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Preso 113, el rostro más difícil

En un pequeño pero exuberante rincón verde de la Fragua Martiana se deja ver a los ojos del transeúnte una escultura dedicada a José Martí. Juventud Rebelde conversó con su autor, José Villa Soberón, e indagó acerca de esta virtud suya de humanizar en bronce

Autores:

Juventud Rebelde
Isairis Sosa Hernández

En la capitalina esquina donde se interceptan las calles Príncipe y Hospital, una escultura en bronce dedicada a nuestro Héroe Nacional se deja ver a los ojos del transeúnte. Emplazada en un pequeño pero exuberante rincón verde de la Fragua Martiana, la obra posee la extraña cualidad de haber sido erigida en un sitio donde tiempo atrás Martí tuvo que laborar: las canteras de San Lázaro.

Preso 113* es el nombre de este tributo que, brotado del firme cincel del escultor José Villa Soberón, recuerda el martirio que por estos lares sufriera el Apóstol —casi niño— en su temprana lid contra la opresión colonial.

Tras la historia del autor y su obra llegamos a la cita con Villa, y aunque nos advierte que es un hombre de pocas palabras, introvertido, la charla nos revela a un interlocutor pausado, sí, pero a la vez ameno e inteligente.

Profesor de Escultura durante más de tres décadas, y por cinco años vicepresidente de la Uneac, nos sorprende que siempre haya alternado con éxito fundiciones, clases y reuniones.

Nacido en Santiago de Cuba en 1950, para muchos es un escultor de sostenida y exitosa trayectoria. Y tiene que ser cierto, cuando sus piezas se encuentran dispersas, cual chispas de soldadura, en disímiles puntos de Cuba y el mundo.

—¿Cómo surgió el proyecto Preso 113?

—El promotor fue Carlos Marchante1, entonces director de la Fragua Martiana. Es una idea basada en la fotografía que José Martí se toma en el presidio y le dedica a su madre.

«Yo le hice adaptaciones al proyecto. Por ejemplo, en la imagen, Martí no lleva ese pico de trabajo, en realidad tiene el brazo apoyado sobre una columna; pero en esencia la obra reproduce esa foto.

«Les puedo decir que Preso 113 es la escultura más difícil que he hecho. En esa época trabajé junto al escultor Rafael Gómez, y a los dos nos dio muchísimo quehacer. Modelarla no fue problema, pero el retrato fue extremadamente laborioso. Creo que modelamos el rostro del Apóstol más de 20 veces. Por mucho que insistíamos en hacerlo basados en la imagen que nos daba la foto, nos salía una persona que no tenía el más mínimo parecido a Martí.

«Nos costó mucho encontrar una imagen con la cual sentirnos complacidos. De todos los rostros que he hecho, el que más trabajo me ha costado ha sido ese».

—¿Cuánto tiempo le tomó realizar la obra?

—Hacer una de estas esculturas me puede tomar ocho o diez meses. También tuve que dedicarle tiempo a documentarme sobre esa circunstancia específica en la vida del joven Pepe; todo lo que significó la cárcel para ese adolescente y cómo ese momento lo marcó para siempre.

—¿Qué representa en su carrera Preso 113?

—Para todos los artistas cubanos, José Martí es como un tema permanente. Es difícil encontrar un escultor, un pintor, que en un momento determinado no haya tenido que abordar a Martí en su trabajo. Pero lo que nunca pensé es que lo fuera a recrear en este duro momento de su vida.

«Yo no he hecho todas las esculturas que me han pedido. A veces hay personajes que son muy bonitos, importantes, y de los cuales saldría una gran obra, pero siempre he tratado de hacer esculturas de aquellos con los cuales me logro identificar y me resultan interesantes. En este sentido, Preso 113 es una de las piezas en las que emocionalmente me he sentido más comprometido, más motivado».

—¿De no haber sido un encargo, se hubiera planteado igualmente la posibilidad de esculpir a Martí?

—Lo pensé, pero solo nunca hubiera podido hacer un trabajo de esta envergadura. De hecho, yo tengo en mente muchas obras que sé que nunca voy a realizar; porque la escultura es así, necesita de oportunidades.

«Particularmente, creo que Preso 113 es una obra extraña, poco común, pues reproduce a Martí en un sitio donde él estuvo, en otro tiempo, pero en ese mismo espacio. Eso me resultaba muy atractivo».

Creador versátil

A Villa le entusiasma de la escultura esa capacidad que tiene de proyectar una idea y hacerla realidad. Le seduce el reto que implica poder transformar los materiales en un objeto capaz de transmitir sensaciones, pensamientos. Y le sorprende también «la posibilidad que tiene el escultor de convertir un bloque de piedra, o de mármol, en algo hermoso y a veces tan delicado».

