Acuse de recibo
El ingeniero Juan Stincer Dordovés, ya jubilado y quien fuera director del Instituto de Investigaciones de Riego y Drenaje, me escribe para hacer algunas sugerencias, nacidas de su larga experiencia de años en la elaboración de planes para la prevención de daños contra huracanes, fuertes vientos, intensas lluvias y sequías en el Ministerio de la Agricultura.
Stincer, quien reside en el apartamento 27 del edificio C47, en la zona 6 del barrio capitalino de Alamar, refiere que en las zonas urbanas, donde proliferan los circuitos eléctricos internos, algo que es esencial y no siempre se cumple antes de la llegada de los huracanes, es la poda de árboles.
«La práctica ha demostrado —subraya— que muchos de los tendidos eléctricos internos que después hay que restituir son derribados por la existencia de árboles que sobrepasan en altura esos cables y caen sobre los mismos. Si hoy el país ha hecho fuertes inversiones en los grupos electrógenos, principalmente en aquellos grandes para generar corriente a municipios completos que los independizan del Sistema Electroenergético Nacional en casos de catástrofes como las pasadas, es palabra de orden el cuidado, mediante la poda de los árboles, de las líneas internas en los municipios».
El ingeniero también sugiere que, a fuer de previsores, se podrían sembrar en las ciudades árboles que, aun cuando den oxígeno y sombra, tuvieran un porte inferior al de los postes, y fueran fáciles de podar. Para ese estudio, asegura, hay voces muy autorizadas entre los especialistas forestales del país, quienes podrían sugerir las especies idóneas.
Agradezco el alerta de Stincer, porque la previsión es el arma de la sabiduría. Como que si una sociedad atiende a tiempo muchos de sus problemas, cuando sobrevienen catástrofes, el fardo de lo acumulado no pesa tanto sobre la labor regeneradora.
Lo digo porque, cundidos de destrozos como estamos a cuenta de Ike y Gustav, y a sabiendas de que muchos problemas no tendrán la solución de recursos en lo inmediato; al menos se debía ser mucho más exigente y estricto siempre en cuanto a los asuntos subjetivos, que atañen a la sensibilidad, la atención e información a los ciudadanos y a la solución de problemas que nada tienen que ver con importantes asignaciones materiales, sino con respaldos de la voluntad humana. Al menos esa sería una forma de mitigar el dolor. Y de respetar.
Una muestra es la historia de Manuel Silva Nogueira, vecino de calle M número 101 altos, entre Céspedes y Garzón, en el reparto Sueño de la ciudad de Santiago de Cuba: permaneció como cooperante en Venezuela durante cuatro años, y retornó en diciembre de 2007, en espera de que sus bultos llegaran después.
Hace unos dos meses y medio, sus envíos fueron chequeados en el puerto de La Habana, y permanecen allí. «Solamente había que esperar, señala, pero cuando se pregunta hay una contesta: Todavía no han llegado a Santiago. Y así vamos. Hay cientos de compañeros que están con la misma preocupación, queremos una respuesta clara a este asunto, de quienes tienen esa responsabilidad».
Y el profesor Ricardo Riera Espinosa, de Velázquez 21 (altos), entre Infanta y San Joaquín, en el capitalino Cerro, refiere que en marzo de 2007 comenzó el proceso de adjudicación de facilidades telefónicas a los vecinos de Pilar-Atarés. En diciembre de ese mismo año se les adjudicó a él y a varios vecinos de su cuadra el servicio telefónico. Aparecían en un listado que se situó públicamente en un local situado en Estévez y Sierra.
Y Riera lo considera «una burla», ya que a estas alturas no se sabe a ciencia cierta nada al respecto, ni les han brindado una información por parte del Gobierno municipal. «¿Quién es el responsable de la carencia de una información adecuada a la población?», pregunta.