Acuse de recibo
Ya pierdo la cuenta de las denuncias reflejadas aquí acerca del insoportable impacto sonoro de diferentes centros nocturnos sobre sus vecinos más allegados.
Hoy me escribe Francisco González Menció, residente en calle 30 No. 318, apto. 4, entre 3ra. y 5ta. Avenida, en el municipio capitalino de Playa. Y habla en nombre de la paz y la tranquilidad de muchas personas, en el área comprendida entre las calles 28 y 30, desde 7ma. hasta 3ra., particularmente los más cercanos al club Le Select, sito en calle 28 casi esquina a 5ta. Avenida, en Miramar, Playa.
Refiere Francisco que ese centro nocturno tiene una pista al aire libre, sin barreras acústicas, cuyo límite norte está en la esquina de 5ta. Avenida y calle 30. Y todo el sonido de los espectáculos se escucha en un volumen muy alto en el área antes mencionada hasta la medianoche o la madrugada de días laborables y fines de semana, impidiendo el sueño y el descanso de los que habitan en esta zona.
Este ruido dañino, precisa, ha sido objeto de planteamientos al propio centro nocturno, Poder Popular, la Fiscalía, CITMA, Salud Pública y otras autoridades, por diferentes vías, de forma individual y colectiva. Hay hasta una carta con las firmas y carné de identidad de los vecinos dirigida al Gobierno municipal, en la cual se expone una vez más el problema, sus características y algunas consideraciones de los vecinos; y se solicita la solución.
«Existen instrumentos legales que prohíben la contaminación sonora del ambiente, así como otras regulaciones referentes a espectáculos públicos en áreas residenciales, afirma Francisco y cuestiona: ¿Quién finalmente exige y tiene autoridad para que se haga lo correcto? ¿Quien nos solucionaría el problema, que ya tiene trascendencia político social? ¿Quién tiene autoridad para lograr la solución y exigir que se respeten nuestros derechos y bienestar? Estamos dispuestos a celebrar una reunión de los vecinos, bien convocada por el CDR, o bien por la delegada del Poder Popular, para que se escuche nuestra queja ante las autoridades que corresponda».
Desde la localidad mayabequense de Quivicán, en la avenida 23 No. 1208, Juan Gualberto González guarda un gran sentimiento de gratitud al hospital Enrique Cabrera (Nacional) de la capital.
Cuenta que hace ya unas cuantas semanas su suegro de 82 años se puso bastante mal, y llegaron a las dos de la madrugada al cuerpo de guardia de ese centro asistencial. De inmediato «una nube de batas blancas» se volcó sobre ellos haciendo preguntas y palpando al anciano. Le ordenaron urgentemente análisis y rayos X. «Era como si el paciente fuera el padre de todos ellos».
Se decidió intervenirlo quirúrgicamente. Los cirujanos explicaron los pro y los contra de una operación a esa edad. Pidieron el consentimiento de los familiares, porque si no se operaba el inmenso dolor no iba a ceder y el problema interno se agravaría hasta la muerte; y si se operaba había el riesgo de que la anestesia perturbara su mente. Decidieron la operación.
La preparación del anciano fue extraordinariamente rápida. Y todo el personal médico y paramédico daba el aliento necesario al paciente y a la familia. A la hora y algo más, ya el viejo estaba operado, y le habían eliminado la causa del dolor que lo desesperaba.
Tuvieron información regular de su estado de recuperación, y cuando pasó a la sala de terapia intensiva nada cambió en tal sentido. A los dos días lo pasaron a la sala de cirugía en el piso 4: mucha atención y profesionalidad.
«Estamos más que agradecidos de ese hospital, donde reina la profesionalidad médica, afirma. Nosotros sentimos ese trato humano que sobresalía por sobre las batas blancas. Esos son los hombres y mujeres que tienen que trabajar en ese sector de tanta sensibilidad. Fuimos a ese hospital, que exhibe una impecable limpieza, sin conocer a nadie y sin llevar un regalo en nuestras manos».