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El silencio al desnudo (+ Audios, Infografías y Fotos)

El abuso sexual infantil se considera un delito recurrente en Cuba, aunque no siempre se denuncian los hechos. A propósito de esa realidad y el debate público suscitado por la telenovela cubana El rostro de los días, Juventud Rebelde se aproxima al tema

Autores:

Luis Raúl Vázquez Muñoz
Liudmila Peña Herrera
Lisandra Gómez Guerra
Laura Brunet Portela
Dailene Dovale de la Cruz
Rosanyela Cabrera Viera

«¿Dónde está mi princesa? ¡Mira lo que trajo papito para su princesita!». Entre las dos camas que apenas caben en el dormitorio, un reguero de rizos palpita de miedo con el corazón oprimido contra el piso. La atrapa, le estampa un sonoro beso en la boca, la sienta sobre sus piernas y le tapa los ojos para que no adivine el regalo. «¡Un peluche!», dice la madre y sonríe. «¡Cómo le gustan los osos a esta niña!».

No quiso llevar el oso al hospital. Le duele mucho. Tiembla. La doctora de urgencias pregunta mucho. «Tulito» es lo único que dice la niña, y que le duele. «Parece tonta la doctora. No sabrá», piensa él mientras la ve revisarle los pies inflamados a su hija. Pero la pediatra —de la cual omitimos el nombre, a pedido suyo, para proteger la privacidad de esta paciente— sospecha, y la remite a la sala de cuidados intensivos. Recomiendan tratamiento quirúrgico. Tiene tres años, y no es ninguna princesa.

 

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

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La pediatra ha atendido en el cuerpo de guardia del hospital a demasiadas víctimas de abuso sexual infantil. «No son pocos los estigmas físicos que nos hacen pensar que estamos frente a una manifestación de abuso: hematomas, lesiones en los genitales (fisuras, escoriaciones en los glúteos, en la región perianal), sangramiento por vía vaginal o anal, recurrencia de vulvovaginitis, constipación, enfermedades de transmisión sexual; incluso la marcha y el sentarse les pueden resultar dolorosos».

La gravedad de los casos que han llegado hasta la mesa quirúrgica preocupa a la cirujana Yanet Hidalgo Marrero, quien entiende que hay que hablar del tema, porque de no tomarse precauciones, cualquier infante puede ser una víctima. 

«A quienes he visto, han tenido graves secuelas físicas, como colostomías y desgarros vaginales. En las niñas pequeñas he atendido desgarros de todo el recto y la vagina, con un sangrado muy abundante y peligro para la vida, porque estas son zonas mucosas que sangran mucho», explica la doctora, quien se desempeña como Jefa de Servicio de Cirugía Pediátrica en el Hospital Pediátrico Octavio de la Concepción, de la provincia de Holguín.

«A veces los traen tardíamente, con necrosis del recto y una infección grave porque los padres deciden ocultarlo, hasta que presentan fiebre alta y mucha debilidad. Estos casos terminan en terapia, con altas dosis de antibiótico.

«Hay adolescentes que refieren dolor o sangrado rectal, y nos dicen que fue una caída, una rama… porque les da vergüenza o miedo admitirlo. Al final se descubre que han sido abusados», explica la doctora, quien cree necesario advertir que la asistencia de Criminalística al hospital, cuando es esta la primera institución que acoge a la víctima, debe hacerse de forma ágil, porque, de lo contrario, «quién tomará la muestra buscando restos de semen si hay que suturar o realizar técnicas más complejas».

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Cada vez que el padrino iba con las cosas de la finca para su abuela, jugaba con él a aguantar. Le hacía cosquillas hasta que no podía soportarlas, y perdía. Entonces el hombre se bajaba el pantalón y resistía cantidad, pero igual perdía siempre. Pasaron los años, hasta que un día pensó tanto en lo que hacían que vomitó. Y ya después no quiso jugar más… Cuando abrió los ojos, supo que seguía vivo y sintió ganas de morirse de verdad. Aquel olor, aquella piel arrugada, aquella cosa dándole vueltas en la boca… No podía contarlo. Nadie podía saber. Ni su abuela, que ahora esperaba junto a él a que el médico dijera si tenía un tumor en la cabeza o qué le causaba aquellas náuseas y desmayos. Pero el doctor dijo que no era eso, que otros especialistas conversarían con él. Estaba a punto de terminar el séptimo grado, no tenía ganas de hablar, y mucho menos de vivir.

