Acuse de recibo
Lo más terrible sería que cada quien se atribuyera el derecho a hacer lo que le viniera en ganas, sin que apareciera el instrumento regulador, ese equilibrio de las leyes y disposiciones que mantiene el orden y la disciplina en una sociedad. Si se multiplicara la historia que hoy traigo, volveríamos a las cavernas.
Este redactor, al menos, se sobrecoge con ciertas displicencias y humillaciones muy perniciosas, como la que sufrió la esposa de Eliseo F. Pérez Rivero, residente en Calle Cuarta del Sur número 30, esquina a Primera del Este, en Placetas, provincia de Villa Clara.
Narra el lector que el 27 de enero de 2009 efectuó en su localidad la reservación de dos pasajes para el 1ro. de febrero pasado, para él y para su esposa María J. Piedra Ineráriti, con destino a Cabaiguán, y con los números de asientos 37 y 38.
A última hora él no pudo viajar, pero su esposa sí abordó el ómnibus Astro número 1833 ese día. Cuando la señora fue a sentarse en el asiento por el cual había pagado, el mismo estaba ocupado por un hombre, quien se negó a levantarse. Como si fuera poco, le dijo a la mujer que eso no le importaba.
¿Y qué hizo el conductor?, preguntarán todos a esta altura. Pues no levantó al transgresor. Sencillamente, de la mano de la desvergüenza, sentó a María en otro asiento que estaba roto. Y María, no pudiendo resistir la incomodidad de aquel puesto averiado, tuvo que hacer el viaje de pie.
La adrenalina se desata en ira solo al narrar la historia. Imagínense lo que sufrió esa dama. Cuán desprotegida se sintió, como para reclamarle: Astro, ¿has tropezado alguna vez con tanta humillación e impunidad? ¿Qué pensaría el conductor de ese ómnibus, si al ingresar en un hospital, otro paciente le arrebata el medicamento en las mismas narices de médicos y enfermeras?
Eliseo exige no solo una explicación, no solo medidas; sino que Astro precise cómo va a resolver definitivamente que no enloden su nombre con tales tropelías. Que Astro le devuelva la confianza.
Precisa, al final, pelos y señales: era el Yutong de la ruta Santa Clara-Sancti Spíritus, con hora de llegada a Placetas a las 5:45 p.m.
Cebada de faltas ortográficasNo podía creerlo, pero Isis García Booth asegura que no estaba embriagada con aquella cerveza Tropical, a diez pesos, adquirida en El Cocal, en Boca Ciega, playas al este de la capital.
Mientras sorbía la cerveza con agrado, Isis (San Joaquín 526, entre Cristina y Ramón, Cerro, en la capital) escudriñó la etiqueta con esa saludable manía que tienen algunos consumidores muy inquietos (la comparto). Y fue cuando hizo el hallazgo: al especificar el contenido, rezaba: «cevada», en vez de cebada.
Isis recordó tantas faltas de ortografía que le asaltan de vez en cuando en letreros improvisados, lo mismo en un agromercado que en una unidad de servicio a la población, o hasta en una oficina donde debe hacerse un trámite. Faltas que provocan hilaridad de primer momento, y luego hacen pensar.
Pero lo inaudito para Isis es que tal error no viniera en algo escrito súbitamente, sino en una etiqueta que pasea por todo el país, multiplicadamente, la imagen de un producto. Una etiqueta que, se supone, fue analizada por varias personas, por encima de los niveles correspondientes de la fábrica Guido Pérez.
El hallazgo le confirma a la lectora las deficiencias que presenta la enseñanza de la ortografía en nuestro sistema educacional, a pesar de los alcances y virtudes de este.
«Conozco a numerosos profesionales cuya escritura deja mucho que desear, y ya a estas horas no se van a aprender las reglas ortográficas —manifiesta—. Siempre no hay computadora que corrija esos errores. Y los que están a otros niveles superiores... ¡que cambien sus espejuelos!».
Ojalá que esta anécdota sirva para hacer meditar a muchos, porque de no atender a tiempo el asunto puede que terminemos embriagándonos de faltas ortográficas, casi que en un estado comatoso de disparates.
Peligro sobre las cabezas
La imagen habla por sí sola, y la envía Mabel Peña, de Madrid 62, apartamento 2, entre Marqués de la Torre y Delicias, en el municipio capitalino de Diez de Octubre. El balcón que peligra con la Ley de la Gravedad esbozada por Isaac Newton, está en una zona muy concurrida de peatones y vehículos, en Calzada de Diez de Octubre, entre Santa Emilia y Zapotes, en la capital: a solo unos metros de una parada de ómnibus, y encima de una bodega y una carnicería. ¿Qué pasará? ¿Por qué no se hace un inventario de los balcones y otras estructuras en peligro de esta gran ciudad? ¿Es tan difícil arreglar un pequeño detalle antes de que se convierta en un gran problema?