Las grandes mayorías son capaces de decidir que el curso de la historia esté a su favor. Autor: José M. Correa Publicado: 21/09/2017 | 05:25 pm
CARACAS.— Leí un texto que sugiere que los reporteros deberían tener cuidado con sus análisis sobre el panorama electoral venezolano. Recuerda que hasta último momento buena parte de los periodistas que en 1990 cubrían las elecciones en Nicaragua apostaban a la victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), a partir de pautas de encuestas, analistas y manifestaciones electorales a favor de Daniel Ortega.
Sin embargo, las urnas fueron en sentido contrario.
Es una duda que está tratando de alimentar la derecha venezolana y mundial. Y no solo con periodistas va la cosa. Recién se develó que hasta quieren convencer a parte del cuerpo diplomático de que ellos triunfan. Y echan mano, entre otras variables, a estudios que hablan de un empate técnico entre Chávez y el ultraconservador Henrique Capriles Radonski.
Días atrás, Luis Cristianssen, director de la encuestadora Consultores 21, señalaba que había «que tomarse muy en serio un escenario en el que Capriles gane». Y no lo dijo a hurtadillas. Fue en un coloquio convocado por el diario Últimas Noticias con directivos de importantes casas encuestadoras.
Cuánto, es la duda
A una semana exacta de los comicios del 7 de octubre, todas las encuestas dan segura victoria a Chávez. La pregunta es, cuál será la brecha. El consenso dice que el socialista cuenta con una ventaja mínima de diez por ciento sobre su principal adversario. Es decir, que será reelecto de ahí para arriba.
El propio Jesse Chacón, ex militar, académico y político muy cercano a Chávez, habla de un margen de diez a 18 por ciento. Otras encuestadoras le dan ventaja de 20 o más.
Ante unos y otros datos, el equipo proselitista del líder bolivariano, el Comando de Campaña Carabobo (CCC), insiste en la franca ventaja de su hombre. Una de sus prioridades es desarticular las maniobras de la oligarquía local y global, empeñadas en desacreditar al Consejo Nacional Electoral (CNE), para luego cantar fraude si la diferencia fuese «mínima».
No obstante, el CCC y Chávez están llamando a que no puede haber triunfalismo. Que la victoria ha de ser abrumadora.
Sensato es. Si las mayorías populares que apoyan la Revolución no acuden temprano y en masa a las urnas, entonces el rango será el menor. Si actúan con conciencia del momento histórico que les toca definir, la ventaja será grande.
El inciso «temprano» es vital. Según anunció la rectora del CNE, Sandra Oblitas, el primer boletín con los resultados de las presidenciales del 7 de octubre (7-O), el árbitro electoral lo emitirá «una vez que la tendencia sea irreversible, y cuando se hayan cerrado todas las mesas electorales».
Votar temprano será estratégico para los revolucionarios, a fin de desarticular las maniobras que la ultraderecha maneja para desestabilizar al país a partir de ese mismo día.
Un escenario muy probable —está en los planes de la reacción— es que avanzada la mañana del 7-O comiencen a aparecer supuestas encuestas a «boca de urna» que hablen de empate técnico o tendencia a favor de Capriles hasta X o Y hora.
Serán matrices generadas desde el exterior. Hay experiencia al respecto —contra Irán y durante la llamada «primavera árabe». Quizá hacia el interior del país sea complicado construirlas, por todo el dispositivo de seguridad que se implementará para esas fechas. Aunque no será difícil «entrarlas», habida cuenta del uso de las redes sociales y del empleo masivo de celulares por la población venezolana, el país con la mayor cobertura de telefonía móvil per cápita en la región.
Oposición no va con Capriles
Los sondeos han sido —la mayoría seguro sin proponérselo— francos aliados de Chávez durante todo lo que va de año. Y los rangos «a la baja» en estos últimos días: también.
Las encuestas están generando tensión en algunas filas chavistas. Y es bueno para ellos. Saben que la única receta es mantenerse activos, movilizados y asegurar que todos quienes apoyan a la Revolución —o al menos esta les conviene—, salgan el próximo domingo a ejercer su derecho al sufragio.
La ciudadanía opositora no necesita ser convocada a las urnas. Va sola. No votarán por Capriles Radonski —un individuo sin ninguna estatura de estadista— sino contra Chávez y el proyecto político, económico y social bolivariano. Entre la burguesía y la Revolución hay un antagonismo irreconciliable.
Es estereotipo aquí que la oposición (la oligarquía, y al lado de ellos, sectores de clase media alta, media y baja; los que se han dejado manipular por el poder mediático local y transnacional; y el lumpen proletario) dispone de un voto duro o cautivo de unos cuatro millones de electores. Y así es.
Meses atrás, durante una conferencia de prensa como candidato, incluso el propio Chávez —de forma indirecta— no descartó que el conglomerado derechista pudiera lograr hasta 5 000 000 de votos.
Es una cifra estimable. Seria. A tomar en cuenta. Pero también poco para asustarse. Los bolivarianos son más.
