Lecturas
Si a una persona menor de 40 años le pidieran hoy que localice la Calzada Real y la Calzada de Columbia o las calles Samá y Panorama en el actual municipio de Marianao, pensará de seguro que le toman el pelo. De cualquier manera, no las encontrará, porque tales calles no existen. O mejor, existen, pero desde hace mucho tiempo cambiaron sus nombres.
Tampoco Marianao es el mismo que fue. La división político-administrativa de 1976 subdividió en tres el antiguo municipio. En 1858 las clases vivas de la localidad pidieron a las autoridades coloniales la creación del municipio de Marianao, territorio dependiente hasta esa época del Ayuntamiento de La Habana. En ese mismo año, el 3 de septiembre, se daba respuesta afirmativa a la solicitud. A partir de ahí, dicen los investigadores, pocas zonas crecieron tanto y en tan poco tiempo como esa comarca del oeste habanero, que durante años había sido selva más que campo y que, pasados los Puentes Grandes, era sobre todo el camino de Vuelta Abajo, área donde se asentaban unas cuantas familias y ganaba en preferencia como sitio de veraneo.
Un alcalde batistiano le llamó «La ciudad que progresa», y convirtió la frase en el eslogan de sus campañas políticas. Benny Moré cantaba a mediados del siglo pasado: «En Marianao la vida se ve, es de color de rosa…». No debe perderse de vista, sin embargo, que con los fastuosos repartos Country Club, Miramar y Kohly, entre otros, coincidían, en bolsones de pobreza, los llamados barrios marginales, conformados por familias provenientes algunas del interior del país, que vivían en condiciones de insalubridad y ajenas a los beneficios de la vida moderna. Fue en Marianao donde se creó, en 1911, el primer barrio obrero de Cuba; se le conoce por el nombre de su fundador, Pogolotti, italiano avecindado en Cuba desde 1898.
En Marianao, en la calle Panorama número 42, un mulato chino llamado Wifredo Lam pintaba sus junglas monumentales con gouache muy diluido sobre papel de estraza. No muy lejos de allí, en la quinta San José, Lydia Cabrera escribió El monte. Y años antes, en ese territorio, Carlos Juan Finlay concluía sus investigaciones sobre el ente transmisor de la fiebre amarilla. Centros nocturnos fastuosos como Sans Souci y Tropicana alternaban con los cabarets precarios y marginales de la Playa. El verdadero poder de la Cuba de ayer tenía su asiento en Marianao, donde la Ciudad Militar de Columbia servía de sede al Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas, así como al Regimiento 6 de Infantería Alejandro Rodríguez, y al Regimiento Mixto de Tanques, que eran el pollo del arroz con pollo del Ejército cubano.
Sobre las calles y los repartos del antiguo municipio de Marianao y acerca de hechos curiosos de esa localidad me pide que escriba Gilda Guimeras, una atenta lectora de Guanajay. La complaceré enseguida.
La actual Avenida 51 se llamó Calzada Real de Marianao y antes Calzada de San Francisco Javier. Y es que los fundadores del poblado pusieron su ermita bajo la advocación de ese santo. El primer asentamiento del territorio se ubicó entonces en lo que hoy sería la Avenida 51 entre las actuales calles de 74 y 88. Ese ocurrió en 1720. Seis años más tarde un incendio devastó el caserío, lo que provocó que algunos de sus moradores se trasladaran más hacia el oeste; lo que hoy sería 51 esquina a 108. A ese nuevo asentamiento se le llamó Quemados, nombre que parece haber sido también el del sitio primitivo. El caserío destruido por el fuego fue rebautizado como Curazao, aunque en algunas crónicas se le identifica como Quemados viejo.
Había ya gente radicada en Puentes Grandes desde fines del siglo XVI, cuando Hernán Manrique de Rojas fomentó en el lugar un ingenio azucarero. Cuando esa fábrica de azúcar desapareció y las tierras se dedicaron a otros cultivos, permanecieron en su sitio los que se habían establecido en la cercanía del ingenio. A partir de 1740 el nombre de Puentes Grandes aparece en documentos oficiales. Se le llamó así por los puentes que cruzaban el Almendares y facilitaban el camino hacia el oeste.
Lo ameno de la zona hizo que muchas familias capitalinas la escogieran para erigir sus casas de veraneo y disfrutar así de las entonces límpidas aguas del río. Pero en 1768 un temporal acabó con los puentes y el poblado entró en una fase de estancamiento de la que empezaría a resurgir cuando el Marqués de la Torre, gobernador de la Isla, dispuso la construcción de dos nuevas pasaderas, aptas esta vez para el tránsito de carretas y carruajes, a diferencia de los anteriores, que permitían solo el paso peatonal y de caballos. Un nuevo temporal y la crecida y desbordamiento del río dieron al traste con esos puentes, y no sería hasta 1791 cuando se construyó el puente definitivo. En 1836, Puentes Grandes contaba con unas cien edificaciones, alrededor de 700 habitantes permanentes y una población flotante que duplicaba esa última cifra en la temporada de baños.
Mientras tanto, en Marianao, con escasos recursos naturales y una exigua población, el decrecimiento de la producción agrícola impulsaba la emigración hacia otros parajes. El turismo sería entonces una alternativa para el crecimiento económico local. Sus condiciones como pueblo de veraneo resultaban excelentes, gracias a la presencia del río Marianao y a las aguas medicinales de El Pocito. La belleza de sus paisajes le añadía un atractivo singular y su cercanía a la ciudad de La Habana haría el resto. La continuación de la Calzada de Monte, que atravesó El Cerro y cruzó los Puentes Grandes, consolidó a Marianao como sitio propicio para el esparcimiento.
