Lecturas
¿A cuánto ascendió la fortuna de este hombre? O mejor: ¿cuánto robó José Manuel Alemán al Tesoro de la Nación? Nadie lo sabe con exactitud. El periodista Bert Collier, del Miami Herald, le calculó en el momento de su muerte un capital que iba entre los 70 y 200 millones de dólares, no sin dejar de aclarar enseguida que nunca podría saberse con exactitud el importe de sus inversiones, pues sus negocios fueron tantos y tan vastos y de proyecciones tan ambiciosas, que no se sabía hasta dónde podían llegar.
Nunca nadie antes en Florida causó tanta expectación como Alemán, que a través de sus atrevidas y audaces operaciones llegó a convertirse en un personaje tan influyente como el propio gobernador Warren, escribía Collier en 1950 y precisaba: «El progreso de Miami en los últimos tres años ha tenido mucho que ver con Alemán».
Unos 1 500 empleados, distribuidos en decenas de oficinas, administraban sus bienes solo en Miami, donde era dueño de Cayo Biscayne y del estadio de la ciudad, el más bello, en su momento, de todo Estados Unidos; de numerosos edificios de apartamentos, de no pocos hoteles y de manzanas enteras en la llamada Costa de Oro de Miami Beach, a lo que se añadía una casa colonial —Il Mio Castello— de dos cuerpos, paredes de cantería y pisos de mármol enclavada en un área de dos manzanas con muelles y fondeaderos propios para yates de travesía; una de las posesiones más codiciadas y mejores de la playa.
Inventario que no incluía las propiedades de Alemán en Cuba, entre estas el central azucarero Portugalete, en San José de las Lajas, la Línea Aeropostal Cubana, que operaba carga y pasaje entre La Habana y Miami y cubría algunas rutas domésticas desde el aeropuerto militar de Columbia, así como cuantiosas extensiones de terreno en La Habana del Este, donde se planificaba un aeropuerto internacional y una nueva ciudad, Bahía. Figuraban asimismo en su patrimonio cubano la propiedad y franquicia del club Marianao, de la Liga de Baseball Profesional; varias fincas de cultivo en Pinar del Río y Güines; la finca América, en Calabazar, que fuera propiedad del presidente José Miguel Gómez y en la que, luego de adquirirla, invirtió más de un millón de pesos para ponerla a su gusto, y, entre otras «cositas», el palacete que se ubica a la entrada del capitalino reparto Kohly, a la derecha, según se deja atrás el puente Almendares. Con todo, no se atrevió a deshacerse nunca del humilde apartamento de la calle Águila número 504, donde cambió su suerte de la noche a la mañana. Lo conservaría hasta el final.
Batista, ciertamente, lo superó en cuanto al monto de malversaciones y robos. Pero nadie en Cuba se amillonó en menos tiempo que José Manuel Alemán. Con todo, no es un caso único en una época de sangre y pillaje. Lo que señala su carrera, escribió el periodista Fulvio Fuentes, «es el alcance fabuloso de sus malversaciones, el desenfado con que actúa, la ostentosa exhibición de sus desafueros, y, sobre todo, el clima de absoluta impunidad que lo rodea».
Como un artista enamorado de su obra, Alemán mostraba sus depredaciones con un sentimiento de orgullo. Mientras otros ladrones, con cara de «yo no fui» se cubrían con túnicas de vestales, él, ufano de sí mismo, se jactaba de sus habilidades y escamoteos y llegaba incluso a rectificar a la prensa para ofrecer la justa dimensión de su aventura. Se consideró ofendido cuando el senador Pelayo Cuervo, en la célebre Causa 82, lo acusó de una malversación de 20 millones de pesos. Reaccionó airado: ¿Veinte millones? ¡No hombre, no! ¡Es mucho más! Yo podría decírselo, pero que pase el trabajo de calcularlo.
Y al periodista que le preguntó cómo se las había arreglado para llevarse tanto dinero, dio una respuesta como un pistoletazo. Le dijo: En maletas.
