Mercedes de Armas García (Chachi), funcionaria de la Misión Diplomática de Cuba en Bolivia, comparte con JR las emociones de su cuarta visita a Vallegrande y La Higuera, este 14 de junio
Hace dos años viajé a La Higuera por primera vez. Embargada de mil emociones, en el viaje de regreso escribí unos apuntes que publicó después Juventud Rebelde. Era la primera celebración oficial del natalicio del Comandante Che Guevara en La Higuera, en una era nueva para el pueblo boliviano bajo el gobierno del primer Presidente indígena en Bolivia, el compañero Evo Morales Ayma. En aquella ocasión se inauguraba un pequeño consultorio médico cubano, primer espacio para la atención de salud en aquel poblado que parecía tan olvidado como lo hubiera dejado el Che 39 años antes. Este 14 de junio mi cuarta visita a Vallegrande y La Higuera no dejó de tener las mismas emociones y una mezcla inexplicable de tristeza y satisfacción.
13 de junio: el Mausoleo que cuidó tus restosSalimos de La Paz a las 8 y 50 a.m., un grupo de 82 compañeros. Bolivianos del Movimiento de Solidaridad con Cuba y otros simplemente fieles seguidores de la obra y pensamiento guevariano; miembros de las brigadas de cooperación cubana que laboran en Bolivia, colaboradores venezolanos, así como trabajadores de la misión diplomática cubana acreditada en La Paz. El número me resultó una curiosa coincidencia histórica. Salvando las diferencias, pensé en que estos 82 «expedicionarios» tendríamos el privilegio de recorrer parte de la ruta del Che, los históricos lugares donde se le pretendió privar de la vida, donde por décadas intentaron ocultar sus restos y los de sus compañeros de lucha.
Viajamos en un avión C-130 H, de Transportes Aéreos Bolivianos, en medio de la alegría de los colaboradores, sus cantos, lemas, bromas y por sobre todas las cosas, un gran espíritu revolucionario. Una imponente geografía boliviana bajo nosotros. La cordillera de Los Andes en su plenitud multicolor atravesaba un mar de nubes. Una estela de luz solar difundía un espectáculo fascinante que sin dudas me hizo pensar por un segundo cuánto se debe hacer para proteger esta naturaleza casi divina. Llegamos al aeropuerto de Viru Viru en Santa Cruz a las 10 y 10 a.m. Allí nos esperaban varios ómnibus y autos para comenzar la jornada hacia Vallegrande.
El viaje es hermoso. Sería interminable describir el paso por la gran cantidad de pueblos y comunidades intermedios. La Guardia; El Torno; Samaipata, conocido sobre todo por la presencia de impresionantes ruinas arqueológicas; Mairana; Hierba Buena; Amboró y Los Negros. Los pueblitos van siendo cada vez más esporádicos, pequeños y humildes. Pampa Grande, Mataral. Se divisan huellas del daño a la naturaleza durante las inundaciones en febrero y marzo pasados. Puentes caídos que aún no han podido ser levantados, trabajadores preparando el terreno, buldózeres, aplanadoras, piedras, polvo, mucho polvo. Los caminos van haciéndose cada vez más difíciles en la medida en que nos adentramos en las montañas. Atravesamos campos de cactus gigantescos, acantilados de tierra roja, pura sangre de la «madre tierra», tierras blancas como arena, tierras rosadas, negras como basalto, se entremezclan con una gama de los verdes más diferentes. Un espectáculo maravilloso. Bolivia es, sin dudas un país prodigiosamente bello y diverso.
Avanzamos, vamos bordeando enormes precipicios, donde encontramos banderitas rojas que anuncian una abrupta caída de 200, 300 metros y en algunos lugares quién sabe si muchos más. Cochabambita, Lagunillas, El Trigal. Todos los nombres debajo rezan Ruta del Che, hay flechas de madera, todo bien señalizado. Me llama la atención que no recuerdo tantos anuncios en viajes anteriores. Alguien me recuerda que esto se hizo en octubre pasado para el 40 aniversario del asesinato del guerrillero heroico. A las 3 y 43 p.m. se divisa ya Vallegrande, aún lejos y a las 3 y 57 entramos en la ciudad, tras más de cinco horas de viaje.
Llegamos a la casa de la Brigada Médica Cubana. María Isabel y Luis, jefes de la colaboración médica, nos esperan. Como siempre cariñosos, amables, pendientes de cada detalle para hacer que la tropa se sienta bien. Subí a una azotea donde recordaba haber estado en la primera vez y haber tomado fotos de todo Vallegrande. Repetí las fotos, incluso una dirigida hacia donde está el viejo aeropuerto, a donde trajeron aquel día fatídico el cuerpo sin vida del Che.
