Acuse de recibo
Ramón Álvarez Puerta reside en calle 52 No. 6, reparto Mi Retiro, La Salud,La Salud,La Salud, en el municipio mayabequense de Quivicán, pero labora en la capital vendiendo granizado en un carrito ambulante, que para eso sacó su licencia como trabajador por cuenta propia.
Confiesa que no se asusta con el control sobre su desempeño, pues defiende la disciplina y el orden como premisas. Y asegura que fue respetuosa su primera experiencia con inspectores, en este caso Diulian Molina y Daniel Durán, de la Dirección Integral de Supervisión y Control (DISC), quienes, en su consideración, «fueron muy profesionales y amables».
El problema era a lo que aludían: que el granizadero debe estar moviéndose constantemente. Ramón les manifestó que no estaba renuente a ello, pues la licencia suya es la de «elaborador vendedor de alimentos y bebidas no alcohólicas al detalle, en su domicilio o de forma ambulatoria». Pero preguntó si ellos sabían el tiempo aproximado que él podía estar en un sitio, ante lo cual ellos se encogieron de hombros. Entendían la preocupación del granizadero, pero aclaraban que ellos no habían legislado lo establecido. E invocaron el Decreto Ley 274 del Consejo de Estado: «De las contravenciones personales de las regulaciones del trabajo por cuenta propia», en el inciso f de su artículo 3, que establece multas de 250 o 750 pesos, por «utilizar un local o espacio no autorizado por la legislación o sin observancia de las normas establecidas por el Consejo de la Administración Municipal del Poder Popular, como sitio para producir, comercializar o prestar servicio a la población en general».
Con muchas dudas, pero disciplinado al fin, Ramón comenzó a moverse con su carrito por el Vedado: del Mercado de 17 y K subió por esta última calle hasta 21 y después hasta 23 y J, para posteriormente llegar hasta 25 y G, con todas las pendientes que implica, bajo el Sol y con gran esfuerzo.
Cuando llevaba un rato en G y 25, se personaron los inspectores Marilú Rosabal, Yudy Amador y Mónica Bárzaga y le plantearon que hacía mucho rato estaba detenido allí. Ramón les hizo la misma pregunta: qué tiempo como máximo podía estar detenido en un sitio. Y solo obtuvo silencio por respuesta, aparte de la multa de 250 pesos que le aplicaron. «Después de llevar a la práctica lo que alguien teóricamente legisló —manifiesta el granizadero—, soy del criterio que honrada y legalmente es imposible, pues usted debe conocer, por tradición y vivencia, lo que es un carro de granizado y la logística que es necesario mover: hielo, sirope con sus correspondientes botellas, en un clima tropical como el nuestro. Y encima debes moverte y no sabes dónde te puedes detener y el tiempo que te puedes detener. Porque además del esfuerzo, no sabes cuándo va a aparecer el inspector a decirte que llevas mucho tiempo parado, sin siquiera saber él mismo el tiempo permitido».
Ramón también señala que cuando le realizan una inspección higiénico-sanitaria revisan hasta las telas de araña —rigor con el que está muy de acuerdo—, pero con un carro de granizado que debes mover constantemente por una zona con elevaciones, y bajo el Sol, sudas copiosamente. «Entonces, de un plumazo adiós higiene, adiós presencia personal. Y te preguntas: ¿Cómo quedo yo? ¿Dónde comienza la legalidad y dónde termina?», argumenta.
Ramón considera que le exigen «algo irracional e irrealizable». Y, en consecuencia, deduce que «la convicción y la razón de los encargados de hacer cumplir lo que estableció alguien, tambalea cuando le concedemos todo el espacio a la voluntad, reduciendo el de la razón, sin tener en cuenta que una de las conquistas principales del momento es resolver las urgencias de la vida cotidiana, juzgando los problemas con criterios racionales y prácticos y no con voluntades inapelables». Al final, solo espera que se analice su inquietud, «y la solución no sea botar el sofá».
Por el nivel de respeto, decencia y apego a la ley que rezuman los argumentos de Ramón, tan bien sustentados en el criterio de la práctica, sería muy saludable que se analizaran los mismos. A fin de cuentas la vida con sus evidencias es también el criterio de la verdad, si es que somos dialécticos y flexibles.