Inter-nos
Nuevamente la palabra «terroristas» acapara las informaciones de las agencias noticiosas, las primeras planas de los diarios, la pantalla de los televisores. Se cuece un clima de pavor, se fomenta la alteración nerviosa, la maquinaria de propaganda calienta motores y pone a temblar al mundo. Amenazas allá y acullá, cierre momentáneo de tal o más cual aeropuerto del mundo occidental por paquetes de dudoso aspecto, detenciones de sospechosos en aquella capital o en la otra ciudad, estallidos ciertos y mortales en países del Medio Oriente o centroasiáticos.
Y en medio de esa cruzada contra un terror que tiene un porcentaje mayor de virtual que de amenaza real, el Servicio Secreto de Estados Unidos hace su faena aportando un poco más de pimienta.
Definió las posibilidades futuras afirmando que George W. Bush, cuando pase a retiro en enero de 2009, se convertirá en «un blanco terrorista de alto valor». Los hombres encargados de la seguridad presidencial ya se preparan para tamaño reto, teniendo en cuenta que el W. Bush ha sido probablemente uno de los más brutales mandatarios que ha tenido la Casa Blanca, hacedor de una persecución racial-confesional sin límites y de las matanzas ejecutadas mediante dos guerras justificadas con mentiras: Afganistán e Iraq. Y eso da materia para la venganza.
Así que de acuerdo con la ley, a partir de enero de 2009 y durante diez años, 103 hombres y mujeres del Servicio Secreto le darán protección al ciudadano George W. Bush, una cifra de agentes sin precedentes, lo que probablemente elevará el costo promedio de la salvaguardia de cualquier ex presidente: 24 millones de dólares al año.
Y entonces vamos a hurgar un poco más en ese dinero, patrimonio omnipresente en la cultura estadounidense que acompaña a otro legado, la violencia.
Buscando algún otro dato sobre ese «servicio del Servicio Secreto» encontré un artículo publicado a comienzos de este año por el periódico Toledo Blade, en el cual se dice que, por concepto de pensiones presidenciales, congresionales —algunos fueron senadores o representantes— y por pagos para garantizar su custodia, los contribuyentes han visto esfumarse desde 1977 hasta el año 2000 un total de 370 millones de dólares. Por cierto, las pensiones presidenciales están subiendo este año a 186 600 dólares anuales, una mejor tajada que asegura el próximo en la plantilla.
La plata se gasta desde 1958, cuando se decidió que el ex presidente Harry S. Truman no tenía que responder su propio correo y comprar sus estampillas porque solo contaba con la jubilación del ejército: $112.56 cada mes. De allá hasta acá ha llovido bastante, y cada vez más billetes verdes.
Adicionalmente, los ex reciben asignaciones de bolsillo para pagar los salarios de sus empleados, la renta de la oficina, el servicio telefónico local y de larga distancia, las publicaciones, los viajes, los cuidados médicos y, por supuesto, el origen de toda esta plata: el uso sin costo del correo. Ah, se me olvidaba también, en su momento, los contribuyentes pagarán funerales y entierros con honores militares...
Lo mejor del caso es que estos ex presidentes de ahora nada tienen que ver con la «pobreza» de Truman. Son millonarios, y hasta multimillonarios, reciben pagos de 100 000 dólares por una sola conferencia o discurso que pronuncien, y sus nombres aparecen —con paga y ganancias incluidas— en una o más juntas directivas de corporaciones. Por ahí anda W. Bush, así que realmente será un «invaluable» blanco... o un «blanco» invaluable.