Acuse de recibo
El problema del «faltante» de pollo en la venta a la población por la vía normada, y de los controversiales índices de merma que se les aplican a los envíos congelados y envasados de ese alimento, son motivo de molestia para los consumidores, que en no pocas ocasiones no alcanzan a adquirir el producto y deben esperar por futuras reposiciones de su derecho.
Hoy nos escribe Bárbara Acosta Machín, viceministra de Comercio Interior, quien refiere que «una de las causas del “faltante” de pollo está originada en las carnicerías, y radica en la forma de pesaje y recepción del producto, que no permite deslindar con claridad hasta dónde llega la responsabilidad en la facturación».
Afirma la Viceministra que en el pesaje no solo se incluye pollo, sino que se pesa el bulto completo que contiene el embalaje, la caja de cartón y el hielo. Por cada bulto se rebajan 600 gramos. Y las cajas de pollo deben contener 15 kilogramos de peso neto; por lo cual, en la medida que aumenta la cantidad de bultos entregados, aumenta también la merma del producto.
Asegura la funcionaria que en estos momentos la Dirección de Venta Minorista y Registro de Consumidores realiza un estudio al respecto y de la propuesta para la posible solución de la merma del pollo, de manera que definitivamente no sea causa para la afectación de los consumidores. Y agrega que también se están adoptando otras medidas organizativas.
Agradezco la respuesta en nombre de los consumidores, y doy gustosamente el espacio para que, cuando concluya el estudio y la propuesta, el Ministerio de Comercio Interior tenga la gentileza de informarnos por esta vía sobre la solución a un problema de tanta sensibilidad.
Los consumidores se quejan con razón del «faltante»; los carniceros esgrimen que con las mermas indicadas y el hielo con que llega el producto, es imposible que alcance; y al final la nebulosa del pollo insuficiente sigue siendo un misterio. Ojalá que con tales investigaciones se llegue al «pollo» del arroz con pollo.
Desde Calle Libertad 186, en Holguín, escribe Emilio Manuel Zaldívar, un enamorado de esa ciudad tan distinguida e inquieta, que se ha caracterizado tradicionalmente no solo por los parques, sino por el trazado e higiene de sus calles.
«Pero desde hace ya un tiempo —afirma—, esto ha dado un giro de 180 grados, al punto de que ya esa limpieza y belleza de sus calles se ha perdido en muchos lugares de nuestra ciudad. En importantes arterias se acumulan las heces fecales y la orina de los caballos que tiran de los coches, con una fetidez insoportable», refiere.
Emilio cita como ejemplo la esquina de la calle Libertad y Ángel Guerra, donde se ubica el Museo de la Clandestinidad recientemente inaugurado.
El lector considera inaceptable que no pueda regularse esa situación dentro de los parámetros de la higiene ambiental. «Si tiempo atrás no se le permitía a dichos coches transitar por estas céntricas calles y tenían que hacerlo alejadamente del centro, hoy se les permite».
Emilio es optimista, sueña que la inteligencia, el talento y la urbanidad de los holguineros venzan esta afrenta, y pueda extirparse el estercolero y los acres hedores del hermoso centro de la ciudad. A fin de cuentas, lo merece Holguín, la rectilínea y traviesa ciudad.
A propósito, recuerdo a nuestros lectores que, en sus cartas, estampen además de su nombre y dirección, un número de teléfono donde pueda localizárseles, en caso de cualquier aclaración sobre la misiva.
Y, por favor, aparte de la claridad y precisión en la redacción, alerto sobre la tendencia de recurrir a las siglas, en el caso del nombre de entidades, instituciones, organismos y empresas. No a las siglas, y sí al nombre desplegado de cada ente. Gracias.