Acuse de recibo
El 13 de octubre de 2018 Ana Elizabeth Torres Cueto, (Trocadero, No. 263, altos, entre Águila y Amistad, Centro Habana, La Habana), denunció aquí un peligro mortal: el edificio colindante de tres pisos, el 265, estaba declarado inhabitable e irreparable, con derrumbes grado A y B, según dictámenes técnicos de 1998.
Y su casa, con techo de vigas de madera y losa, no soportaría la caída del inmueble. Desde que Ana se mudó para allí, en 1999, su abuela hacía trámites al respecto. Y desde entonces hubo desprendimientos del edificio sobre la casa. En Secons le dijeron que apuntalarían, pero entonces no había madera. Tras larga espera, un viernes retornó, y le dijeron que el apuntalamiento sería el siguiente lunes, pues había entrado la madera. Y no fueron ese día. El martes volvió, ¡y se había acabado la madera!
El 20 de mayo de 2018, cayeron pedazos sobre el cuarto de Ana, quien, por suerte, no estaba en él. Desde entonces reclamaron a diversas instancias, incluido el Gobierno municipal. A lo sumo, el 8 de junio Demoliciones envió dos representantes, pero sin los instrumentos necesarios.
Lo peor de todo, refería, es que en 20 años el derruido edificio fue sucesivamente ocupado por ilegales. Pero ella y su familia seguían bajo el peligro.
El 19 de enero de 2019 respondía aquí Nelson Tamayo Carrillo, director de la Vivienda en Centro Habana, que los técnicos del Grupo de Diagnóstico y Emergencias, perteneciente al Grupo de Conservación y Rehabilitación de esa entidad, visitaron el sitio, y comprobaron que el inmueble necesitaba una demolición. Y para ejecutarla se debían extraer y reubicar a sus habitantes, lo cual impedía llevar a cabo la acción planificada.
«Es dable señalar, precisaba, que aun cuando la demolición está planificada para el primer trimestre del presente año, está dependerá del proceso de declaración de ilegal que se iniciará de inmediato contra las personas que no tienen un estatus legal en el inmueble, toda vez que el resto de los convivientes que deben salir han planteado la voluntad de autoalbergarse sin necesidad de reubicación».
El pasado 10 de junio Ana Elizabeth volvió a escribirnos para testificar que nada se ha resuelto y la situación ha empeorado mucho más. La declaración de ilegales planteada por Nelson como requisito para la ansiada demolición nunca se ha realizado.
Expresa que si entonces la justificación era que no había dónde ubicar las familias del edificio, hoy está vacío lo que queda del tercer nivel, y en el segundo permanecen algunos núcleos familiares que siempre han vivido allí, más otros que por la demora y desatención de las entidades correspondientes, se han posesionado ilegalmente.
Recuerda que en mayo de 2019 recibió una carta de la Dirección Municipal de la Vivienda, en respuesta a la que había enviado al Consejo de Estado en junio de 2018. En ella le comunicaban la necesidad de solicitar Dictamen Técnico y Orden de Albergue en el Departamento de Diagnóstico y Emergencia de la Subdirección de Inversiones de esa entidad, para confeccionar un expediente y dar solución a su caso.
Y respondió el 13 de junio de 2019 a Tamayo Carrillo, que tanto ella como los vecinos de los bajos de Trocadero 263 se comprometían a autoalbergarse en casas de familiares cuando se fuera a demoler el edificio vecino. Y solo quedarían pendientes de albergue las personas que aún vivían allí. Y le recordó que cuenta con varios dictámenes técnicos y órdenes de albergue de años atrás, ya sin validez debido a la excesiva burocracia y larga espera sin resolver el problema.
En mayo de 2019, tras mucha espera, fue una brigada de Secons a hacer una supuesta falsa obra en el techo de su casa, necesaria para continuar el proyecto. Y según le explicaron, esta tenía una duración efectiva de seis meses, ya que la madera, al encontrarse a la intemperie, se va deteriorando y pudriendo, y deja de cumplir su objetivo principal que es proteger; justo lo que está sucediendo después de más de un año expuesta a las inclemencias del tiempo.
Ana Elizabeth pregunta cuánto más se dilatará esta situación, pues se acuesta cada día con el corazón en la boca y sin lograr pegar un ojo, sobre todo en las temporadas ciclónicas.