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Durante sus 30 años de experiencia, la Máster en Sexualidad Ana María Cano López ha tratado más casos de abuso sexual infantil de los que, como ser humano, hubiera preferido. Como especialista del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) sabe que el auxilio sicológico es vital para las víctimas.  

«El niño o niña casi nunca piensa que el adulto es culpable, por eso siente miedo, vergüenza, inseguridad, y rechaza visitar la casa donde vive esa persona.

«Algunas de las reacciones más frecuentes son: ansiedad, trastornos del sueño, pérdida del apetito, disminución del rendimiento académico y depresión. Y muchas veces llegan al intento suicida», explica la sicóloga y enfatiza en la necesidad de que las madres y los padres enseñen a los infantes desde las primeras edades a proteger su cuerpo, les expliquen que «nadie tiene derecho a tocarlos, a lastimarlos o a hacerles algo que no les guste, y que siempre que esto suceda deben acudir a las personas más cercanas, para buscar ayuda y protección». 

Máster en Sexualidad Ana María Cano López. Foto: Cortesía de la entrevistada

Cano López advierte sobre la importancia de que la escuela, en su condición educativa influyente en los infantes, esté preparada para detectar expresiones que indiquen abuso.

«Lo que no ve la familia, lo puede distinguir el claustro en la escuela. Por eso deben saber manejar los aspectos educativos relacionados con la sexualidad», explica.

Le invitamos a leer la entrevista completa: Educación sexual y un debate de telenovela 

La Doctora en Ciencias Pedagógicas, Yoanka Rodney Rodríguez, profesora titular de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, de La Habana, coincide con esa opinión y ratifica que el centro escolar desempeña un rol básico en la prevención, detección y derivación del abuso sexual infantil, porque es el escenario donde los menores pasan la mayor parte del tiempo y el educador puede detectar dificultades emocionales, cambios de conducta y malos resultados escolares; pero advierte sobre el cuidado que debe ponerse en pos de no revictimizar.

«Hay que evitar que se sientan responsables del abuso y no hacerles preguntas inadecuadas ni incitarles a contar lo sucedido una y otra vez. Es importante demostrar serenidad, explicarles que no están solos, que las leyes los protegen y el agresor será castigado. Es preciso creerles: rara vez mienten sobre el tema. Tampoco debemos difundir la situación, para preservar su intimidad».

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

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La ve venir cargada de bultos y sale a su encuentro. Le sube las bolsas por la escalera y se dispone a marcharse. «Muchas gracias. Usted es tan amable», dice ella y él asegura que no hay que agradecerle, que está para ayudar. «Hágame el favor, dígales a los muchachos que suban, que es tarde», le pide. El anciano baja y da el recado.

Traen las manos repletas de bombones. «Qué bueno es el “abuelito”, siempre dándoles chucherías», dice la madre y el niño mayor, de seis años, lanza con furia el dulce contra el piso. «¡Yo no quiero más chocolate del “abuelito”, porque cada vez que me los como, me duele el pipi!», grita. El hermanito menor se echa a llorar y no habla. No hablará por largo tiempo. Ahora la madre sabe que es verdad: no hay nada que agradecerle al vecino.

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Las conductas antes descritas se regulan en la norma Penal y se recogen en la familia de los delitos contra el normal desarrollo de las relaciones sexuales. Entre ellos se incluyen el abuso lascivo, la corrupción de menores, la violación, la pederastia con violencia, el proxenetismo, la trata de personas y el ultraje sexual (Título XI, Capítulo I, del Código Penal cubano).

