Látigo y cascabel
Desde que el mendigo español Germán González fue vendido a un coleccionista, en la feria Arco, como una acción plástica, poco o nada de lo que sucede en el mercado del arte me sorprende. Aun así no logro permanecer inerte ante la manipulación de ciertos comerciantes que insisten en fabricar mercancías que no existen y crean un mito alrededor de ellas para sacarles el mayor provecho.
Hablo de la reciente venta en una subasta en Christie’s (Londres), en más de cuatro millones de dólares, de una cama con sus sábanas sucias, arrugadas y manchadas de vómito, en la que la artista contemporánea Tracey Emin pasó cuatro días, en 1998, sufriendo la pérdida de un amor.
Emin, cuya capacidad creativa y estrategia persuasiva no pongo en duda, quizá no imaginó el valor que adquiriría su cama, convertida por ella en instalación y vendida para sorpresa de todos a un precio exorbitante gracias a una especulación ridícula y una burla a las personas que, por desconocimiento, no son capaces de poner en duda cuanto se les ofrece con la etiqueta indefinida de arte contemporáneo.
La noticia, publicada por numerosas agencias, ha generado un gran debate entre los amantes del llamado arte contemporáneo, término que se ha convertido en una trampa dado que sirve para promover cualquier propuesta, aun cuando constituya un insulto a la inteligencia colectiva y solo «diga» cuando se le contextualice, se respalde mediante un discurso y se «legitime».
Cierto es que para entender el arte conceptual hay que entrenar el ojo y abrir la mente, como sugieren los avezados en la materia; pero ¿no será que hasta ellos mismos se están dejando confundir por un modo de inventar mercancías «estéticas» que llega cada vez más lejos y está ya afectando, incluso, a los artistas cubanos?
Las puertas de algunas de las escasas galerías que en Cuba se dedican a la comercialización actualmente solo se abren para unos pocos artistas. Cautelosos con lo que promocionan, nuestros comerciantes de arte prefieren no correr riesgos y apuestan por lo seguro; o sea, por artistas que responden a las pautas trazadas por quienes rigen la demanda internacionalizada o ya están posicionados en el mercado: bien porque ganaron un premio internacional o porque fueron previamente «descubiertos» (término que se emplea con frecuencia) por algún marchand extranjero, coleccionista, curador o crítico que etiquetó su obra con una «marca de prestigio» y un precio respetables.
Se trabaja con círculos muy reducidos de creadores, sobre todo con los que hacen un arte conceptual, renovador, adelantado en términos estéticos, que es actualmente el que más se vende a nivel internacional. Lo anterior ha traído como consecuencia que muchos de nuestros auténticos artistas que desde la pintura, la escultura y el grabado y otros géneros no apodados como «contemporáneos» marchan a tono con la revolución constante que vive el arte, estan siendo marginados y les resulta difícil entrar en los circuitos de comercialización, porque ni son emergentes (ser joven da puntos en esta carrera de posicionamiento) ni crean el tipo de obra conceptual que buscan los marchands que aquí tienen mayor influencia.
¿Cómo es posible que nuestras empresas de mercado artístico negocien separadas de las instituciones cubanas de valoración y proyección cultural del arte, sometiéndose al riesgo de convertirse en servidoras de marchands foráneos, entidades transnacionales, revendedores de lo artístico, coleccionistas? ¿Es acaso estratégico que se promocione y venda principalmente lo que es solicitado desde el exterior, dejando fuera de las posibilidades de mercado a creadores de mucho talento y comercializando lo que satisface intereses y concepciones erróneas de galeristas y empresarios cubanos del arte?
Sin dejar de conceptualizar y estar a tono con las tendencias actuales, sería muy saludable repensar cómo se está comercializando el arte cubano. Ayudaría mucho la existencia de un sistema coherente que haga posible que los artistas de diversa índole tengan promoción y comercialización equivalente, pues la política de desarrollo del arte visual en la Isla no puede ir separada de sus modos de comercializarlo. Hay que romper el cerco que se ha creado alrededor de los circuitos de comercialización o terminaremos por convertirnos en neocolonizados de la transnacionalización mercantil del arte.