como parte del programa de actividades del concurso de piano Musicalia en su edición del 2011, evento organizado por el Instituto Superior de Arte y el Liceum Mozartiano de La Habana.
Producido por el sello Colibrí, el CD se realiza gracias al premio concedido a Darío Martín por Musicalia en la emisión del concurso en 2009, y en la que el joven pianista fue laureado como ganador absoluto de la competición. Su ópera prima me sorprende por el repertorio escogido para la misma, pues en ella incluye obras que, en su conjunto, son estrenos para la discografía facturada por estos lares. Tal decisión la aprecio como un gesto de valentía artística por parte del protagonista de la grabación y lo considero el primer mérito del material en cuestión.
Así, encontramos en el disco piezas compuestas en el siglo XIX, otras pertenecientes a la pasada centuria y algunas muy cercanas en el tiempo. Entre los cortes registrados en El álbum de la ciudad celeste, desde mi simple condición de melómano, yo destacaría un tema como San Pascual Bailón, obra anónima considerada por muchos especialistas como la primera partitura escrita en nuestro país para el instrumento del piano y que sirvió de modelo para que distintos compositores cubanos cultivasen la aventura sonora de la contradanza decimonónica.
Igualmente, me es tremendamente grato escuchar la interpretación que Darío realiza de Cuatro estudios de concierto, de Hubert de Blanck, una partitura por lo general concebida como parte del programa docente en la formación pianística de nuestros compatriotas, pero que posee un singular atractivo, potenciado aquí en la personal versión de Martín y donde, según mi opinión, sobresale la belleza de su sonido.
Un aspecto que también llama la atención en la ópera prima de Darío Martín es el ecumenismo con el que él asume el repertorio del CD y que lo lleva a incluir tanto una obra de un casi desconocido compositor, como sucede en Maní con cacao, original del joven Ernesto Oliva, así como dos piezas de alguien tan reconocido como el ya desaparecido Carlos Fariñas, en este caso sus temas Alta Gracia y Conjuro (Homenaje a John Cage).
Los otros compositores recogidos en la grabación son Juan Piñera, Héctor Angulo, Eduardo Martín, César Pérez Sentenat y Víctor Pelegrín. Lo significativo es que dentro de semejante variedad propositiva, como elemento aglutinador de todo el material, apreciamos la cubanía que el pianista transmite en cada una de sus interpretaciones y que hacen que El álbum de la ciudad celeste clasifique como uno de esos buenos discos que uno disfruta al escucharlo.