«Estas tipicidades delictivas se manifiestan por la realización de tocamientos libidinosos, generalmente a mujeres o a niñas, aunque igualmente se dan casos con niños. Ocurre mucho con las personas que tienen alguna ascendencia sobre el menor, ya sean parientes (abuelos, tíos, primos…), padrastros o vecinos, en quienes hay una confianza depositada y por eso los dejan bajo su cuidado, o los padres permiten que el menor los visite porque se llevan muy bien o porque, generalmente, son personas reconocidas por su buena conducta en los demás órdenes de la vida. Pero también hemos juzgado casos en los cuales los delitos han sido cometidos por los padres biológicos», explica el magistrado Otto Eduardo Molina Rodríguez, presidente de la Sala de lo Penal, del Tribunal Supremo Popular, y subraya: «Lo primero es acudir a la autoridad, ya sea a la policía o a la Fiscalía, y efectuar la denuncia, porque lo más importante es detener esa conducta criminal y brindarle atención inmediata al menor, ante los posibles impactos sicológicos que pudieran derivarse del hecho. No pocas veces este paso imprescindible se extiende en el tiempo debido a que la persona logra doblegar la voluntad del menor: le dio regalos, lo amenazó, lo intimidó, o tiene una ascendencia sobre él».

Asimismo, el magistrado afirma que «los tribunales, en cumplimiento de la Instrucción No. 173, del 7 de mayo de 2003, del Consejo de Gobierno del Tribunal Supremo Popular, sin afectar la actividad probatoria y las garantías del debido proceso, evitan la victimización del menor. Por eso, como regla, no lo convocan a sede judicial, reproduciendo su exploración grabada en medios informáticos o validada por especialistas. En caso de ser estrictamente necesaria su comparecencia, se explora en condiciones apropiadas, en un clima favorable y desprovisto de las formalidades del acto del juicio oral.

«Estas conductas delictivas son graves, en su generalidad, pues atacan un bien jurídico muy preciado, la libertad sexual y su normal desarrollo, además de las afectaciones sicológicas que generan. Por eso, una vez probado el delito y determinado su responsable, con la consecuente individualización del caso y apreciando las características personales del comisor, los tribunales imponen penas de rigor», aseguró el jurista.

El informe presentado por Cuba sobre la prevención y enfrentamiento a la trata de personas y la protección a las víctimas en 2019, revela algunas estadísticas sobre los presuntos hechos de abuso sexual entre junio de 2018 y mayo de 2019. En el documento se da a conocer que 2 350 menores resultaron víctimas de abuso sexual. De ellos, 1 179 sufrieron abusos lascivos, 298 violación, 65 pederastia, 533 corrupción de menores y 257 ultraje sexual. 

Aun cuando todos los casos de abuso no son denunciados y el informe enunciado habla de «presuntos hechos», una revisión más específica de los sucesos reportados en varios territorios del país redimensiona el problema. En Sancti Spíritus, por ejemplo, el pasado año se evidenció un aumento del delito de abusos lascivos con una tendencia a considerar: el 83 por ciento de los autores no tenían antecedentes penales y eran personas con buena conducta social.

Así lo reseñó el semanario Escambray en su edición del 3 de agosto de 2019, donde se informaba que «el 27,7 por ciento de las víctimas son hijastras de sus abusadores, y el 22 por ciento, hijas de vecinos con los cuales mediaban relaciones casi de familia».

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

Trece meses después de esa publicación, Félix Sánchez Carrero, fiscal jefe del Departamento de Protección a la Familia y Asuntos Jurisdiccionales, de la Fiscalía Provincial de Sancti Spíritus, asegura que «los abusos lascivos son los de más alta incidencia, con un registro que supera a las denuncias del pasado año».

Otro ejemplo ilustrativo lo constituye el artículo Diagnóstico del abuso sexual infanto-juvenil como punto de partida para su tratamiento en la disciplina Sicología Médica, publicado en 2015, en la revista de Información Científica, de la Universidad de Ciencias Médicas de Guantánamo. El estudio concluyó que en ese territorio ocurrieron 744 hechos de abuso sexual infanto-juvenil (2010-2014), y que «las escolares de seis a diez años son las más abusadas lascivamente».

En el propio 2015 se publicó Consecuencias sicológicas a largo plazo del abuso sexual en adolescentes del municipio de Ciego de Ávila, por la revista MediCiego, de la Universidad de Ciencias Médicas en esa provincia. Su muestra estuvo conformada por 21 adolescentes del sexo femenino, entre 12 y 15 años de edad, que habían sufrido abuso sexual (2012-2013). Su fuente original fue la información archivada en los expedientes en fase de instrucción del Departamento Provincial de Medicina Legal. 

