En el documental Sicko, ya transmitido por nuestra TV, el cineasta norteamericano Michael Moore buscaba, en un hospital británico, el lugar donde los pacientes pagan la cuenta antes de irse. ¡Y no lo encontró!, pero no por torpeza, sino porque… no había nada que pagar: la instalación pertenecía al National Health Service (NHS, Servicio Nacional de Salud), y el ex diputado laborista Tony Benn explicó a Moore que ocurriría «una revolución» en Gran Bretaña si alguien se atreviera a tocar ese esquema gratuito, privatizándolo.
Ah, pero el gobierno del primer ministro conservador, David Cameron, está en plan de ahorro, pues el país tiene un 11 por ciento de déficit público, y la salud se lleva anualmente 100 000 millones de libras esterlinas. Por eso, baraja un plan para reformar el NHS, que fue creado en 1948 y que da empleo a 1,7 millones de personas (es el mayor sistema de salud de toda Europa).
Por ahí va la cosa: el secretario de Salud de Cameron, Andrew Lansley, ha asegurado que desaparecerán unas cuantas instituciones del NHS, encargadas de lidiar con las estadísticas, las nóminas, los expedientes, etc. (con ellas se van también miles de puestos laborales), y que se pondrá el dinero directamente en manos de los médicos de familia, para que lo manejen según las necesidades de sus pacientes. Además, habrá un mayor margen para las consultas privadas dentro de los hospitales públicos, para «potenciar la innovación» en el sector. Y así por el estilo.
Vayamos por partes. El sistema ha funcionado tradicionalmente bien. Los doctores ingleses, al menos los entrevistados por Michael Moore, están razonablemente contentos con la organización del trabajo y con sus ingresos personales, que pueden aumentar si, por ejemplo, logran que sus pacientes vayan reduciendo sus niveles de colesterol o abandonen el hábito de fumar.
Ahora bien, se hace difícil imaginar cómo un cirujano, mientras tiene en sus manos el hígado de un paciente, va a freírse las neuronas con porcentajes financieros, distribución de personal y recursos, pitos, flautas y trompetas. ¡De ahí a que la víscera le quede «a la italiana» no va más que un paso!
Por ahí va precisamente una de las preocupaciones de los sindicatos: la organización burocrática no le compete al doctor, quien de todas maneras, afectado por la supresión de las estructuras encargadas de llevar el papeleo, puede dejar el asunto en manos de entidades privadas. ¡Y es así como se les pudiera perder el rastro a las libras esterlinas que el gobierno dice querer ahorrar!
En esta línea, el sindicato UNISON —el más fuerte del país— se pregunta: «¿Qué pasa si ese dinero se acaba y los pacientes necesitan tratamiento?». Sí, porque poner recursos en manos de quienes no tienen entre sus habilidades la administración financiera, es también una forma de arrojarlo por la ventana. ¿Y después…?
Además, está la cuestión de abrir los centros públicos a las consultas privadas. En este punto, John Lister, miembro de la organización Health Emergency (que vela por la calidad del NHS), cree que los hospitales pudieran obsesionarse con la búsqueda de pacientes privados, lo que crearía «incentivos perversos» para hacer más ganancias, al derivar a más personas hacia ese tipo de atención: «Ellos (el gobierno) dicen que el dinero es reinvertido en servicios, pero no estoy seguro de que sea siempre el caso (…). Si tenemos más y más de esto, será un paso hacia la privatización del sistema».
Afortunadamente, la reforma será llevada a un referéndum para que los ciudadanos decidan, y si pasa el filtro, se aplicará durante los próximos tres años. Y aunque nadie, a estas alturas, está dispuesto a empuñar un arco o una ballesta para asaltar el Parlamento y hacer la «revolución» de la que habla Tony Benn para salvar el NHS, con seguridad la gente estará muy atenta a donde coloca la X.
Con tanto neoliberalismo rondando por ahí, un sistema de salud pública tan enorme no es bocado que el mercado desprecie…