Acuse de recibo
Alberto Hing Valdivia (Santa Rita 202, entre Santo Tomás y Corona, Santiago de Cuba) se queja con razón del picotillo que resultan los paquetes de galletas de sal que se venden en CUP, como si los consumidores no merecieran respeto. Las galletas se envasan en bolsas de nailon en las fábricas. Y tras el trasiego de transportación y distribución, llegan al comercio hechas trizas. Partidas y molidas. «Es increíble, dice; no hay quien te convenza de llevarlas».
Hing no comprende por qué esto pasa regularmente, a la vista de todos, y no sucede nada:
¿Cómo es posible —pregunta— con las dificultades que tiene Cuba para adquirir materias primas para fabricar una galleta de calidad? ¿Cómo gastar tantos recursos en cocinar esa galleta, pagar salarios de horneros, envasarlas y transportarlas, para que al final no puedan consumirse?
Deben estar muchas cosas fuera de orden o estamos perdiendo la visión, cuando en medio de la difícil situación que atraviesa el mundo con los alimentos, nos demos ese lujo de perder una producción de galletas.
Cuando se les reclama a los dependientes, la explicación es que las traen en esas condiciones. Me indigna ver como sucede esto, ya que trabajé en Tiendas Recaudadoras de Divisa por 12 años y siempre se habló de la calidad de los productos a la venta. Los inspectores de precios aplicaban multas si te encontraban galletas rotas en los paquetes. ¿Dónde están estos compañeros? ¿Se extinguieron como los dinosaurios?, se cuestiona el lector.
Hace más de dos semanas, Mario Martínez Casado (Lombillo 702, apto 11 B, entre Estancia e Hidalgo, Plaza, La Habana), adquirió, al precio de 2.25 CUC, un paquete de 4 chorizos Oro Rojo en el quiosco de Tiendas Panamericanas, en San Pedro y Panorama, Plaza de la Revolución.
Volvió allí para comprar más, y ya se habían agotado. Había, en el quiosco de otra tienda Panamericana sita en Ayestarán, entre Tulipán y La Rosa, pero al precio de 2.50 CUC. Los compró, resignado… No cabía en su asombro cuando comprobó que en otra Tienda Panamericana, ubicada en Tulipán, cerca de la calle 26, en el propio municipio Plaza, se ofertaba el paquete a 2.80 CUC.
A Mario le resulta inaceptable que un producto se pueda comercializar, en el mismo municipio y en unidades comerciales de la propia cadena, a tres precios diferentes. ¿Es que cada quien puede fijar el precio a su libre albedrío?
Primera vez que Niurka González (Calle 74 No. 29C26, entre 29C y 29 E, Buenavista, La Habana) escribe a un periódico; y no sabe si su historia tendrá suficiente calibre para clasificar, entre tantos problemas esenciales del país.
Cuenta que el pasado 1ro. de abril, su hijo extravió el teléfono móvil (LG táctil) en un ómnibus P-9. Vaya contrariedad, no solo por la pérdida, si no por los trámites para bloquear la línea. Y cuando ya había realizado esta operación, el esposo de Niurka recibió una llamada de una joven que decía haberlo encontrado. Su único interés era devolverlo.
«Me sentí muy aliviada —confiesa Niurka— pero a la vez extrañada. Conozco personas que han pasado por esa experiencia y no han corrido con suerte. Esta vez fuimos afortunados. La joven buscó en los contactos, y así nos hizo saber su dirección. Pudimos recuperarlo sin contratiempos».
Había más sorpresas. Al contactar con la joven, supo que se llama Carolina Tejeda, tiene 19 años y cursa segundo año de Ingeniería Hidráulica en la CUJAE. Vive en calle 39, No. 888, entre 24 y 26, Nuevo Vedado, Plaza de la Revolución.
Alguien en la familia de Niurka dijo: Ah, claro, por eso lo devolvió, es que estudia en la Universidad. «Entonces, mi hijo fue el primero en discrepar: Eso no tiene nada que ver, porque yo no estudio en la Universidad y hubiera hecho lo mismo. Sin pretenderlo nos dio una lección a todos».
Luego, cuando visitó a la joven, esta le contó cómo halló el móvil en un asiento del ómnibus. Al intentar dárselo a un joven que iba a su lado, el mismo le respondió: No, no es mío.
«Observé cuán sencilla y humilde es la joven. Le di las gracias, le pedí me permitiera darle un abrazo, pues admiré y agradecí mucho su actitud. También le agradecí a su familia, allí presente. Fue fácil constatar que ella es su obra. La abuelita me dijo: Ella hizo lo correcto, son los valores que le hemos inculcado.
«Una vez más compruebo, aunque algunos aún se aferren a negarlo, que la mejor de las Universidades es la de la casa; como también es innegable que cuando se complementa con buenos maestros, entonces la obra es completa.
«Agradezco públicamente a Carolina por su actitud. Es bueno saber que existen jóvenes así; estoy completamente segura de que en nuestro país hay muchas Carolinas».