Lecturas
Fue un pensador agudo, un político convincente, un economista de fuste, un diplomático de lujo con participación de primera fila en los delicados contactos extraoficiales y a veces secretos entre Washington y La Habana durante las décadas de 1970 y 1980, y el artífice, dicen no pocos politólogos, del acercamiento entre Cuba y la Unión Soviética. En sus ensayos y en sus artículos periodísticos supo utilizar el adjetivo imprescindible y la frase precisa. Dueño de múltiples posibilidades expresivas, era poseedor de una cultura universal y enciclopédica de la que daba muestras también en la tribuna, y dotado de una agilidad mental que lo volvía implacable en el debate. Era, en suma, un hombre brillante. En los años 40 y 50, la derecha decía: «Qué inteligente es Carlos Rafael Rodríguez. ¡Qué lástima que sea comunista!».
Cuando publicó el primer volumen de su Letra con filo —ed. Ciencias Sociales, 1983— que recoge sus papeles dispersos a lo largo de 50 años, escribió «a manera de excusa»:
«Quisiera anticipar que no ha habido al escribir estas páginas, la menor pretensión de quedar inscrito entre filósofos, economistas, historiadores o críticos, ya fueren franceses, ingleses, alemanes o cubanos. Todas ellas surgieron en el fragor de la pelea. Son parte ínsita de la vida de quien, a los 17 años, se convirtió en un revolucionario permanente y poco después trató de hacerse un comunista, tarea en la que más de medio siglo después, se encuentra empeñado todavía».
Añadió:
«No quisiéramos, sin embargo, que se pensara que en estas letras afiladas ha habido improvisación o prisa forzosa y que estamos solicitando que se les exima del juicio riguroso. No. Todo lo escrito es obra de cuidadosa reflexión. Hasta los discursos que fueron “improvisados” surgieron como el brote natural de largas y extenuantes reflexiones previas. Aprendimos tempranamente aquellas tres categorías en que Schopenhauer dividió a los escritores: “los que escriben sin pensar, los que piensan para escribir y los que escriben porque han pensado”. Y confieso que siempre deseamos poder quedar inscritos entre los últimos».
Tuvo el escribidor la posibilidad de entrevistarlo. Imaginemos la escena. De un lado un joven desempleado de 24 años de edad que insistía en ser periodista y que pasaba no menos de ocho horas diarias en la Biblioteca Nacional entre revistas viejas. Del otro lado, un hombre que entraba ya en los 60 y que desde 1965 era miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y de su Secretariado, viceprimer ministro para las relaciones exteriores, representante permanente ante el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y ministro-presidente de la Comisión Nacional de Colaboración Económica y Científico Técnica. No sé cómo ni porqué me recibió. Dijo que me dedicaba un tiempo que debía estar dedicando a su almuerzo. Precisó que le hubiera gustado ser escritor —y aquí mencionó al ensayista español José Ortega y Gasset, autor de La rebelión de las masas y Meditaciones del Quijote—, pero que prefirió ser revolucionario. Precisó que no fue ministro de Batista, sino ministro del Partido. Hizo una confesión personal: se encerraba en el cuarto de baño de su despacho cuando quería sacar un tiempo para leer o escribir. Nadie osaba molestarlo en ese lugar.
Era, pese a su posición, un hombre sencillo. Un conversador atento y delicado que sabía escuchar a su interlocutor mientras lo escrutaba con unos ojos que apenas se movían detrás de los gruesos cristales de sus gafas.
Carlos Rafael Rodríguez Rodríguez nació en la ciudad de Cienfuegos el 23 de mayo de 1913. Pronto quedó huérfano de padre; de ahí que Letra con filo, entre otras personas, esté dedicado a su madre, «que en mi orfandad infantil, renunció a su vida para volcarse por hacer de mí un hombre». Hizo estudios en un colegio de sacerdotes jesuitas y los prosiguió con los Hermanos Maristas.
En la Universidad de La Habana, la única que había entonces en la Isla, hizo en cuatro cursos, y en condición de primer expediente en ambas, las carreras de Derecho y de Ciencias Políticas, Sociales y Económicas. Treinta y tres asignaturas en total que merecieron 33 calificaciones de sobresaliente, 31 premios ordinarios y cuatro premios extraordinarios, que lo hicieron merecedor además del premio González Lanusa In Memoriam, que lo acreditó como el mejor estudiante de Derecho. Por haber estado cerrada la Universidad durante cinco años —tres por Machado y dos por Batista— no pudo graduarse hasta 1939.
Diez años antes, al calor de las luchas contra la tiranía de Machado, empezaron a manifestarse sus inquietudes políticas. En 1930 formó parte del Directorio Estudiantil creado en su ciudad natal con motivo del asesinato del estudiante Rafael Trejo y fue dirigente de esa organización durante toda la lucha antimachadista. Sufrió prisión en 1931. Estuvo, en 1934, entre los fundadores del grupo literario Ariel y de la revista Segur.
