Lecturas
Una sonada disputa se desató en La Habana colonial entre cuatro vecinos de la Plaza Vieja y el Gobernador de la Isla. Corría el año de 1835 y ejercía el mando de la colonia, con grados de capitán general, el teniente general Miguel Tacón y Rosique, vizconde de Bayamo y marqués y duque de la Unión de Cuba.
Tenía el personaje su camarilla palaciega conformada por sus consejeros principales, que a veces servían de financistas a las obras públicas que acometía y que siempre se beneficiaban con sus concesiones. Y no le faltaban, claro está, grandes enemigos, que de alguna manera encabezaba don Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, habanero que tenía a su cargo la Intendencia General de Hacienda.
Ocurrió que cuatro vecinos principales de la Plaza Vieja, las fachadas de cuyas viviendas se asomaban a la calle San Ignacio, elevaron una queja por considerar que las casillas de mampostería que se construían para un mercado en el área violaban la privacidad de sus viviendas.
Lo curioso del asunto es que para hacer pública su protesta esperaron a que la obra estuviese casi terminada, cuando desde antes de que comenzara la construcción se sabía, por su convocatoria a subasta, de las características de la misma. Las nuevas casillas no excederían en altura en ningún caso a las de madera que existieron en el lugar. Tenían seis varas y cuatro pulgadas de alto y sobrepasaban en 27 pulgadas el suelo del balcón de las viviendas. Una calle mucho más ancha de lo habitual en La Habana de intramuros de entonces, mediaba entre las casillas y las fachadas de las casas.
Todo esto se conocía de antemano y no se hacía necesario esperar a que la obra estuviese casi lista para la protesta. Lo mejor del asunto es que a esa altura, solo uno de los inconformes seguía viviendo en la Plaza Vieja. Los otros tres se habían ido con su música a otra parte.
¿Por qué protestaron? Escribe la Doctora María Teresa Cornide en su interesantísimo libro De La Havana, de siglos y de familias (2008): «Se trataba de una provocación de estos vecinos en respuesta a los “taconazos” del Gobernador en contra de los miembros de familias importantes de la época»
Tacón nació en Cartagena, el 10 de enero de 1771. Militar de academia, ascendió paulatinamente hasta alcanzar el grado de teniente de navío por su valor en el desastroso combate de Trafalgar. Pasó destinado a las fuerzas que se dedicaban a hacer el corso contra argelinos y británicos, con lo que volvió a demostrar sus dotes de mando y su valor personal. Un accidente determinó su traslado a las fuerzas de tierra como capitán, pero con el grado interino y responsabilidades de teniente coronel. En 1810 se le nombró gobernador político y militar de Popayán, en Colombia. Derrotado por los colombianos buscó refugio en Lima, a donde arribó con solo 25 hombres. Allí recibió el ascenso a mariscal de campo (1819). Retornó a España con órdenes del virrey de Perú de informar de la situación por la que atravesaban las tropas españolas allí destacadas y la falta de medios para mantener el dominio colonial. Fue gobernador de Málaga, y poco después gobernador de Sevilla, obligación que desempeñó entre 1823 y 1834, cuando fue ascendido a teniente general y nombrado gobernador de Cuba, cargo del que tomó posesión el 7 de junio del último año citado. El 15 de abril de 1838 recibía la notificación de su cese en el mando y su sustitución por Joaquín de Ezpeleta. En 1852, bajo el reinado de Isabel II, se le nombró senador. Falleció en Madrid el 12 de octubre de 1855.
Aseguran especialistas que su buen gobierno en la isla, y sobre todo en La Habana, en materias cotidianas y de obras públicas estuvo ensombrecido por sus actos despóticos y su fomento del comercio de esclavos. Algunos historiadores le atribuyen, dice la Doctora Cornide, el haber inaugurado la venta de esclavos emancipados para el trabajo en los ingenios. No estaba solo en esos manejos. De su camarilla aúlica, dos eran los preferidos: el catalán Francisco Marty y Torrens y el andaluz Manuel Pastor y Fuentes.
Tenían ambos «derecho de mampara» en el palacio de gobierno y se reunían todas las tardes con el Gobernador para gozar de su cercanía y compartir los juegos de tresillo que organizaba en los altos de la Cárcel Nueva. El célebre don Pancho, que tenía el monopolio del pescado en la capital, acuñó una frase en la que sintetizaba su actividad mercantil. «Ha pasado la vida vendiendo negros y comprando blancos», decía.
Pastor tenía la concesión de todos los nuevos mercados habaneros, gabela que le reportaba una renta considerable. El erudito Juan Pérez de la Riva lo consideraba uno de los cerebros mejor organizados de su tiempo. Puso sus grandes conocimientos y su capacidad técnica al servicio de la industria azucarera, desarrollando científicamente la trata de negros en sus aspectos financiero y político. En este campo su labor fue brillantísima. Tiempo después de la salida de Tacón, Gaspar Betancourt Cisneros conceptuaba a Pastor como la eminencia gris de la llamada «compañía negrera», cuyos beneficios llegaban, se dice, a la Reina Madre Cristina, que recibía su dinerito por cada «saco de carbón» que entraba a la Isla.
