Los que soñamos por la oreja
The Ramones fue una influyente banda formada en Nueva York, en 1974, pionera del naciente punk rock. Aunque el discurso del filósofo Theodor W. Adorno resulta en extremo intrincado, releyéndome hace unos días su Teoría Estética y sus Ideas sobre la sociología de la música, no sabría decir por qué asocié aquellos textos al mundo del punk. De forma resumida, la estética de la doble negación de Adorno habla de que la obra de arte niega —en un sentido doble, pero en un solo movimiento— la sociedad que la cobija y su propia tradición. Para decirlo en otras palabras, la creación artística lleva adelante una negación desde fuera, en tanto hecho social en sí misma y que denuncia la alienación de la sociedad; y una negación desde dentro, al romper con las formas propias que se han establecido en la práctica. Según estas concepciones, de algún modo, la obra de arte apunta hacia una utopía por la conciencia que carga en sí misma.
Mientras leía, pensaba en el hecho de que uno de los argumentos más idiosincráticos sobre el punk es su tendencia antisistema y su proyección de denuncia contra males sociales. Esto entraría dentro de lo que según Adorno sería la negación «por fuera». Por su parte, en lo concerniente a la negación hacia dentro, recordé un libro de Sergio Pujol, titulado Las ideas del rock, texto en el que de cierto modo se toca el tema, y donde al hablar sobre el punk el autor señala que previo a fijarse en el surgimiento del tacherismo, el comienzo del fin del estado de bienestar, la aparición de este estilo del rock se explica por lo que sonaba inmediatamente antes de grupos como Sex Pistols, The Clash, The Damned, es decir, bandas al corte de Pink Floyd, Yes y Genesis. De lo anterior puede entenderse que en términos Adornianos se da una negación hacia adentro.
Como ha explicado el investigador argentino Claudio Díaz, el problema con la doble negatividad, por lo menos en el caso del rock (creo que vale para toda la vanguardia), es que llega a establecerse la ruptura como regla de juego. Y entonces romper (la negatividad en relación con la tradición) es a su vez una tradición (la tradición de la ruptura, decía Octavio Paz en relación con la vanguardia literaria). Y se vuelve un gesto de distinción que permite al artista convertirse en figura consagrada.
Algunos académicos internacionales que han estudiado el fenómeno de las bandas de punk, sobre todo en el caso de las sociedades postindustriales como Gran Bretaña (cuna del nacimiento de la movida punk en el segundo lustro de los 70), afirman que este es un magnífico ejemplo para argumentar la existencia de una «música en sí misma», o sea, una obra de arte autónoma de la sociedad que la produce. Otros investigadores son de la opinión que el punk, como cualquier tipo de música, resulta un constructo social. Pero existe, incluso, una tercera posición, que valora de positivistas a los partidarios de la primera idea y de posmodernos a los defensores de la segunda. De acuerdo con este tercer grupo, al estudiar un fenómeno como el punk habría que centrarse en el problema de la mediación, para solucionar el conflicto que se produce entre dicho tipo de música y la sociedad y que algunos han llegado a considerar en apariencia irreconciliable.
Sucede que en un tema clásico de punk de apenas tres minutos, los cultores de la corriente pueden gritar, escupir, protestar, destruir..., porque este estilo, al fin y al cabo surge como un gesto de resistencia ante la existencia del arte bajo la sombrilla del capitalismo. Para sus defensores, la única forma de no ser transformados en simple mercancía es generando un discurso musical e intelectual cerrado, críptico, complejo, sin ninguna concesión al gusto y posibilidad de consumo de las masas. Sí resulta oportuno recordar que en Teoría Estética y Filosofía de la Nueva Música, la oposición que ejerce una obra de arte «responsable» no se relaciona con una «voluntad» contestataria ni mucho menos, sino con el desarrollo mismo del lenguaje artístico per se.
Así pues, la estética y filosofía punk es de esencia provocadora y permite expresar, con alto grado de desparpajo, el descontento personal o grupal, por medio de una lírica soez y vulgar, porque esas son las reglas de un juego en el que reinan la anarquía y el sabroso relajo por doquier.