Salimos hacia el Mausoleo al Guerrillero Heroico, lugar donde descansaron por 30 años los restos del Che y de seis compañeros más, hasta que fueran hallados y trasladados a Cuba en 1997, por un equipo de médicos cubanos dirigidos por el destacado forense Dr. Jorge (Popy) González. El mausoleo es imponente, sobrecoge solo de verlo, una casa blanca modesta, con varias columnas color terracota, techada a dos aguas con tejas rojas y una sobria foto del Che al centro. El lugar está cercado, hay un camino que lleva a la entrada, jardines bien cuidados por los médicos cubanos; a un costado, escrito en piedras pintadas de blanco, «Che Vive». Una multitud de batas blancas y rostros de júbilo nos espera. Nos incorporamos. Todo está listo para comenzar el acto.
Mientras nos acercamos, escucho esa música que invariablemente eriza mi piel. Suite para las Américas. Hay dos filas de colaboradores a cada lado. Entramos, todo muy solemne. Las banderas de Cuba, Bolivia y Venezuela, una ofrenda floral de rosas y claveles rojos y blancos. Dos compañeras custodian la escalera que da paso a la fosa donde fueron encontrados los restos. Alrededor entre las decenas de compañeros que toman fotos y recorren el lugar, muchas imágenes del Che. En trabajo voluntario, con sus padres, con sus hijos, con Camilo Cienfuegos, con Fidel. Solo fotos del Che vivo, como aún marcha entre nosotros, como lo recordamos siempre.
Hace menos de un año, para el 40 aniversario de su asesinato, este mausoleo fue totalmente restaurado, por compañeros nuestros, a partir del empeño y el apoyo del general de división Rogelio Acevedo. Pasando entre los colaboradores, llego al fondo y puedo leer una enorme placa negra con letras blancas. «Nunca en la historia un número tan reducido de hombres emprendió una tarea tan gigantesca. Fidel». Y debajo, como para corroborar su compromiso, una frase del Che: «No hay más cambios que hacer. O revolución socialista o caricatura de revolución. Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América».
A las 5 y 30 p.m. comienza el acto. Una pequeña reja bordea la fosa, que queda al centro, rodeada de compañeros que van a ser homenajeados. Todos formados, a la espera de recibir su merecido reconocimiento. Los himnos de Bolivia, Venezuela y Cuba abren la actividad. Discursos, solemnidad, respeto infinito, cariño, casi veneración. Tres residentes de oftalmología, dos muchachas cubanas y un joven boliviano de una voz prodigiosa, Tito Manú, cantan Son los sueños todavía. Escucho, «fue una estrella quien te puso aquí», y pienso que es cierto, no pudo ser casualidad el privilegio de haberte tenido entre nosotros, de que nos guiaras y acompañaras con tu inigualable ejemplo. Se entregan los reconocimientos, alegría y satisfacción en los rostros. Son los colaboradores de mejor desempeño de las brigadas médica, educativa, de ahorro energético y trabajadores sociales.
Posteriormente se firma el Código de Ética de los Cuadros. Luego, varios discursos. El Embajador de Cuba cierra el acto con palabras de llamado al esfuerzo cotidiano, a seguir el ejemplo del Che, a no defraudar a Fidel, a Raúl, a la Revolución, a cumplir con la sagrada tarea encomendada de contribuir modestamente, cada uno en su puesto, a que Bolivia y su proyecto de Revolución democrático-cultural, salgan adelante. Termina el acto. Todos quieren bajar a la fosa, tocar la piedra que dice su nombre sobre el espacio angosto de tierra donde fueron encontrados sus restos. Me escurro entre los tantos colaboradores, logro bajar con mi hijo de 15 años que mira sorprendido y emocionado a su alrededor. Miro las tarjas, hechas en piedra rústica, con los nombres de los siete compañeros, cuyos restos fueron encontrados allí. Ernesto Che Guevara, Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), René Martínez Tamayo (Arturo), y Orlando Pantoja Tamayo (Antonio), los bolivianos Aniceto Reinaga (Aniceto) y Simón Cuba (Willy), y el peruano Juan Pablo Chang (El Chino).