—¿Cómo llega a la escultura figurativa?

—Luego de graduarme en la Escuela Nacional de Arte (ENA), continué mi formación en Praga, y allí me enseñaron fundamentalmente el estudio del natural. En 1976 regresé a Cuba y estaba muy entusiasmado con el trabajo de la figura humana. En ese momento hice varios proyectos con obras figurativas, pero no tuve suerte. Esas ideas no consiguieron conquistar a personas que pudieran interesarse en ellas.

«Esta es un tipo de expresión artística que necesita contar con cierta ayuda, por el peso de las piezas, el elevado costo de la fundición en bronce; es por ello que casi siempre son obras hechas por encargo. Pero ante el panorama de no lograr apoyo, me fui a explorar otros materiales que me resultaban más económicos, y me convertí en un creador abstracto.

«Hasta que en el año 2000, convocan a un concurso para homenajear a John Lennon. La idea me entusiasmó, porque estaba estrechamente relacionada con mi generación, que es la de los Beatles. Así que recurrí a esos conceptos juveniles que nunca pude concretar.

«Para mi asombro, no solamente escogieron mi proyecto, sino que gustó mucho esa manera de presentar la escultura, que evade ciertos recursos de la estatuaria tradicional —por lo regular en poses teatrales, de grandes dimensiones, sobre pedestales y bases— para humanizar los personajes a los cuales se les rinde tributo y situarlos al alcance del espectador.

«El mismo día de la inauguración del Lennon, Eusebio Leal me encargó una pieza dedicada al Caballero de París. Luego me volvió a sorprender lo atractiva que resultó, no solo para artistas y especialistas, sino a nivel popular. Eso era algo que realmente nunca había sentido —por lo general, esta es una manifestación artística que no tiene una marcada participación de la gente. Y desde entonces retomé esa idea en el resto de mis obras: Madre Teresa de Calcuta, Hemingway, El Benny, Mella, Gades...

—¿Llegarán otras?

—Pensé no hacer ninguna más, pero crearé una última, dedicada a Nicolás Guillén, también a petición de Eusebio. Se va a emplazar en la Alameda de Paula y estará recostado a una baranda, mirando hacia la bahía de La Habana.

«Aunque creo que después de Guillén no haré ninguna otra, porque no quiero agotar la idea. Cuando los conceptos se repiten mucho se vuelven demasiado evidentes y pierden atractivo. No quisiera ser yo mismo quien le quite valor a esos proyectos, los cuales me han dado siempre una dimensión diferente de la relación con el espectador.»

—De todos sus «habitantes inmóviles», ¿a cuál prefiere?

—Los prefiero a todos. En cada uno de ellos he tenido motivaciones diferentes. Es como preguntarle a una madre o un padre cuál hijo prefiere.

—Pero con alguno tiene que haber quedado más satisfecho…

—Me gusta mucho el homenaje a Mella, creo que está escultóricamente muy bien construido. Pero las otras piezas me han producido también gran satisfacción. Disfruté la de Lennon, porque fue un personaje muy importante para mi formación, mi juventud, mi concepción del arte. En cuanto al regocijo con la imagen, tras el esfuerzo realizado, pudiera decir que fue Preso 113.

—Sin embargo, a pesar de la dicha que le ha proporcionado su obra figurativa, usted se considera un escultor abstracto…

—La verdad es que la figurativa me ha dado más notoriedad; sin embargo, en lo personal, disfruto mucho la escultura abstracta. Es como un trabajo algo más íntimo.

«No me gusta encasillarme. Además, creo que el arte contemporáneo le permite al creador trabajar en varias expresiones a la vez.»

Nota:

1Según comentó Carlos Marchante a estas reporteras, el proyecto original fue concebido por el Doctor Gonzalo de Quesada y Miranda en el año 1970, al cumplirse el centenario de la presencia de Martí en las canteras de San Lázaro. En 2002, en ocasión de conmemorarse el aniversario 50 de la fundación de la Fragua Martiana, Marchante retomó el proyecto y la obra fue develada por Raúl en las primeras horas del 28 de enero de 2003, tras culminar la Marcha de las Antorchas. En la materialización de esta idea tuvieron un papel decisivo el Doctor Eusebio Leal y la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana.

*El lector puede encontrar más información en la entrevista multimedia «Los hijos de bronce de Villa Soberón», disponible en la edición digital de nuestro diario en la siguiente dirección electrónica:  http://www.juventudrebelde.cu/UserFiles/Flash/hijos-bronce-villa-soberon/index.html

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