No descansan los promotores del proyecto, encabezados por don Salvador Samá, marqués de Marianao. Piensan que a las bondades de la naturaleza deben sumarse las facilidades culturales y están convencidos de que la cultura generará ingresos que se revertirían en el desarrollo del poblado.
Auspician, en 1848, la construcción de la Glorieta, en lo que hoy sería 51 esquina a 128, y diez años más tarde y en el mismo sitio, erigen el Teatro Principal, llamado Concha originalmente. Era una zona que crecía con la construcción de casas-quinta y otras edificaciones de mayor lujo y calidad de las que existían anteriormente, síntoma indiscutible de los beneficios económicos y el prestigio que estaba alcanzando Marianao como sitio de temporada.
Fue la edificación e inauguración de la Glorieta lo que cimentó la celebridad del poblado que, además de sus magníficas condiciones para el descanso, se hizo notar desde entonces por los atractivos bailes que se convirtieron en cita obligada de la gente divertida y la juventud alegre. Las autoridades obligaban a las compañías que pasaban por aquellos escenarios a ofrecer funciones benéficas a fin de recaudar fondos que sufragaran las obras públicas locales.
Se impone anotar otros hechos notables. En 1848 se inaugura en Marianao el servicio de diligencias; otra medida favorable para atraer a los veraneantes. En 1863 comienza a funcionar el ferrocarril Habana-Marianao. En 1864 se traza la calzada que conduce a la playa. En 1881 se inaugura el primer hipódromo. Esos acontecimientos, dicen los investigadores, son signos de la entrada, tímida, pero ya con resultados palpables, de una dinámica urbanística y citadina que acrecienta la importancia del poblado con respecto a la capital y le da fisonomía e identidad propias desde su proyección como sitio de veraneo que irá desplazando con el tiempo a otros lugares habaneros con fines semejantes.
La construcción del puente que cruza el Almendares a la altura de la Avenida 23 y el llamado puente de Pote, que unió Calzada con la Quinta Avenida, fueron decisivos en el desarrollo marianense, como lo fue antes el emplazamiento del campamento militar de Columbia, que propició el surgimiento de densos núcleos poblacionales. Un regimiento del Ejército norteamericano que tenía su base en esa región se estableció en la zona en los días de la primera intervención en Cuba y dio nombre al lugar.
El período de la Danza de los Millones o de las Vacas Gordas, consecuencia del alza de los precios del azúcar durante la I Guerra Mundial, fue también decisivo en el desarrollo y la urbanización de nuevas áreas. El hipódromo Oriental Park fue un valor añadido a partir de 1915. Se le proclamó de inmediato como el mejor de las Américas. En su pista corrieron los mejores caballos montados por los jockeys más famosos del mundo. Muy célebre sería, a partir de 1929, el estadio de La Tropical, donde en 1936 tendría lugar la carrera más extravagante que se pueda imaginar, cuando Jesse Owens, ganador de las competencias de 100 y 200 metros en los juegos olímpicos de Berlín, corrió contra un caballo y le sacó más de 20 metros de ventaja. En 1944 quedaba inaugurado el obelisco-memorial a Carlos J. Finlay. Es una torre de 32 metros, revestida de bronce y piedra de Jaimanitas, con basamento de granito negro y rematada por un faro que servía de guía a los aviones hacia el cercano aeropuerto militar. Un friso escultórico lo enlaza con los cuatro edificios circundantes, de marcado sabor castrense. Antes, en 1941, abría sus puertas el hospital de Maternidad Obrera, una estructura art decó dotada de 250 camas. La escultura de Teodoro Ramos Blanco titulada Madre e hijo se integra sobre la entrada al altísimo pórtico de este edificio.
Entre 1903 y 1915 se fomentaron en Marianao los repartos Columbia, Almendares, Buenavista, Larrazábal, San José, Jesús María, Los Hornos, Miramar, La Serafina, Clarisa y Oriental Park, entre otros. Con posterioridad se urbanizaron La Sierra, Céspedes y Ampliación de Miramar, la segunda ampliación del reparto Almendares y Alturas del Río Almendares. En la ribera del Quibú se construyen los repartos rústicos Country Club (hoy Cubanacán) y La Coronela. Playa ocupó su espacio entre Miramar y el Country…
No son todos tal vez y muchos ya no son parte del municipio original, sino de los que se desprendieron en 1976.
La necesidad imperiosa de coordinar la nomenclatura de las calles por la gran cantidad de repartos fomentados en Marianao, donde ocurría la repetición de nombres y letras que hacía confusa la localización de las direcciones, hizo que en 1957 el municipio fuera dotado de un sistema de rotulación moderno. De acuerdo con ese sistema, comenzando desde el mar, todas las calles más o menos paralelas a la costa se rotularon como avenidas, y las perpendiculares, como calles. Las avenidas son nones y pares las calles. La nomenclatura de las calles va de menor a mayor a partir de la desembocadura del Almendares. El de las avenidas va de menor a mayor desde el mar hacia dentro.
El trazado irregular de las calles obligó a dar «saltos» en algunas partes del municipio para poder numerar de forma correcta aquellas calles o avenidas cuyo trazado no es totalmente de Norte a Sur ni de Este a Oeste. Por eso, en algunos casos a los números se les añadió una letra.
(Fuentes: Textos de Raquel Jacomino y Francisco Morán y Cuba en la mano).