Los que soñamos por la oreja
En distintas ocasiones me he referido al poco interés que se da en el mundo editorial cubano por poner en circulación libros sobre música. Así, por ejemplo, pese a la riqueza de matices que ofrece para el análisis científico el campo de estudio de la cancionística nacional, entre nosotros el mismo ha sido muy poco abordado y de tal suerte, en relación con un fenómeno como el de la Nueva Trova, se ha publicado más en el extranjero que en nuestro propio país.
Por fortuna, ese vacío bibliográfico empieza a ser cubierto gracias al trabajo que en dicho sentido está realizando el Centro Pablo a través de Ediciones La Memoria. Bajo tal sello ya han salido libros como Silvio poeta, de Suyín Morales, lúcido acercamiento —desde el ángulo literario— a la obra de Rodríguez Domínguez, o Memorias a guitarra limpia, material con selección, notas y edición a cargo de Xenia Reloba y que resulta un texto de obligatoria consulta por el cúmulo de información que aporta.
En fecha reciente, Ediciones La Memoria nos ha entregado otros libros que persisten en la indagación en torno a la trova y sus derivaciones. Uno de ellos es el titulado La primera piedra, acreditado a Ariel Díaz. Él, conocido como dibujante y trovador durante la segunda mitad de los 90, sintió la motivación de expresarse no solo ya a través de ilustraciones y canciones, sino además como hacedor de textos que hablasen acerca de la obra de sus colegas del mundo trovadoresco. En aquellos primeros trabajos, publicados en la revista electrónica Esquife, se encuentra la génesis del libro que hoy Ariel pone a nuestra disposición.
La aparición de La primera piedra brinda la posibilidad de recuperar un grupo de materiales que muchos leímos con sumo interés en su momento primigenio de circulación a través del ciberespacio. Esta nueva lectura de artículos en forma de semblanzas, notas para catálogos de conciertos y textos de corte reflexivo, me permiten corroborar que los escritos de Ariel Díaz aquí compilados poseen el mérito de no ser palabras perecederas o únicamente fruto de la fugaz actualidad. Así, nos encontramos con ideas que, pese a haber sido expuestas en algunos casos hace ya cierto tiempo, mantienen total vigencia y no han agonizado o pasado a convertirse en ceniza irremediable.
La primera piedra refleja buena parte de las preocupaciones ideoestéticas de su autor, quien —hasta hace relativamente poco tiempo— en su condición de trovador se había caracterizado por una proyección en extremo lírica, con mucha ternura en su decir y una muy fuerte presencia de un lenguaje vinculado a lo mejor de la poesía hispanoamericana.
De manera significativa, en tiempos recientes, él ha experimentado una transformación en su discurso, que sin renunciar a la riqueza del buen decir, ahora asume un matiz crítico, incluso a veces con cierto sabor acre en las palabras, como corroboran composiciones al corte de la demoledora andanada en contra de los exterminadores de sueños denominada Hacheros, Clasificados, La orilla de las ganas o Quiero decir, toda una declaración de principios.
Ese grito de «quiero decir», expresión de un reclamo personal transmutado a lo social, será la línea rectora de La primera piedra, conjunto de textos que nos ofrece la posibilidad de repensar —desde la aguda mirada del autor— acerca del modo en que en el presente decursan las relaciones de los trovadores con las instituciones, otras instancias de poder y el público, todo ello en una estrecha relación con el concepto de espacio.
Al margen de que se pueda estar o no de acuerdo con algunas de las opiniones aquí expresadas por Ariel, lo importante es que él compulsa al lector a meditar sobre estos asuntos del acontecer trovadoresco cubano de nuestro tiempo, ya sea para aprobar sus ideas o para discrepar con ellas. A fin de cuenta, nadie debería pasar por alto que no estar de acuerdo no significa estar en contra.
Como libro, desde el compromiso con «una calle mejor» (en palabras del propio Ariel Díaz), La primera piedra es otra pelea más en la lucha sin fin por tratar de cortarle al menos una de sus espantosas cabezas al dragón de la ignorancia, la incultura y la insensibilidad.