Para más detalles escuche la entrevista a Félix Sánchez Carrero

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«Mi tío pasaba mucho tiempo conmigo. A veces nos dejaban solos. Él se sentaba en un sillón en la sala, lograba una erección y me obligaba a que lo acariciara. Eso lo hizo varias veces, no recuerdo cuántas. Él me advertía que no lo podía decir, que era algo entre los dos. Yo tendría apenas cinco años y él, alrededor de 20. No dije nada hasta que, ya grande, le conté a mi madre y ella dijo que eran locuras mías, que no tenía importancia. Nunca se lo he perdonado.

«Me casé con 15 años. Mi primera relación sexual, en la noche de luna de miel, fue muy dolorosa. Nunca hubo una relación sexual placentera y eso me llevó al divorcio.

«Cambié mucho de pareja, hasta que encontré a un hombre que me llevó a un especialista en sexualidad porque yo le hacía rechazo al sexo. Busqué ayuda sicológica y logré mejorar. A veces siento cierta aversión, pero soy capaz de sobreponerme a eso». (Testimonio de una mujer de 50 años).

Escuche aquí varios testimonios

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«El abuso sexual infantil es un disparo a la siquis del menor, y la denuncia suele ser más inmediata cuando ocurre fuera del marco familiar», considera Perla Delgado Valle, coordinadora técnica del Gabinete Jurídico Contra la Violencia de Género en Cienfuegos, quien alude a una concepción machista ante estas situaciones pues «es común que la sociedad considere que la menor “no debió vestirse de esa forma”, o “porque a los hombres no se les provoca”».

El fiscal espirituano reconoce la tendencia a «que las víctimas callen o hablen pasado muchos años, al alcanzar la mayoría de edad, por lo que estos actos, en su mayoría, son sostenidos en el tiempo».

Por su parte, Dani Rodríguez Ceballos, jefe del grupo provincial de Sicología de la salud en Ciego de Ávila, subraya lo dañino del silencio: «Al no denunciar se pierde tiempo, y el fenómeno puede provocar mayores daños, porque estos hechos se enquistan en la siquis y la persona siente malestar, suciedad… Además, el delito queda impune y continúa el peligro de que el evento se repita con la víctima o con otras personas».

Dani Rodríguez Ceballos, jefe del grupo provincial de Sicología de la salud en Ciego de Ávila. Foto: Luis Raúl Vázquez Muñoz

Durante todo el proceso, luego de efectuada la denuncia, las instituciones relacionadas con el tema deben garantizar la protección del menor, con el fin de evitar su revictimización y minimizar consecuencias. Así lo explicó el fiscal espirituano, quien aseguró que a la víctima se le realiza una exploración para elaborar un dictamen en un ambiente adecuado, de acuerdo con su edad y con la participación de un equipo multidisciplinario, para que no tenga que exponer lo sucedido en las vistas del juicio oral.

«De ahí se deriva el resto de las acciones para su protección con carácter multilateral, según sus necesidades y los objetos sociales de las instituciones y organizaciones de nuestra sociedad. Por ejemplo, controlamos que sea evaluado por Salud Pública si presenta algún padecimiento; si el hecho tuvo connotación en su comunidad, convocamos a la Federación de Mujeres Cubanas y a los CDR para que intervengan en ese espacio. Nuestra misión es que se reincorpore a la vida social con el menor número de secuelas», acotó.

En Cuba existen tres centros de Protección a Niños, Niñas y Adolescentes en La Habana, Santa Clara y Santiago de Cuba, los cuales cuentan con especialistas para su atención durante los procesos. No obstante, hay una dolorosa verdad expuesta por el fiscal espirituano: «En ocasiones, estos casos suceden a la vista de todos y, muchas veces, es porque no hay una verdadera atención al menor desde la propia familia. Después sancionamos, pero ya el daño está. La clave es prevenir, brindarles confianza a los hijos para que vean a los padres como sus protectores y les informen cualquier situación que se produzca, por mínima que sea».

En este sentido, el magistrado del Tribunal Supremo Popular considera que «si la familia toma las medidas adecuadas, si demuestra una preocupación constante, si es celosa del cumplimiento de las rutinas de los menores, no facilita la ocurrencia del hecho».

Lea aquí la entrevista completa: «La víctima no es la única que sufre» 

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