Y nada de papeles. El Ministro de Educación del presidente Ramón Grau San Martín, cuya influencia, como un cáncer nefasto, se extendía por todo el aparato del Estado, tomaba, sencillamente, la plata con las manos. A sus sargentos políticos les pagaba, sin contar el dinero, por pulgadas. Hacía sus transacciones en efectivo y nunca andaba con menos de 30 000 o 40 000 pesos en la cartera. «Para mí, regalar ahora mil pesos es como antes regalar diez centavos —decía—, y los daba realmente. En 1947, por discrepancias con el general Genovevo Pérez, jefe del Ejército, salió de Cuba rumbo a Cayo Hueso, a bordo de su yate Chantaclair. Una patrulla de la Marina de Guerra cubana lo interceptó todavía en aguas jurisdiccionales y el teniente al mando lo conminó a que regresara. Teniente, ¿cuánto gana usted?, inquirió Alemán desde su bote. Respondió el oficial y el Ministro volvió a la carga: Su esposa, ¿trabaja? ¿Cuánto gana? ¿Tienen hijos? Alemán escuchó las respuestas. Dijo en un abrir y cerrar de ojos: Por lo que me dice, usted no puede ahorrar más de 20 pesos mensuales.
En efecto, Ministro, eso es lo que ahorramos. Alemán no reprimió la sonrisa. ¿Qué tal si yo le doy ahora 40 000 pesos en efectivo? Llevaba a bordo varias maletas repletas de billetes de mil.
¿Quién es ese hombre? ¿De dónde surge? ¿Cómo se las arregló para llegar a ser quien fue?
Alemán llegó al Ministerio de Educación de la mano de su padre, el general José Braulio Alemán, que ocupó esa cartera en el Gobierno de Gerardo Machado. El viejo Alemán fue quizá el único hombre que tuvo ascendencia sobre el dictador, de quien había sido jefe en los días de la Guerra de Independencia. Le llamaba «Gerardito» y en los consejos de ministros lo mandaba callar cuando lo creía oportuno. Cuando José Braulio murió, el hijo se hizo antimachadista y lo despidieron. Volvió a la caída de la dictadura como jefe del negociado de Personal, Bienes y Cuentas. Los que lo conocieron hablan de su carisma y simpatía y de su indudable competencia. Era ducho como nadie en el manejo de nóminas, créditos y transferencias. El tiempo transcurría y los ministros cambiaban, pero Alemán permanecía intocable en su cargo. El Inciso K, de la Ley 7 de 1943, refuerza su influencia. Hay, a partir de ahí, dinero en abundancia que repartir. Batista es el presidente de la República, y Anselmo Alliegro el ministro de Educación, pero el artífice de la cogioca, el mago de los números, es José Manuel Alemán.
Gana Grau la presidencia (1944) y Alemán se tambalea, pero el nuevo ministro, el pedagogo Luis Pérez Espinós, le respeta el puesto. Sabe tanto acerca del Ministerio, es tan diligente y eficaz, que llega a hacérsele insustituible. Mientras el Ministro, que quiere ser Presidente, recorre el país repartiendo caramelos a los niños —era un buen hombre— delega cada vez más funciones en el avispado subalterno y llega el momento en que las clientelas electorales se olvidan de Pérez Espinós y tallan directamente con José Manuel que, poco a poco, se le mete por los ojos a Grau y sobre todo a Paulina, cuñada del mandatario y Primera Dama de la República.
Escribía Fulvio Fuentes: «Fino sicólogo y atento observador, el nuevo favorito analiza el carácter complejo de Grau San Martín, sus fobias y sus filias, sus preferencias y resentimientos. Aprende a interpretar su lenguaje esotérico y epigramático, a leer como un libro abierto en el chispazo malicioso de sus ojos. Donde otros se enredan y confunden, Alemán está siempre en la onda. Se sabe de memoria al Viejo...».
