Un signo identificativo de los supremacistas blancos. En 2020 hubo 5 125 casos de mensajes racistas, antisemitas, antiLGBTIQ y de odio difundidos en folletos, calcomanías, pancartas y carteles. Foto: AF Autor: AFP Publicado: 09/10/2021 | 11:19 pm
Pudiera parecer absurdo o insólito, pero es. La Asamblea del estado de Wisconsin, o mejor, la mayoría republicana que la controla, aprobó recientemente una legislación de lo irracional, cuyo contenido forma parte de lo que en Estados Unidos llaman una guerra cultural. La ley prohibiría que en las escuelas públicas se enseñe la teoría crítica de la raza, la cual daría a los estudiantes el conocimiento suficiente y verdadero de la historia de su país para que puedan entender y combatir el racismo sistémico que permea la compleja nación norteña.
El tema fue objeto de discusión en las juntas escolares de Estados Unidos durante el verano, y Wisconsin no es el único territorio dispuesto a impedir que los maestros den las herramientas cognitivas acerca de esa injusticia estructural, con base en la misma Constitución e independencia de EE. UU. y que ha perdurado hasta este siglo XXI.
Pero en Wisconsin quisieron subir la parada, y en la reglamentación había hasta una propuesta definida de prohibir el uso de determinadas palabras en las escuelas como woke, un vocablo del lenguaje coloquial empleado para alertar sobre la injusticia en la sociedad, tomar conciencia frente al racismo, la discriminación, la desigualdad social, y los prejuicios respecto al género y la orientación sexual.
Otras palabras a silenciar o censurar en las aulas en Wisconsin serían «multiculturalismo» y «equidad».
Con un retruécano farsante, el representante estadual republicano Chuck Wichgers pretendió explicar la racionalidad de esa legislación: «Ha llegado a nuestra atención, y a algunas de las personas que viajaron aquí a Madison hoy, que un número creciente de distritos escolares están enseñando material que intenta reparar la injusticia del racismo y el sexismo mediante el empleo del racismo y el sexismo, así como la promoción de la angustia sicológica en los estudiantes basada en estas características inmutables», y completó su ardid para evitar la denuncia histórica con una verdad, enarbolada desde la manipulación y la hipocresía: «Nadie debería tener que sufrir la humillación de que le digan que es inferior a otra persona. Todos somos miembros de la raza humana».
Wichgers fue quien propuso ese detalle de las palabras, términos o conceptos a su juicio impronunciables en las aulas y que incluyen también «supremacía blanca», «racismo estructural», «racismo sistémico», «justicia social», «educación para la inclusión», «conciencia cultural» y «patriarcado», entre otros.
Tampoco podrá mencionarse whiteness, que sirve para definir «un espacio cultural dominante blanco con una enorme trascendencia política, con el propósito de mantener a los demás al margen».
Escuelas y maestros pueden ser demandados en tribunales por los padres que se sientan afectados por esas palabras.
Esta censura, que viola principios esenciales de la llamada democracia, de la libertad de expresión y, por supuesto, de los más elementales derechos humanos, tiene más de una forma de expresarse.
Por ejemplo, los educadores y empleados escolares en el distrito escolar de Newberg, en el estado de Oregón, ya no podrán mostrar ningún símbolo político, según «aprobó» por votación una parte de la junta escolar local (4 a 3). ¿A cuáles símbolos se referían? Inicialmente a las banderas, carteles, pancartas u otros objetos que representen al Black lives matter y al LGBT Pride (Las vidas negras importan y el Orgullo LGBT), o «que representen apoyo u oposición relacionados con un tema político, casi político o controvertido».
Según publicaba The Hill, el Director del distrito escolar dio esta explicación: «No pagamos a nuestros maestros para que impulsen sus puntos de vista políticos sobre nuestros estudiantes. Ese no es su lugar. Su lugar es enseñar el plan de estudios aprobado, y eso es todo lo que hace esta política: garantizar que eso esté sucediendo en nuestras escuelas».