Huye Machado del país el 12 de agosto de 1933. Carlos Manuel de Céspedes asume la presidencia de la República y es derrocado el 4 de septiembre del mismo año por un movimiento de sargentos y soldados. Carlos Rafael es uno de los integrantes del trío que ocupa la alcaldía cienfueguera, a la que renuncia por desavenencias con la política del Directorio. Milita entonces en el Ala Izquierda Estudiantil, organización orientada por el Partido Comunista. Militará en el Partido a partir de 1936. Antes había integrado, en la Universidad, el comité de huelgas, y en 1937 habló en nombre de los estudiantes en el acto en que se le devolvió a la casa de altos estudios su autonomía.
Dirige la revista El Comunista y, ya de lleno en la lucha, dirige el partido Unión Revolucionaria Comunista, que devendrá Partido Socialista Popular (PSP). Es miembro de su Buró Ejecutivo Nacional, posición que mantiene hasta la disolución de esa organización, en 1960; subdirector del semanario Resumen, fundado por el Partido y clausurado por el Gobierno en 1935; miembro del Consejo de Dirección de la revista Universidad de La Habana; cofundador, con Nicolás Guillén, José Antonio Portuondo, Ángel Augier y otros escritores de izquierda, de la revista Mediodía. Fundador con Juan Marinello y Ángel Augier de la editorial Páginas.
Ocupa cargos directivos en la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y en la Asociación de Fomento de la Economía Cubana. Ministro sin cartera en el Gobierno constitucional del presidente Batista. Igual responsabilidad se le encomienda a Juan Marinello. Será la primera vez en la América Latina que los comunistas acceden a un gabinete ministerial.
Orienta Carlos Rafael la oposición del Partido Socialista Popular a la tiranía de Batista. Fue de los pocos cuadros de esa organización que vio en Fidel Castro a un líder capaz de derrocar al batistato y de conducir la revolución al triunfo, por lo que abogó porque su organización se acercara al Movimiento 26 de Julio. Su biblioteca fue secuestrada por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de la tiranía, lo que provocó una enérgica protesta pública del escritor Jorge Mañach. Viajó de manera clandestina por Latinoamérica y a su regreso se le designó representante del PSP ante Fidel Castro, en la Sierra Maestra. Se trasladó, en junio, a ese macizo montañoso, volvió a la capital y en agosto salió otra vez de La Habana para coordinar la ayuda que podía prestarse a las columnas invasoras de Che y Camilo. Permaneció en la Sierra hasta el fin de la lucha insurreccional.
Estudiosos de la Revolución Cubana, como Tad Szulc, aseguran que resultó muy fructífero el contacto entre Fidel y Carlos Rafael, que desempeñaría tras el triunfo de la Revolución un papel de puente con Moscú. Durante las crisis que en los años 60 enfrentaron a La Habana con los líderes de la Unión Soviética, resultó fundamental su papel de mediador y fue uno de los promotores de los grandes acuerdos comerciales que rigieron las relaciones entre ambos países hasta 1989.
En 1963-64 tuvo lugar un importante debate sobre la organización económica de la Revolución Cubana en el que polemizaron los partidarios del Cálculo Económico (CE) con los del Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF), los primeros encabezados por Carlos Rafael y los segundos por el Che.
Propiciaba y defendía el grupo de Carlos Rafael un proyecto político de socialismo mercantil con empresas gestionadas en forma descentralizada y con autarquía financiera, compitiendo e intercambiando con dinero sus respectivas mercancías en el mercado. El estímulo material predominaría en cada una de esas empresas y el valor y el mercado operarían la planificación. Era el modelo soviético de entonces.
El Che cuestionaba el matrimonio de socialismo y mercado y defendía un proyecto político donde planificación y mercado son términos antagónicos. La planificación, para el Che, era algo más que un mero recurso técnico para gestionar la economía; era la vía para ampliar el radio de racionalidad humana, disminuyendo progresivamente las cuotas de fetichismo en las que se sustentaba la creencia de una autonomía de las leyes económicas. De ahí que esta propiciara la unificación bancaria de las unidades productivas como una gran y sola empresa. No habría entre fábrica y fábrica de una misma empresa compraventa mediada por el dinero y el mercado, sino intercambio a través de un registro de cuenta bancaria. Los productos pasarían de una unidad a otra sin ser mercancías. Se impulsaría el trabajo voluntario y los incentivos morales como formas, no únicas, de elevar la conciencia socialista de los trabajadores.
Muchos años después, Fidel decía al periodista Ignacio Ramonet:
«Se entablan aquellas especie de polémicas y discusiones, que no llegaron a ser de mucha profundidad. Yo digo: “Bueno, cada uno defienda sus posiciones, discutan entre unas y otras. Y yo, comunista utópico, le confieso que me gustaban más las ideas del Che en torno a la forma de construir la economía, además, el nuestro es un país chiquito. Me gustaba más la apelación moral del Che, francamente».
Detentó Carlos Rafael Rodríguez hasta el final altas posiciones en el Gobierno y en la dirección del Partido Comunista de Cuba, y mereció importantes distinciones de Cuba y otros países.
Falleció en La Habana, el 8 de diciembre de 1997. Sus restos reposan en el cementerio de su ciudad natal.