Logro llegar. Pongo mi mano sobre la placa, alguien nos toma una foto para recordar siempre. Llego a una esquina de la fosa, miro la tierra. Saco una bolsa pequeña y con mis manos recojo un poco de aquella tierra sagrada que cuidó sus restos por 30 años y que aún guarda su espíritu de lucha por un mundo mejor. No se si se podrá, tal vez alguien me llame la atención, pero no dejaré de hacerlo. Esta tierra se va conmigo.
14 de junio: «Higuerizar» BoliviaSalimos a las 6 y 35 a.m. De Vallegrande a La Higuera el camino no es más que un terraplén, mejor o peor en dependencia de la zona. Continuamos encontrando anuncios de pequeñas comunidades, Kallana, Santa Ana, Agua de Oro, Alto Seco, El Duraznal, hasta que llegamos a un pueblo más grande, Pucará, municipio al que pertenece La Higuera. A las 8:00 a.m. aproximadamente entramos en una zona más agreste, la ruta más difícil, pequeñas casitas muy pobres. Signos inequívocos de la cercanía a La Higuera.
Encuentro marcas muy conocidas en esa ruta del Che. Una estrella roja y una flecha, indicando el camino a seguir. Pienso que no hace falta más, es la estrella que simboliza su lucha, su ejemplo. Avanzamos, siguen los anuncios, sencillos, siempre la estrella y después «La casa del telegrafista», o «Che Vive», o «Che Comandante». Siempre la estrella, y todos los letreros en rojo.
A las 8 y 23 a.m. entramos a La Higuera. En apariencia, sigue siendo el mismo pueblito pequeñito y muy humilde que vi hace dos años. A la izquierda la misma casita blanca con techos de adobe, con una pintura de esa foto de Korda que ha recorrido el mundo entero, y junto a ella un letrero «Morir antes que esclavos vivir», ese verso del himno nacional boliviano que invariablemente me recuerda uno tan nuestro, «morir por la patria es vivir». Entramos hasta el centro del pueblito donde encontramos un ir y venir de compañeros acomodando sillas frente a una improvisada tribuna; al fondo una gigantografía muy conocida con la imagen del Che de verde olivo sobre un fondo negro, y su canto infinito de «Hasta la victoria siempre».
Exterior de la escuelita de La Higuera, donde asesinaron al Che, hoy convertida en el Museo Comunal del poblado. Foto: Calixto N. Llanes Bajamos llenos de polvo. Camino hasta la escuelita, lo que queda de la original, y otra convertida en museo, reconstruida dicen que por unos franceses que quisieron mejorar la estética y destruyeron la historia. Quedó sí la puerta vieja, de madera, verde y en el umbral alguien escribió una frase que late perennemente en mi memoria desde que la vi la primera vez: «Por esta puerta salió un hombre hacia la eternidad».
El museo estaba cerrado en esta ocasión. Dentro hay mucho dolor. Voy hacia la parte vieja, allí donde vivió sus últimas horas, mal herido, ultrajado en su gigantesca dimensión de hombre nuevo. Es una casita de adobe y tierra, cubierta con piedra, muy humilde como todas en La Higuera. Una pequeña ventana permite ver el interior, un piso de tierra. Tomo fotos a la pequeña casita que amenaza con caer de un momento a otro. Vuelvo a guardar un poco de esta tierra que debe tener algo de tu sangre, de tu vida perenne entre nosotros, aprieto la bolsa junto a mi pecho y sigo mi camino, ahora hacia un busto gigante, inaugurado hace unos años atrás, que en su base clama «tu ejemplo alumbra un nuevo amanecer».
En el camino paso por una casita con su ventana abierta. Una cabecita de niña de unos diez años se asoma, solo se le ve un pelo negrísimo y revuelto y unos ojos grandes, también muy negros. Me acerco a tomar una foto. Entonces ella alza la cabeza y me sonríe. «¿Tú también eres doctora?». Me quedé pensando, «Sí», le mentí conscientemente. Al final para los niños pobres bolivianos, todos los cubanos que estamos acá somos médicos, «doctoritos» les llaman. Le sonreí y le pregunté si iría al acto, si conocía al Che. «Claro, aquí lo mataron», me dijo. No dejes de venir, le dije y me alejé apurada. Quería tomar fotos a la nueva estatua en bronce que fue colocada en octubre pasado para el 40 aniversario de su caída, de pie con un brazo en alto, de unos tres metros quizá, y correr para llegar a tiempo al acto de inauguración de una pequeña salita de apoyo vital en la posta médica. Atravesé todo el pueblito, me llevó unos dos minutos y llegué a la entrada del área donde están el consultorio médico cubano, un área deportiva, dos aulas que conforman la escuelita del pueblo y la modesta vivienda de nuestros médicos. Al fondo un caballo pasta y descansa, es el que usan nuestros colaboradores para hacer el trabajo de terreno en las comunidades aledañas.
