Los que soñamos por la oreja
Sí, despierta, mi niña, despierta./ Yo vigilaba el paso a la tormenta./ Si no vieras cuando abrí la puerta,/ ni el más mínimo llanto se oyó.
Ya cesó de caer, ya paró,/ lo que parecía muerto ahora está vivo. / Ven y escucha en la calle el sonido, / y salgamos los dos a correr.
Las anteriores dos estrofas constituyen el texto de una de las canciones de Alejandro Frómeta que más aplaudí el sábado 1ro. de septiembre, durante el concierto que el destacado músico ofreciese en el Centro Hispanoamericano. La pieza, un ejercicio de apropiación postmoderna mediante el cual una melodía de aliento épico se transforma y deconstruye radicalmente en un tema de otra orientación, corrobora a su autor como un creador que permanece aferrado a determinados presupuestos conceptuales que estuvieron en boga entre nosotros, sobre todo a fines de la década de los 80.
Esas inquietudes ya estaban presentes en Alejandro cuando asistí por primera vez a un recital suyo, hace casi veinte años, efectuado como parte de las presentaciones que tenían lugar en la peña de 13 y 8. En aquella ocasión, Frómeta interpretó su personal relectura del Padre Nuestro y dejó sentado un rasgo que le ha acompañado hasta el presente: su vocación por abrirse musicalmente al futuro, pero a la vez, contaminarse con el pasado. De tal forma, toda la obra de este artista resulta un testimonio de lo afirmado por Jesús Martín Barbero en cuanto a que el espacio del patrimonio museificado no es el mismo del de la memoria híbrida.
En la función del sábado 1ro., que Alejandro catalogó como un recital compartido en familia dado que la mayoría del público éramos viejos conocidos, él interpretó un repertorio que abarcó piezas de su primer disco en calidad de solista, la producción independiente denominada Tu cantante favorito, temas de la etapa del grupo Superávit (tanto de los grabados por la formación para el álbum Habana Oculta como de los incluidos en Verde melón, único CD registrado por la banda), así como canciones acreditadas al proyecto Mr. Fro y otras más recientes.
En ese repaso que Frómeta con una guitarra de cuerdas metálicas realizó de los diferentes momentos por los que ha transitado su obra, se pudo comprobar que en la misma hay un sentido de coherencia que lo distingue, de manera singular, dentro de la polifonía de los músicos cubanos de su generación. En dicho sentido, las nuevas composiciones que le escuchamos demostraron que él no ha hecho ni una mínima concesión en aras de penetrar un mercado que en la actualidad no resulta favorable para trabajos como el suyo. En mi caso, apruebo semejante actitud, pues se ha comprobado que por más que determinados creadores de nuestro país hayan simplificado (y con ello, en no pocas ocasiones, desvirtuado) su propuesta, a la gran industria discográfica internacional, poco o nada le interesa comercializar lo que hacen compositores nuestros como Alejandro Frómeta.
Así, disfrutamos por igual de piezas como Tu cantante favorito, Superestéreo (pertenecientes a su ópera prima en solitario), o de una triada de canciones en las que el juego paródico y la desacralización tienen el rol preponderante. Igualmente, como ya va siendo común en toda una zona de la creación artística cubana, no faltó un tema dedicado a la nostalgia, para mí la más impactante de las nuevas composiciones que le escuché a Alejandro y en la que hace un atinado análisis de las pérdidas que implican determinadas ganancias y a su vez, de las ganancias que conllevan ciertas pérdidas.
Contribuyó también al lucimiento de la función, la participación en la misma de Roberto Carcassés, quien en la última parte del recital respaldó a Frómeta desde el cajón y el piano. De ese modo, llegamos a la conclusión de un espectáculo, en el que se verificó la capacidad de Alejandro Frómeta para intercambiar elementos de la música tradicional de Cuba y signos de otros componentes sonoros, como parte de una obra en la que no existe un estilo o lenguaje general sino multiplicidad de discursos y propuestas, en un trabajo que representa un modo nuevo de resignificar la memoria y las tradiciones, que contrasta con las definiciones conservadoras desde las cuales se ha proyectado una esquemática concepción de cubanía.