Portada del libro Deja que te cuente de Bola. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:16 pm
«[…] No tengo voz; si acaso de vendedor de mangos […] yo digo lo que la canción tiene por dentro […] lo interior, aquello en que uno cree íntegra, radicalmente». Así declara a la prensa neoyorquina, Ignacio Jacinto Villa Fernández en 1956. A un ilustre periodista cubano, Ciro Bianchi, dirá el pianista y compositor 14 años después: «La música y yo somos uno. Es lo único que me gusta. El único gran placer que experimento es hacer o sentir música».
Seleccionadas ambas frases, escrutadas palabra a palabra, Bola de Nieve revela como en espejo biselado, el drama y la pasión de su existencia. Su apego al piano y a su modo de decir, que estarán salvándole cada minuto, compensándoles las desgarraduras que su condición de negro y homosexual, y su belleza esquiva le dejaron a lo largo del camino.
Porque, el libro Deja que te cuente de Bola, de Ramón Fajardo Estrada, no es únicamente el paseo por la carrera que llevó a este humorista del piano y su «alegría terrestre» (tal como dijera Pablo Neruda) a buena parte del mundo; no es la mera relación de la leyenda, resulta la exploración de un carácter.
El autor no tiene a menos, referirnos el debut de Ignacito en un cine habanero, a los 13 años. Una andanada de huevos y tomates le recibe… pero el talento es como el agua atrapada, sabe hallar el cauce. Y llegarán los aplausos, ora en Buenos Aires o México, ora en Nueva York, en París, en China, en Moscú. Fajardo nos presenta a un artista completo que va acrisolando su estilo, creciendo como compositor, preguntándose a sí mismo.
Aquel apodo de Bola de Nieve que asaetaba al niño rollizo color azabache, se convierte en su nombre artístico por obra de Rita Montaner. Así lo presenta en el Teatro Politeama, de México, en 1933. Así se quedó. Fue un bautizo feliz, mas no siempre estuvo de acuerdo el autor de Si me pudieras querer. Se resignó, lo fue aceptando finalmente, cuando la mofa infantil se transformó en reverencia.
En las páginas de Deja que te cuente de Bola nos asomamos al ámbito familiar, a su madre Inés y a la entrañable abuela Mamaquica, a la casona de tertulias y comidas, a su «guanabacoaísmo» —término de factura propia—; a los encuentros y desencuentros con Rita Montaner —indomable y polémica—; a sus largas temporadas con el maestro Lecuona; a la influencia del profesor y guitarrista santiaguero Vicente González Rubiera, «Guyún», a quien confiaba la revisión técnica de sus partituras. Y, por supuesto, asistimos a sus veladas en el Monseigneur.
Ramón Fajardo Estrada (Bayamo, 1951) es un investigador que nos tiene acostumbrados a la precisión de las fechas, a la riqueza del detalle. Así lo había hecho en su libro sobre María de los Ángeles Santana, y visto el esbozo, habrá que esperarlo también en su anunciada propuesta sobre Ernesto Lecuona.
Fiel a su enjundia, nos sumerge esta vez en el mundo cultural que rodea al Bola y nos entrega, como al paso, los programas de conciertos con figuras debutantes o famosas —Esther Borja, Pedro Vargas, Toña la Negra o la propia María de los Ángeles—, los sucesos de la radio y el cine, las críticas de la prensa, las letras de las canciones y un material gráfico inestimable.
Conmueven las últimas páginas de este volumen. El sueño premonitorio de su muerte en México y el día terrible: Luis Medina, amigo mexicano del Bola lo aguarda para el desayuno, pero extraña su tardanza. Toca a la habitación con respeto, mas no hay respuesta. Empuja la puerta. Bola parece dormido. Insiste, lo sacude; pero todo es inútil. Es un aciago 2 de octubre de 1971. Días después, al haber sido trasladados sus restos a La Habana, Miguel Barnet dejó caer sobre su ataúd un papel con su poema Oriki para Bola de Nieve.
La Editorial Oriente en el centenario del natalicio de Ignacio Jacinto Villa Fernández acunó este libro en su nueva edición, de manos de un colectivo encabezado por dos damas: la editora Asela Suárez y la diseñadora Marta Mosquera. Yo sé de sus desvelos.
Deja que te cuente de Bola —prologado por Reynaldo González, premio nacional de Literatura— es un libro para la cultura cubana, tan urgida ahora mismo de discernir sus figuras imprescindibles de los ídolos falsos que van inundando la pantalla y el aire.
¡Ay, Bola, si pudiéramos quererte!