Alberto Luberta Noy. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 06:48 pm
«Sacarle una sonrisa a alguien es un placer que no tiene comparación», confesaba a esta redactora Alberto Luberta Noy, durante una entrevista que le concediera a Juventud Rebelde en septiembre de 2010.
El destacado escritor, quien durante más de 40 años hiciera reír al pueblo cubano con las situaciones que ingeniaba para el programa de radio Alegrías de sobremesa, ahora nos provoca tristeza con la noticia de su muerte, sucedida este lunes.
Durante décadas entregó dos libretos diarios. Para él no había descanso y la exigencia era fiel cómplice de sus andanzas frente a la máquina de escribir: «Cuando amanecía en blanco aquello era candela, pero siempre me impuse y cumplí con la meta de nunca pasarme de la 1:00 p.m. Sucediera lo que sucediera, esa era mi hora límite para llegar con los guiones en mano».
Precisamente por esa consagración, Enrique Núñez Rodríguez lo bautizó como «el mártir cotidiano de la radio». En esa casa que fue Radio Progreso lo llamaban «el Padrino» o «el látigo»; y recordaba: «Me llevo muy bien con mis compañeros, pero soy un hombre de radio, me crié y crecí en ese medio, por eso no puedo permitirle a nadie cuestiones que se salgan de esos términos».
Luberta llegó a la CMQ el 1ro. de julio de 1947, cuando le faltaban dos meses y 27 días para cumplir 16 años. Fue recibido por Iris Dávila y allí empezaría como copista. Habilidoso en la mecanografía, sus 98 palabras por minuto, le hicieron adentrarse en el universo casi salvaje de los libretos.
«La primera vez que tuve uno en mis manos, yo me pregunté: “¿y esto qué cosa es?”; hasta que me fui metiendo y me agarró, porque la radio te atrapa». Y así sucedió.
Su primer guion fue a mediados del año 1948, para un programa de corte dramático que se llamó El alma de las cosas, luego escribió para otro llamado Fiesta a las 9:00, hasta que en 1965 llegó a Alegrías de sobremesa.
Su maestría y empeño como creador le valieron el Premio Nacional de Humorismo 2001 y Premio Nacional de Radio 2002. Y con enorme modestia aseguraba no haber imaginado nunca que iba a recorrer tanto camino.
No obstante, a pesar de todos los méritos y reconocimientos que avalaban su labor, siempre tuvo muy clara la importancia de dar chance a los jóvenes. Por eso se apenaba al afirmar que no todos pensaban igual. Es hora de abrir paso a la juventud, señalaba.
Fiel defensor de la idea de que la profesión de humorista era la más linda del mundo, no se creía todo lo que él era: una leyenda del medio radiofónico. Decía que no era para tanto: «Lo que pasa es que a mí me conoce todo el mundo, mientras mucha gente se retira a los 60 años cumplidos, yo llevo más de 60 también, pero de vida artística en el mismo medio».
En aquella ocasión, sentado en la sala de su casa, en compañía de su esposa y compañera de trabajo, la directora de programas Caridad Martínez, Alberto Luberta dio múltiples muestras de su grandeza. Una de sus tantas enseñanzas vino cuando me dijo: «Mi trabajo no termina con la entrega del libreto. Para muchos es muy fácil escribir y soltarlo. Siempre me preocupé por todo lo que pasaba después, iba a todos los ensayos. Mi filosofía no fue jamás trabajar por dinero, sino por satisfacción personal».
No le gustaba dirigir, decía que las cosas nunca salían al aire como uno las pensaba. Le provocaba enorme molestia concebir algo de una manera y que luego el resultado fuera diferente. Era detallista al extremo, quisquilloso, resabioso, como él mismo se definía.
Luberta nos enseñó que el humor va más allá del chiste, que la labor de crear también podía regalar duras noches y negros amaneceres cuando a la página en blanco no acudían las palabras; y que para conformar una escena graciosa no tenía que haber picardías y maldades, pues todos los personajes podían ser nobles, y esa fue una de sus máximas en el trabajo.
«Aplaudo cualquier forma de hacer humor, pero considero que el que resulta, el que le gusta al cubano, es el costumbrismo. Una de mis premisas es intentar que la gente se vea reflejada en lo que sale al aire. Cuando eso sucede te ganas al público, lo tienes de tu lado».
Por esas razones fueron muchos los que durante años escogieron acompañar sus horas de comida con las ocurrencias de Alegrías de sobremesa, espacio inigualablemente presentado por Eduardo Rosillo. Los personajes de aquel edificio «radiofónico» seguirán dando de qué hablar. Ahora, me pareciera estar escuchando a la entrañable Rita, en la voz de Marta Jiménez Oropesa: ¿Luberta? ¡Qué gente caballero, pero qué gente!