Acuse de recibo
EL diferendo entre un ciudadano y una entidad estatal muchas veces es desgastante, como la historia que relata Esther C. Muñiz, de sus conflictos con Tabacuba.
Esther es propietaria legal de una casa de dos plantas en calle 16 no. 357, entre 23 y Zapata, en el municipio capitalino de Plaza; que fuera originalmente adquirida por sus padres en 1953. Y según reza en escritura, a mano izquierda tiene un pasillo colindante con el edificio Partagás.
Los apartamentos del Partagás se hallan a partir del cuarto piso del inmueble. Desde la planta baja hasta ese nivel radicaba un local de almacenamiento para camiones y tabaco en rama de la otrora fábrica homónima, con entrada exclusiva por la calle 23. La fábrica jamás tuvo acceso a la colindancia, por ser un paño de pared, un muro ciego.
A raíz de la creación de Tabacuba, se ubicó, en lo que luego pasó a ser el tercer piso del edificio Partagás, un área de oficinas y apartamentos para los trabajadores. Y en la reconstrucción, inconsultamente la entidad abrió en la planta baja una puerta hacia la colindancia, en lo que era un muro ciego. Y arrimó una tubería pluvial al muro de la casa de Esther.
Recientemente Tabacuba instaló aire acondicionado para sus empleados, afirma, y para ello recuperó dos equipos de tecnología obsoleta, destinada a emplazarse en azoteas. Y los instaló en la colindancia, a pocos metros de su cocina. El encendido de estos genera un ruido persistente, que impide el descanso y provoca fuertes dolores de cabeza. Y al estar cerca de sus ventanas todo el calor, polvo e inmundicias que giran en sus ventiladores terminan depositados en alimentos, libros y camas.
Por su obsolescencia y desuso, añade, al motor original se le trabó el sistema de rodamiento. Instalaron un segundo motor, que también se trabó, y trajeron un tercero. Aunque los desechados no funcionan, no los han retirado. Ya hay un vertedero cerca de la ventana de su cocina.
«A semejanza de todos los ancianos que han ido perdiendo validez, dice, debo hacer mis comidas en la meseta de la cocina. En dos ocasiones he debido tirar el almuerzo porque, al encenderse los equipos, a la vuelta de minutos la comida está recubierta de cuerpos extraños. Se lo dije al Director de Tabacuba y me sugirió que un toldo o algo similar podrían solucionar el problema. Además de absurdo, eso es imposible por falta de anclaje.
«Pedí al Director de Tabacuba y a la Delegada que vinieran a comprobar desde el interior de mi casa. Les enseñé las habitaciones de la planta alta, donde no es posible descansar por el ruido, el polvo y cuanto mueven los equipos. He debido recubrir con sábanas viejas camas, mesa de trabajo, librero y computadora para preservarlos. Y la única respuesta que obtuve fue que 60 empleados necesitaban aire acondicionado para trabajar.
«He conversado con el Director de la empresa en cuatro ocasiones para que traslade estos equipos a un sitio alto. Pero aduce que existen problemas constructivos. También he hablado en tres ocasiones con la delegada, quien en mi presencia le dijo que debía retirarlos ya que el Citma solo le daría 72 horas para hacerlo. No hubo respuesta. Volví a pedirle el desplazamiento a la azotea del edificio Partagás o al interior de la vieja y amplísima fábrica, que está completamente vacía, y solo obtuve silencio por respuesta.
«Me inquieta que todos esos inconvenientes se produzcan en la calibración del primer equipo, ya que estos se duplicarían con la arrancada del segundo. Es justo que los trabajadores de Tabacuba tengan aire acondicionado, pero no fui yo quien creó la trampa de calor sin haber garantizado la climatización. Un problema laboral no puede solucionarse creando un problema social a costa mía.
«Asimismo, agradecería que Tabacuba remplazara por una bomba de agua tradicional el motor que utilizan para subir el agua a los tanques. Ese motor de turbina —cercano a la primera habitación de la planta alta— hace muchísimo ruido cuando se acciona varias veces al día, a partir de las 6:00 a.m. Soy consciente de las dificultades económicas del país, pero no creo que Tabacuba figure entre las empresas más pobres. Y un poquito menos de ruido contribuiría al equilibrio y armonía que todos necesitamos.
«Siempre he sido una persona muy independiente, pero ya tengo 75 años, estoy jubilada. Vivo sola y estoy muy limitada por una cirugía de cadera. Salgo de casa dos veces a la semana acompañada de una cuidadora o de amigos generosos, por lo que me animo a solicitar ayuda, agradeciendo de antemano», concluye.