En Newberg habitan poco más de 22 000 personas y la composición racial de la ciudad tiene 85,9 por ciento blanco.
Se pudiera pensar que son «casos aislados» pero se multiplican y a diario. El Distrito Escolar Independiente de Carroll, en Southlake, Texas, ha cambiado su política en cuanto a qué libros pueden mantener los maestros en sus aulas, luego de la reacción violenta y las quejas de padres sobre un texto titulado: Este libro es antirracista, de Tiffany Jewell, según informó NBC News, de manera tal que la junta ha «capacitado» e instruido a los maestros para que descarten aquellos que por su narrativa «pueden considerarse ofensivos».
Una madre se quejó de que la maestra de cuarto grado tenía ese título que «violaba la moral y la fe» de su familia. Today.com describió al libro publicado en enero del año pasado como «una guía clara sobre cómo detener el racismo en nuestros propios corazones y mentes».
Son 20 lecciones ilustradas, organizadas en cuatro secciones —identidad, historia, acción y trabajo solidario—, para llevar a los niños, las familias, los maestros y las administraciones a una reflexión que desmantele el racismo que marginaliza a las comunidades de «color», y que la autora considera la mayoría de la población global. Algunos lo han calificado como un texto para entender mejor quién eres, qué está pasando en un mundo racialmente dividido y qué se puede hacer al respecto, una herramienta de alfabetización racial.
Sin embargo, no es para obviar que el gobernador de Texas, Greg Abbott, firmó una ley en junio pasado que entró en vigor este septiembre, la cual prohíbe a las escuelas enseñar lecciones que hagan que los estudiantes sientan «incomodidad, culpa, angustia o cualquier otra forma de angustia sicológica debido a la raza o el sexo del individuo».
De ahí que expresiones de intolerancia se han dado en otros distritos texanos. En el de Katy acaban de retirarse «temporalmente» de las bibliotecas escolares los libros del prominente y laureado autor e ilustrador Jerry Craft y se canceló una aparición planificada porque los maestros afirmaron que sus libros enseñan teoría crítica de la raza. Por cierto, algunos de sus censores la califican de teoría marxista, suficiente para excluirla de raíz en Estados Unidos, el epítome del capitalismo.
Las censuras han ocurrido por igual en Pensilvania, Tennessee y Virginia, por citar solo tres estados, y no todos coinciden con gobernaciones republicanas, como podría pensarse si seguimos estereotipos.
Otro ejemplo: Jannique Martínez, de origen latino y negra, dice que desde julio su familia ha tenido que soportar grabaciones de ruidos fuertes y chillones de monos y de insultos racistas dirigidos a su casa de Virginia Beach, Virginia, cada vez que salen o entran a su residencia, pues su vecina ha instalado sensores para detectar los movimientos de la familia y acosarlos. Pero la policía, aduciendo que no hay confrontación física o amenazas verbales, ha dicho que no hay nada que puedan hacer ante este evidente crimen de odio.
«Esto no se trata de mí», dijo la señora Martínez. «El racismo afecta a muchas personas en este país. ... Ninguna familia debería tener que vivir con este tipo de acoso».
Lamentablemente, prevalece en amplios sectores de la sociedad de Estados Unidos la intención de cortar de raíz en las escuelas toda acción que busque construir una sociedad de respeto e igualdad, términos muy necesarios en una nación tan diversa que no logró ser el melting pot o crisol de razas prometido.
Lo peor es la posición política de Estados Unidos como juez y verdugo del resto del mundo cuando quiere imponer una supuesta defensa de los derechos humanos y un hacer que no se salga de sus cánones e intereses mezquinos expoliadores de las riquezas de todos.
El gran violador es también el gran farsante. Esto es apenas una muestra.
Dos de los libros censurados en las bibliotecas escolares, de Jerry Craft, autor e ilustrador galardonado con la Medalla Newberg. Foto: Jerrycraft.com