Inter-nos
Un mercenario de Blackwater
Robert Gates, el ex director de la CIA que George W. Bush ha designado como sucesor del renunciante, rechazado y fracasado Donald Rumsfeld, al frente del Departamento de Guerra, dice que Estados Unidos no está ganando en Iraq. La verdad fue mantenida durante la audiencia del Comité de Servicios Armados del Senado, donde busca la confirmación en el cargo, cuando el legislador demócrata Carl Levin le hizo la comprometedora pregunta y Gates respondió: «No señor».Ciertamente, las cosas van de mal en peor a pesar de que el Pentágono ha mantenido en el territorio mesopotámico una fuerza de unos 150 000 efectivos y ha ido organizando y entrenando un ejército iraquí que aspiran sea de 325 000 soldados. Pero el costo monetario y en vidas de esa guerra de más de tres años y medio pone los puntos sobre las íes a pesar de que a Bush y a su gente se les hace difícil reconocer los apuros y la virtual derrota.
Sin embargo, los militares no son los únicos que han cruzado el espacio y los mares para imponer la «libertad» y la «democracia» al mejor estilo bushiano, también llegaron por miles los que trabajan para aquellos consorcios privados consagrados a la seguridad de las empresas dedicadas al apoyo logístico de las tropas, a interrogar a los prisioneros, a construir las bases para los soldados que Estados Unidos piensa mantener en Iraq, aun cuando algún día decida o más bien se vea obligado a retirarse como ejército invasor...
Resulta que en los campos de batalla hay unos 100 000 contratistas del gobierno, fundamentalmente norteamericanos e iraquíes, aunque también de otros países. Un número que le pisa los talones a los soldados del ejército regular y que multiplica por cuatro lo calculado inicialmente por el Pentágono que hablaba solo de 25 000 en ese otro ejército, donde junto con los constructores especializados en ofrecer seguridad, están los que simplemente pueden catalogarse de mercenarios.
Empresas como DynCorp International, Blackwater USA y L-3 Communications son citadas en la primera trinchera de este negocio de la guerra por Deborah D. Avant en su libro The Market for Force: The Consequences of Privatizing Security (El mercado para la fuerza: las consecuencias de privatizar la seguridad). Le acompaña, como es de suponer, Kellogg Brown and Root —la gran devoradora de los presupuestos del Pentágono y exitosa filial de Halliburton, el consorcio del vicepresidente Dick Cheney—, que tiene bajo su mando 50 000 empleados y subcontratistas en Iraq, Afganistán y Kuwait.
Como es de suponer también, hay otra lista funeraria en Iraq y esa lleva los nombres de los «contratistas», unos 650 muertos desde que comenzara la agresión bélica en marzo de 2003.
Hay un elemento que añade interés mayor a esta especie de privatización de la ocupación de Iraq: los datos suministrados por el Comando Central de las fuerzas estadounidenses no incluyen a los «subcontratistas», por lo que deben ser unos cuantos miles más de empleados privados del Pentágono; así que debe hacer una pregunta obligada: ¿será este ejército privado el que sustituya a las fuerzas regulares estadounidenses y mantenga, de hecho la ocupación?