Si Chávez se levantara sobre Capriles con diez puntos o alguito más, contrario a la ventaja tradicional sobre el 20 por ciento que ha logrado en las tres elecciones presidenciales anteriores (1998, 2000 y 2006) y el referendo revocatorio de 2004, sin dudas habría que hacer un análisis hacia el interior de las fuerzas revolucionarias. Pero hasta ahí.
El plan A y otros «efectos»
La Revolución Bolivariana goza de muy buena salud, independientemente de los errores que tuviera. Los últimos nueve meses, empero, fueron duros. La ultraderecha, con no pocos éxitos, utilizó el día a día a su favor.
Hasta ahora han aplicado el Plan A (preelectoral).
La primera variable fue atacar por todos los flancos el liderazgo de Chávez. Emplearon, inicial e ininterrumpidamente hasta ahora, la baza de la enfermedad que se le declaró a este a mediados de 2011, y que desde entonces hasta febrero último lo condujo a tres intervenciones quirúrgicas en La Habana.
Dentro del Plan A, la reacción local y mundial también intentó crear, de manera real o virtual, a través de los medios privados —que disponen aquí de la mayor audiencia—, una sensación de zozobra, inseguridad e incapacidad del Estado para mantener la paz y la tranquilidad cotidiana.
La estrategia se reveló de manera clara semanas atrás, con la manipulación mediática de la catástrofe tecnológica en la refinería petrolera de Amuay y, en medio de ella, de una supuesta masacre en una comunidad originaria habitada por la etnia yanomami —luego desmentida por sus denunciantes.
Durante los sucesos de Amuay y la falsa crisis de los yanomamis, voceros de la derecha intentaron culpar a Chávez por uno y otro evento. Hasta sugirieron un juicio político al estilo de lo que ocurrió dos meses atrás contra el presidente Fernando Lugo en Paraguay (¿?).
El Plan A incluyó y mantiene sabotajes sobre el sistema eléctrico. También, quizá, en otros sectores de servicios básicos a la población. No se ha hecho público un boicot al respecto, pero hay razones para sospechar.
Venezuela vive lo que especialistas llaman «proceso electoral crítico». Hasta ahora, el catálogo de intentos terroristas y sabotajes para provocar inestabilidad han sido controlados o reducidos por el Gobierno y las fuerzas revolucionarias.
Resumen: el Plan A fracasó. Pero esta será «semana crítica».
El guión de la derecha ahora debe estar poniendo a punto el Plan B —o electoral—. Inicialmente, se preveía una posible retirada del candidato de la reacción. Al parecer no sucederá.
Es de esperar, entonces, que se empeñen en preparar un escenario para el domingo 7-O, el lunes y días después, a partir del manejo mediático de un supuesto fraude.
De fracasar —como el A— el Plan B, la historia no terminará. También está el Plan C —o poselectoral.
De este, hablaremos después. Solo les adelanto que entonces el Gobierno de Estados Unidos se rasgará las vestiduras. Saldrá a la luz. Hasta ahora ha podido mantenerse a la sombra. Pero no le quepan dudas, de que en A, B, C… D y todo el alfabeto, su mano peluda es, en definitiva, la que mueve los hilos.
La verdad verdadera
Existe el prejuicio de que los venezolanos, debido a la extraordinaria riqueza material de que disponen (apabullante en términos de disponibilidad de materias primas y otros recursos naturales/población), están acostumbrados a recibir, y cuando no es así: castigan con el voto.
La historia de este país dice lo contrario. Ahí está, como botón de muestra, el Caracazo de 1989 y el 4 de febrero de 1992; la respuesta popular al golpe castrense de abril de 2002 y al paro petrolero de diciembre de 2002-febrero de 2003. Y Bolívar y sus ejércitos de «pata en tierra», dos siglos atrás…
Esa es la verdad verdadera. La naturaleza de este pueblo.
Como reportero cubano, tengo la obligación profesional de respetar el criterio científico (estudios de opinión, análisis económicos, pronósticos políticos) y no generar entre nuestros lectores —para quienes la Revolución Bolivariana y Chávez son ya sangre de nuestra sangre— más expectativas de las debidas.
Cumplo: según todas las evaluaciones (incluidas la de firmas financieras de élite como el Bank of America Merrill Lynch —gurú de la bolsa de Nueva York, especializada en servicios al mercado de capitales, inversiones bancarias, asesoría consultiva, gestión de capital, gestión de activos, seguros y servicios de banca—: Chávez gana.
Quizá, empero, sea con mínima ventaja, lo que podría (tal vez) generar un complejo escenario de violencia y desestabilización por parte de los sectores extremos de la ultraderecha.
Cumplida la responsabilidad, doy voz al corazón. «Científicamente» ni se puede comprobar ni se debe sostener, pero en mi criterio, a partir de lo que he visto, vivido, estudiado y hablado durante casi un año de estancia aquí, Chávez debe ganar con buena ventaja.
No es voluntarismo. Estoy sopesando como variable la lección que han dado desde 1999 los pueblos de Nuestra América.
En momentos definitorios, y cuando el liderazgo es firme y la organización también —incluida una pizca de maña y nada de ingenuidad—, las grandes mayorías son capaces de decidir que el curso de la historia esté a su favor. El 7-O (el domingo que viene) dirá si me equivoqué o no.