Lecturas
Desde que era niño el escribidor ha escuchado decir que el Capitolio de La Habana es mayor que el de Washington. A veces ha dado la afirmación por cierta y en otras la ha desmentido, pero a la verdad, por más que los ha buscado, nunca ha tenido a la mano elementos definitivos para aceptarla o negarla.
Ahora encuentra una respuesta en un libro que acaba de publicar Ediciones Boloña, de La Habana. Se titula Ciudad viva; diálogo, desafío y oportunidad, de Onedys Calvo Noya y Marjorie Peregrín Ávalo. En torno al tema que nos ocupa, dice en la página 150:
«Decir que el Capitolio nuestro está hecho a imagen y semejanza del de Washington es inexacto. El Capitolio de Washington, el de Buenos Aires, el de La Habana, el de Toulouse… todos están inspirados en el Monte Capitolino, de Roma. Ahora, es cierto que el nuestro no es más grande ni más antiguo, pero sí es 35 centímetros más alto que el de Washington».
Expresan las autoras que en su construcción 8 000 obreros —5 000 de ellos españoles— trabajaron en turnos de ocho horas las 24 horas del día durante tres años y 50 días, sin interrupción. La República, obra del italiano Ángelo Zanelli, es la tercera mayor estatua bajo techo del mundo, superada solo por el Buda de Nara, en Japón, y la imagen de bulto de Lincoln, en Washington. La cúpula tiene 91,73 metros de alto, aunque se ha repetido mucho que alcanza una altura de 94 metros desde la acera.
El primer banco de huesos que existió en el mundo fue creado en La Habana, en 1938, por el eminente cirujano ortopédico Alberto Inclán Costa, refiere el doctor Gregorio Delgado en la quinta parte de su Historia de la Enseñanza Superior de la Medicina en Cuba (1900-1962) publicada por la Editorial de Ciencias Médicas, en 2013.
El doctor Inclán nació en La Habana en 1890. Hermano de Clemente, prestigioso pediatra que fue rector de la Universidad de La Habana, donde los estudiantes le dieron el título de Rector Magnífico. Alberto fue médico interno del hospital Mercedes, junto a su maestro Enrique Porto del Castillo, iniciador en el país de la cirugía ortopédica y traumatológica. Fundó el servicio de ortopedia en el hospital General Freyre de Andrade (Emergencias) y fue fundador y presidente vitalicio de la Sociedad de Ortopedia y Traumatología.
Miembro de número, con el sillón 54, de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Presidente del patronato que acometió la construcción del Instituto de Cirugía Ortopédica, actual hospital ortopédico Fructuoso Rodríguez. Presidente del 1er. Congreso de la Sociedad de Ortopedia y Traumatología Latinoamericana, con sedes en Buenos Aires y Montevideo, en 1950, y vicepresidente de la Federación Médica de Cuba. Hizo no pocos aportes a su especialidad. Fue profesor titular de Ortopedia en la Universidad habanera. Renunció a su cátedra a comienzos de 1960. Falleció en La Habana en 1965.
Un lector, cuyo nombre no tuve la precaución de anotar, pregunta al escribidor, a la entrada del Barrio Chino, si la Calzada de Concha sigue llamándose de esa manera. Recibió ese nombre por el tiránico capitán general José Gutiérrez de la Concha, que fue gobernador de la Isla en tres ocasiones y al que dedicamos la página del pasado 12 de enero.
Desde 1955 dicha calzada lleva el nombre de Ramón Pintó, una de las víctimas del despotismo de Concha, apunta Emilio Roig en el libro La Habana: apuntes históricos.Nadie sin embargo le llama así, salvo quizá en la papelería oficial, pues el nombre de Concha se instaló en la memoria colectiva de los habaneros. No es lo mismo decir Concha y Luyanó que Ramón Pintó y Luyanó. No suena igual.
El catalán Ramón Pintó, figura prominente de la sociedad habanera, encabezó una conspiración antiesclavista cuyo propósito final era el de anexar Cuba al norte industrial de Estados Unidos. El movimiento fue descubierto y Pintó condenado a morir en garrote. Era amigo personal de Concha y se pensó que el Gobernador conmutaría la pena, pero nada hizo al respecto.
La lectora Cristina Toledo inquiere por la ubicación exacta de la clínica donde nació. Dice que se trataba de la clínica Corpus Christi y dice que se hallaba en El Vedado.
