Acuse de recibo
El pasado 14 de abril esta sección reflejó la denuncia de Rosa Muñoz acerca de la pésima experiencia que ella y su esposo tuvieron el 10 de marzo de 2007 en el restaurante El Mandarín, en pleno corazón de la Rampa capitalina.
Rosa, quien reside en Morales 506 A, esquina a Desagüe, en la capital, soñó con pasar un rato agradable con su pareja y se refugiaron en El Mandarín, para al final no poder «digerir» tantos maltratos. Lo primero fue la espera tan prolongada, algo que parece haberse entronizado para siempre en muchos servicios. Luego la aspereza de la camarera, quien trajo las bebidas y las dejó caer sobre la mesa con desgano. El inventario de desaciertos fue creciendo: en el arroz frito había una piedra. El cerdo asado estaba frío. Pero el clímax fue cuando les trajeron el pollo: estaba descompuesto.
A instancia de los clientes, la camarera retiró el pedido. Y al poco rato llegó con una nueva ración... depositada en el mismo plato de su podrido antecesor. Aún así, se lo cobraron, entre otras irregularidades.
Al respecto, responde hoy Arlet Pérez Torres, administrador del restaurante El Mandarín, quien recalca que el mismo día en que se publicara la queja, se visitó en su domicilio a los afectados. Estos abundaron en lo ocurrido, y la administración se disculpó ante el error cometido por tres de sus trabajadores.
Significa Arlet que «no era justo habernos enterado del problema un mes después, cuando nuestra unidad, como en todas las del país, existe un Comité de Protección al Consumidor, que en El Mandarín nos ha ayudado a mejorar el servicio».
Refiere el administrador que los clientes fueron invitados de nuevo, y quedaron satisfechos con las medidas tomadas, la calidad de los platos y su presentación. Y afirma que a ese colectivo le complace que los consumidores se acerquen a brindarle su opinión de la unidad. «Somos críticos y asumimos lo señalado, sostiene. Seguiremos prestando un mejor servicio, y escuchando siempre la opinión de nuestros clientes, para así perfeccionar nuestra imagen».
Agradezco la respuesta de la administración del restaurante y el desagravio ofrecido a la pareja. Pero lamentablemente en la carta no se especifica qué medidas se tomaron con los artífices de tantos desaciertos. Y lo más importante: qué harán para que tal historia no se repita.
La Unidad tiene su Comité de Protección al Consumidor, pero deberá estar alerta ante tales desaguisados. No hay que pensar tampoco que es injusta la denuncia en la prensa si la propia dirección de la unidad no puede evitar esos desatinos.
Quizá los comensales fueron desagraviados. Fue hermoso el gesto. Pero lo esencial es que ningún otro cliente sufra lo mismo, si, como expresan, les satisface que los consumidores les brinden sus opiniones sobre el servicio.
La segunda carta la envía Rafael Acosta de Arriba, en nombre de los vecinos del edificio sito en Malecón 159, entre K y L, en el municipio capitalino Plaza de la Revolución.
Rafael señala que hace más de dos años en ese inmueble se desborda la fosa, lo cual provoca un «río» de aguas albañales, que corre de una a otra entrada del edificio, a solo una cuadra de la Tribuna Antiimperialista José Martí. En abril de 2005, la junta de vecinos envió una carta a la delegada del Poder Popular, con copias a la Micro Social, el Gobierno, entre otras entidades.
El Gobierno de Plaza comprobó la situación en el terreno, pero no hubo soluciones. En 2005 y 2006 nada se hizo, y ellos volvieron a plantear el problema a la delegada, continuaron las gestiones hasta que en febrero de 2007 la Micro Social respondió: Enviaría personal a verificar la situación. Nunca nadie fue. Han ido a destupir la fosa, pero esta vuelve a desbordarse. Todo sigue igual, y los vecinos ya ni saben a quién dirigirse. ¿Será posible que con tantas gestiones no haya una solución? Las aguas albañales campean por su respeto, y nadie sabe nada.