Acuse de recibo
Hay cartas que son insoslayables, por la grave denuncia que traen y lo que implican. No se puede dormir tranquilo cuando 66 campesinos de una comunidad apartada escriben desesperados, por la impunidad con que rufianes y rateros los agreden en sus bienes y personas.
La misiva la envían los pobladores del barrio rural Arroyo del Medio, en Báguanos, provincia de Holguín. Y el tema que les aqueja es el constante hurto de que son víctimas, fundamentalmente de ganado mayor.
«Las vacas, bueyes y bestias, revelan, hay que tenerlos pegados a nuestros dormitorios, exponiéndonos con ello a ser contagiados por muchas enfermedades. Con todo y eso, se atreven a invadir nuestras propiedades. Y el campesino no puede salir, pues muchos han sido apedreados, con el riesgo de ser mal heridos».
Relatan los firmantes ya el colmo: cuando te roban un animal, te piden rescate, y de miles de pesos. «¿Cómo quejarnos?, preguntan; si lo hacemos nos arrasan con lo poco que tenemos. El campesinado no sabe qué hacer: Ya no se puede trabajar la tierra, pues un gran por ciento de las cosechas van a parar a las manos de inescrupulosos sujetos».
Precisan que si te decides a hacer la acusación, el bandido sale multado, y de sus constantes «cosechas» pagan la multa que les imponen los tribunales.
Reconocen que hay muy buenos jefes de sector de la PNR, pero no alcanzan para zonas tan amplias como las que deben proteger. Y abogan por que se refuercen esos cuerpos de protección, para que puedan atender áreas más pequeñas y controlables. «Se realizan rondas, afirman, pero no son suficientes, pues esos delincuentes tienen tiempo para velar los movimientos del campesinado».
A los bandidos, consignan, más que multas, que son casi como si quedaran impunes, bien debían castigarlos con penas de trabajo obligatorio en los campos, limpiándolos de marabú y atendiéndolos. Además, en esos sitios se conocen los potenciales delictivos. Lo que hace falta es una acción firme y conjunta.
A la sabiduría campesina no escapa la connotación política y desarticuladora que a la larga tienen esos viles actos, en un país que tanto ha hecho por su campesinado desde los primeros días de la Revolución, cuando se decretó la Reforma Agraria y se extirpó la violencia y la injusticia de nuestros campos.
«Si se logró la limpia del Escambray de bandidos peligrosos, con menor fuerza y menos preparación de la que tenemos ahora, ¿por qué no repetir la dosis y limpiar a nuestro pueblo de esa plaga?», sostienen finalmente.
Respuestas se han vuelto humoTambién desde el campo cubano me escribe Odalys Ruiz Valdespino, específicamente de la finca Valdespino, donde se levantan varias casas y se urbaniza, en el municipio habanero de Caimito.
Denuncia ella que próximo a esa zona se encuentra el vertedero municipal que, además de su crecimiento desmedido en los últimos tiempos, ahora les perjudica más por las quemas constantes que allí se generan. Los fuegos, asegura, los desatan personas inescrupulosas que se dedican a buscar objetos para venderlos como materia prima.
Y afirma que también en ocasiones los incendios los generan los propios trabajadores de Comunales, quienes trasladan hacia allí los residuos sólidos en carretones de tracción animal.
Odalys tiene una niña de un año que, al nacer, hizo un distrés respiratorio. «Ese humo insoportable durante todo el día y la noche, le está afectando seriamente la salud, al igual que al resto del vecindario», manifiesta.
La remitente ha denunciado el problema, por cartas y visitas personales, en Comunales, Salud Pública, el Gobierno y otras autoridades del territorio, sin que hasta el instante en que me escribiera hubiera recibido una respuesta satisfactoria. Aunque hace meses le aseguraron que el vertedero sería ubicado en otro sitio, lejano del pueblo y sus inmediaciones, nada se había hecho cuando Odalys escribiera a esta columna.
Esas otras «agresiones» también merecen un enfrentamiento prioritario en los pueblos y los campos de Cuba.