Coronel retirado de la Infantería y capitán del Cuerpo de Ingenieros, Manuel Pastor fue el asesor técnico de Tacón en su plan de obras públicas, sin contar las que acometió su cuenta y provecho. Bajo la administración de Tacón se empedraron y rotularon las calles y se dio número a los locales. Se construyeron o reconstruyeron los mercados de Cristina (en la Plaza Vieja) y el del Santo Cristo y de la Plaza del Vapor (actual Parque de El Curita). Se trazó el Paseo Militar (Carlos III), y el Campo de Marte (Plaza de la Fraternidad), y se habilitó en la Quinta de los Molinos una residencia de verano para el Capitán General. Se edificó, además, la Cárcel Nueva y se hicieron remodelaciones en el palacio de gobierno. Se le abrió una nueva puerta a la muralla y se ampliaron y mejoraron los hospitales de San Ambrosio y San Juan de Dios. Se construyó el Gran Teatro de La Habana. El Gobernador puso su nombre a todo lo que pudo: Teatro de Tacón, Cárcel Nueva o de Tacón, Paseo Militar o de Tacón...
Imposible resulta escribir la historia del capitalismo en Cuba sin mencionar a Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva. Su influencia fue decisiva en la introducción del ferrocarril en la Isla, así como de la maquinaria indispensable para la modernización de los ingenios azucareros. No practicó directamente la trata negrera, pero fue protector de negreros distinguidos, y aún tuvo tiempo de serlo de importadores de chinos y de gallegos contratados. «En la galería de los grandes explotadores del pueblo cubano, el Conde merece un lugar de honor, que nosotros no le escatimaremos», escribe Pérez de la Riva.
Escenificó aquí el choque de las fuerzas nuevas contra los m«ayacuchos», como se llamaba a militares y funcionarios españoles que querían seguir manteniendo el orden que ya los ejércitos de Bolívar habían borrado en América.
Su rivalidad con Tacón trascendió del plano personal. En un comienzo se llevaron de maravillas, pero la personalidad absorbente y despótica del General alargó las distancias y avivó el liberalismo de Villanueva, que empezó a acusar a Tacón de arbitrariedades y abusos. Dice Pérez de la Riva que la tirantez llegó a tal extremo que ambos hacían publicar por trasmano, en el extranjero, panfletos recíprocamente injuriosos y amenazaban a la Corte con la renuncia. La porfía entusiasmaba a los ministros en Madrid que temían que un gobernador demasiado fuerte o un intendente demasiado popular se pasaran de rosca y quisieran proclamar la independencia o pasarse al carlismo.
Esa trifulca animaba chismes y comentarios entre los habaneros, pero redundó en beneficio de la ciudad, pues el Conde, para competir con Tacón, inició su propio plan de obras públicas. Tacón no concebía que Cuba tuviese ferrocarril antes que España; su oponente sí y lo consiguió. Entonces la estación de trenes de Villanueva pudo oponerse al Mercado de Tacón, y el paseo del acueducto de Fernando VII al Paseo Militar. La Fuente de la India, regalo de Villanueva al pueblo de La Habana, pudo ser comparada con la Fuente de Neptuno, regalo de Tacón, y las escuelas tecnológicas impulsadas por el Conde con la Cárcel Nueva.
Durante los primeros años de su mandato, la influencia de Tacón, ligado al grupo de los «ayacuchos» fue predominante en la Corte. Pero resbalaron y perdieron dominio. Entonces pudo Villanueva deshacerse de Tacón. Pronto se asustó el Gobierno progresista de Madrid del poder que podía ganar el conde, aliado a los hacendados, sin el contrapeso de Tacón, y lo destituyó. Volvería a la Intendencia, pero había aprendido la lección. Se mostró entonces más discreto y aumentó el subsidio a España. Eran tiempos en que los honorarios de ministros y otros funcionarios españoles dependían de la Hacienda de La Habana. El sueldo del propio hermano de Tacón, Embajador de España en EE. UU., así como los gastos de los consulados españoles en ese país, eran pagados directamente por el Conde de Villanueva, con cargo a los ingresos fiscales de la Isla.
A estas alturas el lector se preguntará en qué acabó la protesta de los vecinos de la Plaza Vieja. Apunta la Doctora Cornide: «A diferencia de otros incidentes más importantes del mandato de Tacón, la queja elevada por los vecinos prestigiosos de la Plaza se divulgó rápidamente».
Tacón se defendió como gato bocarriba, y en una carta que dirige al Ministro de Ultramar caracteriza uno a uno a los demandantes. A los Montalvo, tío y sobrino, que figuraban entre sus peores enemigos, los acusa de propagar todo lo que se les ocurre a fin de rebajar el prestigio de su autoridad. Llama joven inexperto al Conde de Cañongo, manejado a su antojo por el brigadier Montalvo, Minimiza a Gabriel de Cárdenas, acosado por sus muchos acreedores. A José Suárez Argudín lleva tenso. Su historia es conocida en los tribunales. Apunta el Gobernador: que «tiene contra sí la voz pública de haber manchado el tálamo de su gran favorecedor, el difunto Conde de casa Lombillo, y de haber por lo menos intentado envenenar a este, casándose enseguida con su viuda...».
¿Cierto o falso? La verdad es que, por ese hecho, el hombre estuvo detenido e investigado durante casi un mes, y que a la postre se casó con la viuda de su socio a los cuatro años de muerto este, margen de tiempo que despertó sospecha por su brevedad. Pero una hija del Conde de Lombillo contrajo matrimonio con un sobrino del supuesto asesino que, digamos de paso, llegó a ser, a juicio de los cónsules ingleses, el primer negrero del mundo.
Y las casillas, bien gracias. La queja de los vecinos no prosperó y fue desestimada. Terminaron en su momento de edificarse y permanecieron en la Plaza Vieja hasta 1908, cuando fueron demolidas.