Los que soñamos por la oreja
Foto: Cortesía del periódico Sierra Maestra Santiago cuna de amores y de estampas / coloniales tus miradas / soñadores de balcones y enramadas. / Santiago miro feliz tu escalinata / con mujeres tan furtivas / regateando mercancías en la plaza. / Santiago, sueño de abril, tus tradiciones / ya las tienen por montones / el Tibolí, los Cangrejitos y Aguadores.
Santiago, Los Hoyos. / Santiago, mi suerte. / Santiago, temblores, / también Vista Alegre. / Santiago, caliente, / tabaco, aguardiente. / Con sus desamores / camina mi gente.
Santiago, de la Alameda hasta Versalles / Calle Trocha, mercaderes / negociando carnavales en sus quehaceres. / Santiago, tierra natal de mis amores / hoy me sumo a tus dolores, / calle Heredia, pregoneros, trovadores. / Santiago, donde jugué a mi derrotero, / me dé un día lo que espero, / más amores, una guitarra, un bastón / y un te quiero.
He reproducido el texto de una canción que el trovador José Aquiles Virelles le dedicase a su Santiago de Cuba, lugar al que por una u otra vía él siempre retorna y de donde hasta ahora nunca se ha podido desprender, aunque ello haya implicado que su carrera artística no goce del reconocimiento nacional e internacional que merece.
Lamentablemente en materia de promoción, por más que se ha dicho, no se resuelve el problema de dar a conocer por todo el país la obra de aquellos músicos que no viven en Ciudad de La Habana, y por eso persisten razones para hablar de fatalismo geográfico en el caso de muchos artistas surgidos en la otrora provincia de Oriente al calor de lo que fue la Nueva Trova. Hoy los jóvenes seguidores de esta escena solo conocen a Augusto Blanca, quizá porque en un momento dado decidió emigrar hacia la capital cubana. Resultan contados los que saben de la obra de figuras como Ramiro Gutiérrez, Rafael Quevedo, René Urquijo o Ciro Botalin.
Entre esos olvidados, al margen del alto rigor artístico de su propuesta, está el grupo santiaguero Identidad, una formación caracterizada por el amplio desarrollo instrumental de lo que hacían y de la que se desprendió como solista José Aquiles. Este creador, devenido hoy destacado ingeniero al frente de su propio estudio de grabaciones, tiene tres discos publicados, así como un notable reconocimiento en el concurso Adolfo Guzmán, en el que en este 2007 vuelve a ser finalista con su tema Vienes despacio, que interpretará Milada Milet.
Un recuento del quehacer de Aquiles apunta su vínculo con el Cabildo Teatral Santiago a inicios de los 80, para cuyas puestas escribió música. Sus intereses lo llevan a musicalizar también documentales y obras de ballet. Canciones suyas aparecen recogidas en varios álbumes compilatorios de cantautores, como es el caso de la Antología de la Nueva Trova que publicó la EGREM. En el Vol. III de dicho material, aparece su pieza Palabras para el fin de una jornada.
Una de las cosas que hay que agradecerle a Aquiles es haber ideado la Peña de los Escorpiones, espacio para promover en su tierra la buena canción de autor. Esos encuentros se comenzaron a celebrar durante la segunda mitad de los 80, y en noviembre de 2006 retoma la idea, tras un período de haber dejado de efectuarse.
Cuando en diciembre estuve por Santiago de Cuba a propósito de participar como jurado en el Festival de Música de Artistas Aficionados de la Asociación Nacional de Ciegos (ANCI), pude disfrutar de un programa sobre la peña de Aquiles realizado por el canal de televisión territorial y que alguna de nuestras cadenas de alcance nacional debería retransmitir.
Aferrado con uñas y dientes a su terruño, fuente de inspiración para temas como Mira, Gran Premio del Guzmán en una de sus emisiones, para él sin dudas el mayor éxito que ha tenido son sus hijos, uno de los cuales es David Virelles, hoy por hoy uno de los principales pianistas cubanos de jazz, a pesar de su juventud.
Gracias a las veleidades de nuestros medios de comunicación, el público nacional se está perdiendo el quehacer de José Aquiles, uno de nuestros más genuinos trovadores del momento con una obra rotundamente hermosa. ¡Qué pena!