Acuse de recibo
Se está manchando la vida de los pobladores del antiguo central Australia, en el municipio matancero de Jagüey Grande. Lo alerta con desazón Diana Reyes, vecina de Calle Línea Interior número 5A, en esa localidad. Ya ella no puede limpiar la costra de tanta agresión medioambiental. A solo 60 metros de su casa se encuentra el taller de locomotoras que hoy, con la desactivación del ingenio, presta servicios de transportación a los turistas. Diana comprende la importancia de que el país ingrese divisas por esa vía. Pero lo que sí no pueden comprender ni ella ni los restantes vecinos de la cuadra es lo que sucede cada vez que allí encienden la máquina de vapor: las casas vecinas reciben las salpicaduras del petróleo crudo que aquella expulsa a presión. Es imposible borrar las manchas de las paredes y de las ropas que las mujeres lavan y tienden. Ya los vecinos los han requerido en cinco ocasiones, pero todo sigue igual. Lo otro es que ponen a llenar el tanque de agua y se marchan, provocando que se bote. Como si fuera poco, se hace imposible transitar por la parte trasera del taller, porque se vierte allí petróleo crudo. «¿Quién podrá detener a esos contaminadores?», manifiesta Diana.
Le afectaron el techo: Juan Mariano Pérez Gómez desearía que en su caso se aplicara con todas las de la ley la figura de la indemnización. Sí, porque le dañaron impunemente su vivienda, situada en Conde número 6B, entre Compostela y Bayona, La Habana Vieja. Cuenta que en la segunda quincena de septiembre de 2008, una brigada de la Micro Social en ese municipio efectuó la demolición de techo en Conde número 6, colindante con su domicilio. Y como este último es una vieja edificación, parte de ella quedó prácticamente a la intemperie, expuesta a sol, sereno y lluvias. Por la escalera, que perdió el techo, corren las aguas como cataratas. Otra parte de la casa presenta ahora posibilidad de derrumbe. El 12 de enero pasado, Juan Mariano escribió una respetuosa carta de queja a la Micro Social de La Habana Vieja, y ni siquiera le han respondido. «Negligencia dolosa y hasta escarnio», así califica el afectado la actitud de quienes han desconocido sus reclamos.
Una niña salvada: La doctora Dárica del Rosario Mérida me escribe desde Novena Avenida 2-55, Zona 4, San Marcos, en la hermana nación de Guatemala. Y sus letras rezuman gratitud, en primer lugar porque siendo una joven humilde pudo graduarse en el 2007 de médico gracias a la solidaridad de Cuba. La egresada de la Escuela Latinoamericana de Medicina tiene otra razón para querer a Cuba: su primita de cinco años Jennifer Rodríguez padecía de vejiga neurogénica, monotema, sin perspectivas de tratamiento en su país. Y en Cuba, en el Hospital Pediátrico Juan Manuel Márquez, la pequeña fue intervenida quirúrgicamente. Y retornó en enero de 2008 al Pediátrico de Centro Habana, para posible reconstrucción quirúrgica de la vejiga, que fue innecesaria por los positivos resultados de la neurocirugía. Ahora regresó a chequeo médico, y se observa una buena evolución. «Gracias por haberme dado la oportunidad de hacerme médico —manifiesta—, por ayudarme a abrir los ojos ante la solidaridad, por haberme enseñado a salvar vidas. Por devolverle la vida a una niña que hoy ríe y juega. Que Dios los bendiga».
Agua perdida: Félix Lugo (Independencia 909, entre Radio Progreso y Vía Monumental, Ricabal, municipio capitalino de Guanabacoa), denuncia que hace unos ocho años brotó un salidero de agua entre el puente de Santa Fe y el puente de Radio Progreso, en ese reparto. Revientan por distintas partes, los reparan, y al cabo de dos o tres meses resurgen. El 21 de febrero, cuando hizo su carta, llevaba 21 días derrochándose el agua. Hacía 15 días que había ido una brigada con varios equipos, abrieron un hueco y volvieron a cerrar. Pero el salidero persistía. Félix vive frente al salidero, y ya las aguas han penetrado la zapata de su casa. Y se lamenta de lo mismo que otros: que no pueda querellarse contra el organismo involucrado en esto y pedir una indemnización. Al menos que resuelvan el problema.