El poblado no es el mismo desde que a él llegaron los médicos cubanos. En el consultorio nos reciben los doctores Yairys de la Rosa y Roicell Lázaro Requesen Gálvez. Sonrientes, amables, «pase, profe», siempre me admira esa frase que recibimos todos los días de nuestros internacionalistas, para ellos todos somos «profes», una frase que entraña respeto y cariño. Llevan apenas dos meses en La Higuera, en condiciones muy difíciles y nos esperan con un gran reclamo: «Profe, queremos quedarnos. Aquí la comunidad ha escrito una carta y el Alcalde de Pucará escribirá una solicitud, ¿será posible que nos dejen al menos seis meses? No queremos irnos. Aquí hay mucho por hacer». «No estoy mandatada para decidir sobre esto pero me atrevo a decirles con tanta voluntad y deseos de trabajar, para mí se lo han ganado». Me enseñan la humilde vivienda, es en realidad una nave alargada donde un área funge de sala, comedor, cocina y cuarto y al final hay un pequeño bañito, todo limpio, adornado, muy cubano. Fotos del Che por doquier, de Fidel, algunas fotos que se ve son familiares.
Llegan los jefes de la misión médica del país, del Departamento, compañeros de la Embajada, de otras misiones de colaboración y se inicia un sencillo acto para cortar la cinta que dejará inaugurada la salita de apoyo vital, con una cama, una cuna, y todo el equipamiento de atención de urgencias, necesario. La Dra Yairys, muy nerviosa, evidentemente más acostumbrada al diálogo con el paciente que a los discursos, cuenta del trabajo cotidiano, ofrece datos interesantes. En La Higuera son 26 familias, apenas 75 personas, pero se hace medicina integral comunitaria. Se atienden además diez localidades aledañas y en la escuelita de La Higuera, estos dos jóvenes médicos, ofrecen clases de Inglés y Computación en sus horarios libres, a niños y adultos.
En total se atienden 202 familias de comunidades cercanas, un total de 777 habitantes. Ahora tendrán este nuevo servicio, que ya ha atendido a seis pacientes y ha permitido salvar dos vidas, desde que se montó hace unos días. Se corta la cinta, se «challa» la entrada, con una botella de cerveza, muy al estilo de las tradiciones altiplánicas. Entramos, apenas cabemos, los médicos explican, los equipos, los medicamentos que poseen, todo impecablemente limpio, listo para ser utilizado.
Yairys explica los principales problemas de salud del área: chagas endémico; las enfermedades parasitarias por la mala higiene y manipulación del agua y los alimentos; y dolencias renales porque, siendo difícil de conseguir, se consume muy poca agua. Se practica la medicina natural, de acuerdo con las propias tradiciones ancestrales de estos pueblos. Los médicos explican que tienen un huerto, y enseñan a los niños a cultivar y cuidar las plantas y les explican a las familias sus diferentes usos. También hacen ferias de salud todos los viernes, viajando a caballo a las comunidades, llevan medicamentos, hacen pesquisaje para la Operación Milagro. Los pacientes son llevados a Santa Cruz, al Centro Oftalmológico, operados y regresados para seguimiento en el consultorio.
Mientras escuchamos impresionados los detalles de esta hermosa labor, entra una niña, tímida y sonriente. La miro, se me parece a la niña que retraté en aquella casita. Yairys, la llama, «ven Eliester, entra, cuéntale a los profes, todo lo que hacemos aquí con los niños, vamos no tengas pena». Yairys habla del proyecto cultural mediante el cual les leen cuentos de José Martí y otros autores, les ponen películas, documentales. Como en este poblado no hay corriente eléctrica, la única posibilidad de energía la proporciona el panel solar y la planta de nuestro consultorio. Allí se reúnen varias familias todas las noches para ver el noticiero por Cubavisión Internacional, ver películas. «Ah —dice Yairys— ellos conocen la “calabacita”, la “sapallita”, le dicen (sapallo es el nombre que se le da a la calabaza en Bolivia)».
Antes de concluir, la seguridad de los jefes de la Misión médica de que podrán cumplir su sueño y quedarse más tiempo. Sus rostros se iluminan de júbilo y agradecimiento.