No es así. Dicha casa de salud se encontraba en la calle 41, número 4104, en Marianao.
El trazado inicial en 1859 del barrio de El Carmelo tenía más de cien manzanas de cuadras de cien metros de lado, formando una retícula regular que por primera vez en Cuba incorporó el arbolado a lo largo de las vías. Escribía al respecto el arquitecto Mario Coyula: «Fue la iniciativa urbanística más importante de todo el período colonial». El mismo trazado continuó al año siguiente en terrenos aledaños propiedad del Conde de Pozos Dulces, lo que dio lugar a El Vedado propiamente dicho. La urbanización seguiría en 1883 con el reparto Medina. Con el tiempo, el área que abarcaban esos tres repartos se conocería con el nombre genérico de El Vedado, zona que siglos atrás fue la zona vedada, donde no se permitía talar, sembrar, construir ni abrir caminos, ya que se estimaba que de esa forma protegía la ciudad del ataque de corsarios y piratas. Fue una urbanización de vanguardia que se acometió al mismo tiempo que se realizaban los «ensanches» de Barcelona, Viena y otras grandes ciudades europeas.
Conocimos el Coney Island Park, con sus carros locos, el pulpo y su galería de espejos y su montaña rusa espectacular, y acudimos no pocas veces al Jalisco Park, que ya entonces —fines de la década del 50— había abandonado, a causa de la edificación del hotel Habana Libre, su ubicación en 23 y L para establecerse, primero, en el cuchillo que forman la Calzada de Infanta y las calles San Martín y Zaldo, y luego en 23 y 18, en El Vedado, que, de sus dos últimas sedes, fue la que perduró.
No conocimos el parque de Colóni ni el Hollywood Park. El primero se localizaba, dicen, en la Calzada de San Lázaro, frente al Colegio de la Inmaculada, hoy Casa Central de la Congregación de las Hermanas de la Caridad. Una buena parte de la grey infantil lo visitó en los años 40 y comienzos de los 50.
Hollywood Park se emplazó en los terrenos del Jardín Botánico de La Habana, convertidos ya en un marabuzal, y que estaba ubicado (comienzos de la década de los 50) en los terrenos que luego ocuparía la Ciudad Deportiva. El parque ocupaba solo una de las esquinas del terreno, la de Vía Blanca y Primelles.
Disponía de una montaña rusa, no tan grande como la del Coney Island y de otros aparatos, entre ellos el rotor, nunca visto antes en Cuba. Las personas entraban y el rotor comenzaba a girar. Lo hacía con tanta fuerza que los que estaban dentro quedaban literalmente adheridos a la pared cilíndrica del equipo. Enseguida el piso descendía entre un metro y metro y medio.
Era una empresa estadounidense la que operaba el parque y pese a la cantidad de personas que lo visitaban se marchó del país a los pocos meses de su inauguración.
Sencillo, modesto, es el parque de diversiones del Mónaco, aledaño a la sala cinematográfica del mismo nombre. El parque de diversiones del Parque Lenin dispone de la estrella más alta de la Isla.
Perteneciente a la Orden de los Franciscanos, el Santuario Nacional de San Antonio de Padua es uno de los más acabados exponentes en Cuba de la moderna arquitectura religiosa. Abrió sus puertas en 1949 y sus proyectistas —los arquitectos cubanos Figueras y Norman— lograron un conjunto sencillo, armonioso y bellísimo, amplio, luminoso y sobrio.
Diseñada por Leonardo Morales, la iglesia de Santa Rita, en 5ta. Avenida esquina a 26, se destaca por su nave y torre prominente y la sencillez de su interior, donde se halla la imagen de bulto de la santa que da nombre al templo, obra de Rita Longa.
La iglesia Jesús, de Miramar, en 5ta. Avenida y 80, fue construida entre 1948 y 1953. Tiene influencia del románico-bizantino. Obra de Eugenio Cosculluela, es la segunda iglesia más grande de Cuba. Da cabida a una réplica de la imagen de Jesús de Medinaceli, en Madrid, y el vía crucis es una notable pintura al óleo de línea clásica realizada por el pintor español César Hombrados Oñativia. Se destaca en esta edificación la imitación de la gruta de Lourdes, situada al fondo, hecha en mármol de Carrara por el arquitecto Max Borges; fue una donación del hermano Victorino, de la Congregación de La Salle, y tiene una altura de 1,80 metros.