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Tal y como dijo en un monólogo el famoso comediante satírico norteamericano Geo Carlin: «Se le llama el sueño americano porque usted tiene que estar profundamente dormido para creerlo».
Estados Unidos, que cada vez más cierra sus fronteras a los emigrantes para que no alcancen ese «sueño» —las legislaturas de unos 20 estados están esperando comenzar su trabajo de 2011 para imitar la ley de Arizona que legaliza el asalto de los inmigrantes indocumentados—, vive a su vez la pesadilla de estar pasando en estos momentos por la peor experiencia en desempleo prolongado desde la llamada Gran Depresión del pasado siglo.
Un reciente estudio estima que la desocupación alcanza un nivel mayor del mostrado en el índice oficial, pues en los últimos 12 meses no ha bajado del 10,8 por ciento, cuando en la recesión de 1982-1983 la tasa del 10 por ciento duró siete meses.
El informe destacó una característica que marca la diferencia para que la actual situación sea mucho más dura para quienes sufren el desempleo: la edad de los desocupados, pues la población estadounidense en general ha envejecido en relación con la de la década de los 80, y resulta mucho más difícil reencontrar trabajo a quienes ya debían estar en los umbrales de la jubilación.
Por supuesto, entonces, como ahora, los jóvenes siguen aportando el desempleo mayor: 15 por ciento.
El estudio del Center for Economic and Policy Research, no entra, sin embargo, en otro problema que se ha ido incrementando en Estados Unidos en los últimos años: el subempleo. ¿De qué se trata? De quienes tenían un salario por hora y se les ha rebajado en casi el 50 por ciento, sin poder encontrar un segundo puesto de labor que le compense; cuando no pueden trabajar horas extras y la esposa o el esposo están desempleados; cuando las labores puestas a disposición en el mercado laboral son de media jornada o trabajos por contratación sin seguridad de permanencia; cuando en empleos que pagan por hora se disminuyen las que tienen que laborar por la introducción de nuevas tecnologías sustitutas del trabajo de hombres y mujeres, advertía el comentario de un lector del estudio. Ese subempleo pocas veces sale a flote en las estadísticas, agregaba.
En estos momentos se considera que hay 45 millones de estadounidenses recibiendo la ayuda de cupones de alimentos, porque sus ingresos no alcanzan para suplir esa necesidad vital. Esa es otra realidad que añade fuego a la alucinación.
Unos tras otros, los comentarios se suceden y dejan ver verdades absolutas, con crudeza o con ironía: «Esto es una depresión para aquellos que han perdido sus casas, sus negocios, sus trabajos, y sus familias. Los tiempos son buenos para la élite política, económica y la clase media. No es una depresión hasta que nos toca personalmente...»
Otro, para solucionar el problema apuntaba con sarcasmo una idea «brillante»: «Todavía hay cantidad de trabajos en las fábricas de armas y en el servicio militar. Todo lo que tiene que hacer es vender su alma». A lo que otro lector respondía: «Sí, la otra opción viable es enrolarse en las filas de la mayor población penal del planeta. La Corporación de Correccionales de América necesita más ganancias».
Ni que Geo Carlin les hubiera dictado el guión para ese sueño americano a estos bien despiertos comentaristas del pueblo. Pero la pesadilla sigue...