Cuánto quisiera, de verdad, compartir el entusiasmo positivista de los colegas que aseguran, categóricos y absolutamente convencidos, que el videoclip se ha posicionado en la vanguardia del audiovisual cubano. Alrededor del programa de Lucas, a lo largo de diez años, se ha generado todo un movimiento creativo que puja por conferirle validez cultural, y artística, a estos musicales brevísimos, concebidos siempre bajo la égida de la publicidad y de la promoción embellecedora del intérprete, y de su fonograma más reciente.
Dentro de ese grupo ya considerable de creadores (destacan no solo los realizadores sino también, y sobre todo, fotógrafos y editores) hay unos pocos, realmente una decena a lo sumo, entre los cuales abundan aptitudes, ímpetu innovador, búsqueda y apropiación de lo más actual y sugestivo del lenguaje audiovisual, pero cuando uno conversa con ellos, se entera de que hay muy pocos, si acaso alguno, que pretenda convertir tres minutos de imágenes en homólogos de Lucía y Memorias del subdesarrollo; la mayoría de los jóvenes creadores aseguran públicamente, y sin pudor alguno, que instrumentalizan este vehículo promocional de las disqueras como fuente de ingresos personales (algo absolutamente válido, en tanto no solo de valores espirituales y artísticos nos sostenemos todos), y a manera de entrenamiento en producciones más asequibles que otros empeños mucho más complejos, ya sean en cine o digital, de corto o largometraje, documental o de ficción.
Hay muchas otras razones y argumentos que me impiden identificar la vanguardia en los dominios del videoclip (quién sabe dónde esté la vanguardia, si es que algún espectador entendiera pertinente, o imprescindible, demarcar sus emporios semana tras semana) sin ningún prejuicio, lo digo, pues muchas veces estas páginas, y muchas otras, las he dedicado a ponderar las virtudes de un puñado de obras y sus autores. Y empleo el término «autor» en la acepción de quien tiene la mayor responsabilidad creativa en una labor, porque tampoco creo que en el momento actual de nuestro videoclip sea propio hablar de autores en el sentido de poética, cosmogonía o estilística inalienable, de la manera en que se hablaba de un cine «de autor» pensando en las inconfundibles películas de Ingmar Bergman, Andrei Tarkovski, Humberto Solás o Pedro Almodóvar, entre muchos otros. No veo ya verticalidades comparables en nuestro entorno audiovisual. Perdón por la miopía, rayana en ceguera, pero no las veo.
No digo yo que sea imposible apreciar trazos distintivos, conceptuales y formales, en los videoclips de un grupo (pequeño) de realizadores, cuyos nombres enriquecen las nóminas de nuestro panorama cultural y audiovisual. Seguramente que se me quedan nombres en el tintero, pero me vienen a la mente los del binomio Orlando Cruzata y Rudy Mora, X Alfonso, Santana, Fundora y Bilko Cuervo. Hay muchos otros que han logrado impactar en el modo de exponer y manufacturar esta modalidad, cine-teleastas que momentáneamente la cultivan, como Pavel Giroud, Lester Hamlet o Ian Padrón, quienes decidieron «refrescar» su bio-tele-filmografía con varios clips francamente memorables.
Pero reconozcámoslo de una vez con la misma sinceridad con que lo hacen la mayoría de los jóvenes realizadores: casi ninguno de ellos hacen sus obras obsesionados por merecer tal o más cuál premio Lucas, ni mucho menos con el fin de revolucionar el audiovisual del país, o tampoco con el propósito de granjearse el aplauso inflamado de los críticos y periodistas, quienes integramos paradójicamente el jurado que otorga estos galardones. Creo que al videoclip cubano le toca, porque se lo ha ganado, mayor atención y cuidado por parte de las instancias productora y promotora (es decir, las disqueras, la televisión, los productores) y debiera ocupar una serie de espacios que todavía pretenden desconocerlo injustamente. Además, va siendo hora de que se estabilicen definitivamente los días, horarios, retrasmisiones y canales de salida al aire del programa matriz y de los sucedáneos.
Acabo de ver la sucesión prácticamente inacabable de los propuestos este año para ser elegidos, luego, como nominados y triunfadores. Lo primero que salta a la vista es el parejo y considerable nivel profesional, de hechura, en la mayoría de los videos en liza. Pero falta, en mi opinión, algo que se detectaba fácilmente en otras ocasiones: las dos o tres obras cuya acumulación de méritos resulte tan incuestionable como para establecerla como ganadora indiscutible. Cuando las calidades son tan parejas, o faltan las obras de particularidad descollante, a uno, en tanto jurado, le tiembla la mano cuando jerarquiza en uno, dos, tres, cuatro y cinco (el número de escaños que confiere la boleta de Lucas para elegir los mejores del año) y puede temblarte el pulso cuando escribes los nombres de los ganadores, y te asalta el temor a la inequívoca injusticia que significa asumir las reglas de hipódromo, implícitas en poner a competir productos culturales como si fueran caballos de carrera, o de juzgar indistintamente las calidades de un videoclip roquero, otro reguetonero, un tercero de canción, y el de más allá de música popular bailable.
