Acuse de recibo
Así denomina Jorge Enrique Ulloa Guardarramos a la estación de ómnibus intermunicipales de la localidad de Jatibonico, en la provincia de Sancti Spíritus. Sí, allí los pasajeros que esperan su turno disciplinadamente con su número, ven impasibles cómo en cada guagua que sale, además de las embarazadas, mujeres con niños pequeños e impedidos físicos, el expedidor monta a los «autorizados», antes de «cantar» la numeración.
Jorge Enrique, quien vive en Carlos Roloff 64, apartamento B, Sur, en la propia ciudad de Sancti Spíritus, viaja constantemente por razones de trabajo, y asegura que ese método es una patente para colar amigos y acompañantes.
«En muchas ocasiones —precisa—, cuando se empiezan a llamar los números, ya están ocupados casi la mitad de los asientos de la guagua».
Señala el remitente que tal situación constantemente genera quejas, críticas y hasta reyertas y alteraciones del orden, pero «la historia se repite una y otra vez». Y más: Jorge Enrique ha sido testigo «de cómo personas sin ningún impedimento físico, evidentemente conocidos de los empleados, han ido a esa Terminal a ver si quedan autorizos y los han conseguido». El amiguismo y la «resolvedera» imperan allí, asegura el denunciante, quien exige que se tomen cartas en el asunto para evitar la «autorización» de tantos irrespetos y comiencen a imperar la transparencia y el orden.
Después de tal antecedente, la segunda carta es un bálsamo: Nancy Quintana, vecina de calle 2 número 724, apartamento 4, entre Zapata y 31, en el Vedado, municipio capitalino de Plaza de la Revolución, quiere exaltar y felicitar la cordialidad y el profesionalismo de Katia Martínez, trabajadora de la Biblioteca Nacional José Martí.
Nancy ha visitado esa institución junto a su nieta Ly Fernández, para que la joven profundice sus conocimientos con vista a las pruebas de ingreso para determinadas carreras. Y celebra la atención dada por Katia, quien «fue más allá de sus obligaciones, y en todo momento nos brindó sugerencias para profundizar en temas y características de las especialidades. Vimos además que ese comportamiento excelente y disposición total los brinda a todos los que allí se presentan».
Vale por Katia, uno de esos seres que sacan la cara todos los días por el género humano.
La tercera carta la envía Dianelys Lorenzo Suárez, de Pedro Méndez 51, en Manicaragua, Villa Clara. Ella relata que en el verano pasado disfrutó con su familia del campismo El Salto, en el litoral norte del municipio de Corralillo, en la misma provincia.
Confiesa que pasó una semana muy agradable, pues se han experimentado allí muchas mejorías, a pesar de que aún falta mucho por hacer. Entre las atracciones principales está la base náutica: unos caneyes flotantes sobre el agua, en los que uno recibe buen servicio y disfruta del paisaje...
Y aquí viene el pero:
«Me alarmó mucho la negligencia que ocurre en ese lugar —lamenta Dianelys—. La mayoría de los veraneantes, que son unos cuantos diariamente, arrojan al agua los desechos sólidos de lo que consumen: díganse latas vacías, platos, cubiertos desechables y hasta otros objetos que traen consigo».
Claro que es incultura e indolencia lo que prima allí, como asegura Dianelys. Y es muy triste saber que esa escena se repite en muchos litorales del país. A pesar de tantas campañas ecológicas y de tanta instrucción en el país, hay muchos insensibles hacia la naturaleza, que dejan sus estelas de brutalidad en playas, campos y ríos.
Pero la remitente apunta hacia el factor concomitante: mucha culpa tienen también los directivos de esa instalación, que aceptan impasibles tal agresión, y no les exigen a los vacacionistas ni tampoco sitúan cestos de basura en esos caneyes flotantes.
«De persistir en esa situación, El Salto se convertirá en un cúmulo de basura sin flora ni fauna marinas», sentencia Dianelys, y clama por un vuelco efectivo. «Así cuando tenga la suerte de visitar ese lugar, nuevamente pueda disfrutar del paisaje en todo su esplendor, sin que la mano del hombre esté destruyendo lo mejor y más preciado que tenemos: nuestro entorno».