Sustituye el diminuto Diego Vicente Tejera a Pérez Espinós y con la oposición del nuevo titular de Educación, el Viejo nombra a Alemán director general de la Enseñanza Politécnica. «Esto vale más que un Ministerio; es una verdadera mina de oro», dice Alemán a sus íntimos. Pero quiere más. Quiere ser Ministro. Paulina lo ayuda y Grau firma el nombramiento. Surge sin embargo un escollo. Miembros de los grupos gansteriles se atrincheran en el Ministerio para impedirle la entrada. Una vez más Alemán resuelve; respetará y aumentará las prebendas de que disfrutan los caballeros del gatillo alegre. Bien pronto los comecandela girarán en la órbita del BAGA —el Block Alemán-Grau Alsina— siniestra maquinaria política urdida por el Ministro y el sobrino del Presidente.
Con Alemán de Ministro, el Inciso K se eleva a 32 millones de pesos. Roba, pero reparte, y no olvida nunca la tajada de Paulina. Su influencia es enorme y sus facultades casi omnímodas. Es la eminencia gris del régimen. Sus tentáculos están donde quiera que haya dinero, lo mismo en Hacienda que en Salubridad. Las pandillas de pistoleros, los llamados grupos de acción, enemigos entre sí, se ponen de acuerdo bajo sus órdenes y consigue, mediante el pago de 5 000 pesos, que los ladrones devuelvan el brillante del Capitolio.
Se liman las asperezas con Genovevo que lo obligaron a salir de Cuba, regresa y Grau lo abraza en la Terraza Norte de Palacio, ante la multitud que se congrega en la Plaza del Pueblo. Ya no es Ministro, pero aún es Alemán y mantiene intactos sus vínculos con el presupuesto. Es uno de los presidenciables en 1948, pero su salud quebrantada por un mal incurable lo aleja de su aspiración. De cualquier manera, Grau y la maquinaria política del Autenticismo se deciden por Carlos Prío Socarrás. Apoya Alemán su candidatura, pero Prío, ya en el poder, no le muestra gratitud y pese a resultar electo senador, su influencia se eclipsa en el Gobierno entrante, empeñado en una política de «nuevos rumbos».
En dos años, solo asiste una vez al Senado. El Mal de Hodkings —cáncer en los ganglios— no le da tregua, pese a las cuantiosas sumas de dinero que a lo largo del tiempo ha empleado en Cuba y en Estados Unidos con la esperanza de curarse. Entre idas y venidas a Miami y la atención de sus negocios particulares transcurre su existencia. Llega así el viernes 23 de abril de 1950. Sobre las siete de la tarde, José Manuel Alemán sintió que su vieja dolencia hacía crisis. Un dolor de cabeza, irresistible, lo privó súbitamente del conocimiento. Poco después de la llegada de los médicos de cabecera a la mansión de la entrada del reparto Kohly, el enfermo recobró el sentido, pero el dolor se había generalizado: el cuello, el pecho, el vientre… Por primera vez en tantos años de enfermedad, sus deudos lo oyeron quejarse. Poco podía hacer ya la ciencia. A medida que caía la noche, empeoraban los signos vitales de aquel hombre joven, herido de muerte. A la una de la mañana del sábado 24 todo terminó. El senador José Manuel Alemán, millonario de 45 años de edad, el caso más sorprendente de enriquecimiento súbito que se registra en la historia de Cuba, había dejado de existir.
A su entierro asistió el expresidente Grau San Martín, y la despedida de duelo estuvo a cargo de «Miguelito» Suárez Fernández, presidente del Senado. Por su condición de Senador de la República se le enterró con honores de teniente coronel muerto en campaña.
¿A dónde fue a parar su herencia, aquella que el Miami Herald llamó en su momento «la herencia mayor de Cuba»? No se olvide que el difunto contaba con socios tragones y exigentes a los que había que llevar en todas las combinaciones. Hace relativamente pocos años, en Miami, su hijo de igual nombre murió baleado por agentes del FBI cuando intentó resistirse a su arresto, luego de asesinar a su suegra.