Es hora de empezar el acto. Salimos apurados, otros niños pululan alrededor del consultorio. Nos movemos hacia la tribuna. Eliester se me acerca. «Tú no eres doctorita, no tienes bata», me dijo. «Es cierto, mi amor, pero igual, estamos aquí para ayudar como tus doctores», le respondí un poco avergonzada. La doctora Yairys se nos unió, ella se le abrazó a la cintura y le pegó la carita a su vientre. Después de unos segundos, dijo tímida, «yo conozco a Fidel».
Un grupo de cuatro argentinos tiene un «proyecto por la unidad de los pueblos», con una pequeña biblioteca, un museo, que muestra piezas que utilizó la guerrilla, o que utilizaron los soldados de la época, fotografías, recortes de periódicos. Mantienen un huerto también, y uno de ellos trabaja permanentemente en un orfanato en Vallegrande. Se les ve entusiastas, comprometidos con la tarea. Hacen un trabajo conjunto con nuestros médicos y reciben también apoyo de Venezuela. Una verdadera obra de integración latinoamericana. Como tú lo soñaste.
Entonces sentí que definitivamente La Higuera ya no es la misma, y pensé que te sentirías orgulloso y feliz, insatisfecho siempre por lo mucho que aún hay que hacer por este pueblo, pero feliz de saber que la obra que dejaste está siendo continuada, que en el lugar donde intentaron cegar tu vida, reverdeció con creces tu ejemplo.
Como un regalo de cumpleaños, este 14 de junio es un día soleado, cálido y hermoso en La Higuera. Llegamos a la tribuna, la plaza llena, muchos brazos en alto con banderas, todos los corazones llenos. La mayoría son colaboradores cubanos, trabajadores sociales bolivianos y colaboradores venezolanos, algunos lugareños y personas que han llegado de todas partes, hay argentinos y de otras nacionalidades.
Miro este mar de personas y descubro que casi todos son jóvenes, en sus 20 y 30 años y no puedo dejar de tener un pensamiento: «Esta es la juventud que cuenta, querido Fidel». La que nació y creció con ese lema que tú nos enseñaste, «ser como él, ser como el Che». Quisiera que tuvieras la oportunidad de verlos mover sus banderas, como mueven sus manos trabajando día a día. Estos no se venden por un premio del mismo enemigo que nos bloquea y agrede, olvidando sus orígenes y su compromiso sagrado con la patria; no se rinden, no claudican vergonzosamente ante la maquinaria del imperio. Siento una enorme satisfacción.
Discursos de los jefes de las diferentes brigadas, de compañeros bolivianos y argentinos, rinden parte al Che, a Fidel, a Raúl, a Chávez, a Evo, de la obra realizada en Bolivia. Todos orgullosos, felices del deber cumplido.
Trato de imaginar que diría la página correspondiente a un día como hoy en el diario del Che: «Hoy 14 de junio de 2008, llegamos a 13,8 millones de consultas médicas gratuitas y a 255 mil operados de la vista. Solo estamos comenzando». Nos dirías: «Ya son 545 mil los alfabetizados. Mucho queda por andar, pero triunfaremos. El grupo de 29 médicos del alma, sigue combatiendo con éxito. Están por llegar refuerzos de Fidel».
El acto termina con el compromiso responsable de todos con el ejemplo del Che, de ser más exigentes en nuestro trabajo. Allí se ha expresado reconocimiento por este pequeño gran centro de atención de salud justo en el corazón de los Andes, donde infructuosamente pretendieron arrancarte la vida; se nos ha pedido a todos seguir este ejemplo, esforzarnos más cada día, no solo por cumplir con el deber más elemental en nuestros puestos de trabajo, sino de hacer cada día más. «Higuerizar» Bolivia es la idea y me pareció extraordinariamente simbólico: Llevar a cada rincón de este maravilloso país la fuerza que impregnaste a estas tierras, el ejemplo de lo logrado aquí.
Tras tantas emociones regresamos a Vallegrande. Nos espera un viaje igualmente largo, de polvo en el camino y grandes sobresaltos en el corazón. Voy evocando pasajes del viaje y a pesar del cansancio no puedo dormir. Recuerdo entonces lo que con un nudo en la garganta escribí en el libro de firmas del Código de ética en el Memorial al Che. Una pequeña dedicatoria, humilde pero con mucha admiración y respeto:
«A ti Che, que llegaste para todos los tiempos, para quedarte con nuestros pueblos de América, hoy cada vez más libres. ¡Hasta la victoria siempre!».
16 de junio de 2008
(Revisión y corrección a cargo de los periodistas Luis Báez y Pedro de la Hoz, de paso por Bolivia)