En términos de representación y contenido, me dio la impresión de que este año se observa un alejamiento de la barriada y el solar (salvo algunas apreciables excepciones como El revólver, de Gerardo Alfonso-Alejandro Gil, y Dominó, de X Alfonso), en pos de entornos más «selectos» (hoteles cinco estrellas, suntuosas mansiones, regios y añejos automóviles, fosforescentes salones de baile) o paradisiacos e idílicos contextos, principalmente playeros o bucólicos. Estamos revalidando nuestro título de paraíso tropical, inundado de exuberante flora, imprescindibles cocoteros, y las todavía más imprescindibles mulatas ligeritas de ropa, meneando la pelvis al son de la timba fascinante o el reguetón sensual. Y nada tengo yo en contra de esa imagen chulísima, colorista y hasta parecida por momentos a lo que hemos sido, pero somos mucho más, y el videoclip muy bien que puede y debe mostrarlo, aunque sea epidérmicamente.
Impera la idealización rumbera respecto a la fiesta innombrable que significa habitar la isla mayor de las Antillas, sin cuestionamiento alguno a las oscuras praderas que nos convidan, por aludir solo dos metáforas lezamianas. Y el espectador, que se había aburrido de tanta cuartería y sordidez, termina extrañando la rigurosa intención documental de algunos clips de aquellos, mientras ahora se aburre con esta elegancia estandarizada de anuncio champucero, con su garbo remilgado y quimérico, y se hastía de tanto glamour impostado, totalmente inalcanzable para el común de los televidentes. Anímese y pase revista en cualquiera de las emisiones de Lucas (aunque debe reconocerse que se intentan programas en cada emisión desde el punto de vista de la variedad formal y genérica) y comprobará cuántos videoclips de este año representan al sujeto, el o la intérprete, o el grupo, a manera de estrellas y astros inalcanzables, reyes de las multitudes, individuos que están por encima del gentío por su gracia y belleza excepcionales, y por tanto merecen el tratamiento VIP que les ofrendan, y ocupar las primeras páginas de los periódicos, y los estelares de la TV, mientras los persiguen o escoltan las fanáticas ávidas de cualquier contacto con sus relucientes ídolos. ¿De qué hablan? ¿De Cuba? ¿Cuándo fue que adoptamos en este país los recursos del star system hollywoodense para promocionar, o revalidar, el talento de nuestros músicos y cantantes? ¿Presentar al intérprete con una grandeza y popularidad de las cuales carece por completo, contribuirá a promocionar su imagen de manera eficaz y funcional?
Tal vez el videoclip deba permitirse, también, la recreación de estos universos concupiscentes y alejados de lo común. Seguramente a muchos espectadores los seduce esta suerte de utopía frívola, ensueño «sinflictivo» en que han derivado demasiados videoclips de este año, y de entregas anteriores también. Ocurre que en esta ocasión mayorean, sobre todo, pero no solo en la categoría de música popular bailable. El caso es que, vanguardia o no vanguardia, junto con algunos filmes y documentales notables, el videoclip nos había acostumbrado a recrear otros espacios narrativos y representacionales, y muchos estábamos satisfechos con el hecho de que esta variante del musical televisivo asumiera ciertos temas y personajes, a veces omitidos por la prensa, el cine, los dramatizados de televisión e incluso los noticieros.
Después de la semidescarga, que los encargados del programa y los realizadores saben que pueden contar conmigo como partícipe opinante, jamás como cómplice ciego, llegamos a la parte de las congratulaciones. Diez años celebraremos todos con Lucas, y los felicito de todo corazón por haber construido, prácticamente de la nada, un proyecto cultural: Merecen toda suerte de felicitaciones sus hacedores por haber izado los mástiles de nuestras músicas e imágenes por encima del horizonte trazado por unos cuantos tópicos típicos. Y lo mucho bueno que han hecho, junto a la marea de productos adocenados, ornamentos cursilones, picotillo de planos vertiginosos que nada muestran, intrascendentes en fondo y forma, prosaicos hasta la chabacanería, o presumidos y narcisistas hasta provocar la irritación del televidente más conformista, debieran propiciar la elusión de los dos extremos más frecuentes relativos al expediente Lucas y al videoclip cubano contemporáneo: la pomposa (auto)sobrevaloración de unos y el injustificable o prejuiciado desdén de los otros.
Muy pronto sabremos los nominados de este año. No espero coincidir esta vez con los criterios mayoritarios de mis colegas respecto a cuáles son los mejores del año, ni tampoco he podido convencerme de que esté en presencia de la vanguardia audiovisual cubana (ya quisiera yo que para cosechar valores bastara con imaginarlos). Debe ser torpeza mía, pero no la veo y a lo mejor ellos ni siquiera necesitan semejante elogio. Llegue de todas formas mi felicitación calurosa al espacio, mi admiración expedita a la labor competente y pertinaz de muchos hacedores de videoclip, y a prepararse para el fiestón por los diez años. Que sobran razones para celebrarlo, aunque no entienda muy bien yo, y a ellos los deje totalmente indiferentes, la etiqueta que les cuelgan (aquella de la vanguardia) y les asignen el carril de la competitividad extrema, y los metan en la dinámica de las jerarquías inflexibles. Son las reglas del juego. Lo tomas o lo dejas. Aunque quizá valga la pena, a la altura del año once, comenzar a repensar el proceso, mejorarlo, quitarle los matices de hipódromo, suprimir los caprichos de Oscar subdesarrollado, de Grammy hablado en cubano.