Los que soñamos por la oreja
Lo he dicho en repetidas ocasiones: una de las cosas que le agradezco a la música es que gracias a ella he adquirido excelentes amigos. Hace algunas semanas estuve en la peña que, los sábados por la tarde, realiza Gens en el Diablo Tuntún. La ocasión tuvo para mí el significado especial de compartir con un par de esas amistades que he ganado en la vida (Darío Betancourt y Yuniel Cruz «El Filco»), a partir de la condición de ser empedernidos melómanos. A ello se unió la posibilidad de actualizarme en cuanto a lo que anda haciendo la tropa encabezada por el baterista Carlos Rodríguez Obaya.
Mientras presenciaba el espectáculo de Gens, reflexionaba en la idea según la cual, en la actualidad la nostalgia y la ironía constituyen las marcas fundamentales de la estética contemporánea de occidente. Como ha escrito Mario Masvidal (profesor del ISA), «de acuerdo con este criterio, toda acción artística del presente está signada por el sabor —¿y el dolor?— de lo pasado y por la imposibilidad de su recuperación».
Lo anterior viene al caso porque la propuesta de Gens en el Diablo Tuntún se inscribe dentro de ese fenómeno sociocultural que, desde hace ya más de cinco años, viene sucediendo no solo en Ciudad de La Habana sino en diversas provincias del país. Me refiero al auge del llamado rock cover, o sea, el aumento en nuestro contexto de grupos cuyo repertorio se arma por versiones (en muchos casos, lo más exacto posible) o reelaboraciones de antiguas piezas del rock y del pop, tanto de origen anglo como hispano, y que en el pasado gozaron de gran popularidad entre determinadas zonas de las audiencias de música en Cuba. Curiosamente, un estilo de trabajo que décadas atrás fue denostado bajo acusaciones de ser mera copia y carecer de la originalidad que debe caracterizar al hecho artístico, por doquier hoy resulta legitimado.
En el caso de Gens, ellos no se limitan a interpretar temas conocidos de los años 70 y de bandas más cercanas en el tiempo, como REM, Maná o Metallica, sino que también aprovechan un espacio como el del café El Diablo Tuntún para tocar también algunas de las piezas compuestas por integrantes del grupo y que aparecen recogidas en el álbum Contra el tiempo (sello EGREM), el único que hasta el presente ha grabado de forma oficial el colectivo.
Quienes asistan a estos encuentros sabatinos con Gens, podrán comprar el CD de la banda, que ya tiene unos tres años de haberse realizado, pero que yo no había escuchado del todo hasta que lo adquirí semanas atrás. Creo que este es un álbum que trata de ofrecer un testimonio de lo que ha sido la historia del repertorio de la agrupación en sus diferentes etapas.
Recuerdo que la primera vez que oí al grupo de Carlos Rodríguez, fue allá por 1979, cuando yo estudiaba en el preuniversitario Saúl Delgado y ellos actuaron en el patio del centro. Por entonces, versionaban cortes de gentes como Kansas y se orientaban básicamente por los caminos del hard rock. Después, en los 80, vendría la etapa de asumir canciones de los Beatles, para luego comenzar uno de sus períodos más fructíferos, el dedicado a reinterpretar la obra de Silvio Rodríguez en arreglos muy novedosos y que merecían ser grabados en un disco, lo cual nunca se hizo.
Con los consabidos cambios en la nómina de integrantes y de los que el grupo no ha podido escapar, hacia fines de la penúltima década del siglo XX, Gens se centra en defender un repertorio compuesto por miembros de la banda de aquellos años, como Dagoberto Pedraja, Gustavo Fernández y el propio Carlos Rodríguez. Esa larga historia y que he resumido en unas líneas, es la que se trata de plasmar en el CD Contra el tiempo. Justo ahí es donde se resiente el material, pues en la memoria de quienes conocemos su trabajo de antaño, permanecen indelebles las interpretaciones de vocalistas como Alfredo García o del desaparecido Gustavo Fernández, uno de los mejores cantantes de rock que hemos tenido y, a decir verdad, estas revisitaciones no superan a las originales. Por eso, lo más feliz del disco está en el material nuevo, como las piezas de Ailén Solanes, lo cual no es óbice para no disfrutar de un álbum que es testimonio de una larga historia de amor por el rock.