Irisleydi Capdevila García, de 22 años de edad: primero apoyó en el hospital militar Octavio de la Concepción y de la Pedraja y ahora está sembrando alimentos en el campo. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 06/07/2020 | 10:57 am
CAMAGÜEY.— A lo lejos, en el surco, se confunde con una adolescente. La llaman Chiqui porque mide poco más de un metro y pesa unas 90 libras. Ella se ajusta su gorra y continúa su labor como si el mundo no existiera.
El sol empieza a calentar en el gigante sembradío cuando Irisleydi Capdevila García, de 22 años, casi termina de plantar su tercer surco de yuca en uno de los polo productivos más importantes de la extensa llanura agramontina, La Victoria 2, a donde ha venido junto a un centenar de jóvenes que eligieron hacer suyo el campo en estas circunstancias originadas por la pandemia.
La historia de Irisleydi va más allá de lo imaginable. Nadie calcula la fuerza interior de esta pequeña camagüeyana. Resulta que primero se le vio en la zona roja del hospital militar Octavio de la Concepción y de la Pedraja, donde se atendieron casos positivos a la COVID—19 de esta provincia y la vecina Ciego de Ávila.
Allí estuvo como auxiliar de limpieza durante 15 días ininterrumpidos. Ahora, ante el nuevo llamado de la UJC, ya le sabe un mundo a las viandas de ciclo corto, las hortalizas y los plátanos.
«Es lo menos que puedo hacer por mi país y mi pueblo: Donde me necesiten, estaré», dice esta diseñadora de profesión. En el reparto Jayama quedó nuevamente su familia, esperando por más anécdotas que los haga sentir orgullo.
«Soy solo una entre los miles de jóvenes que han colaborado para eliminar de Camagüey y Cuba a la COVID—19. Muchos decidieron sumarse en los hospitales para colaborar en lo que hiciera falta. Para ellos, y para todos los profesionales de la salud, mi respeto y agradecimiento».
Después de estar un mes sin ver a sus padres, «el abrazo que nos dimos lo tendré siempre en mi corazón», rememora Irisleydi. «Esa es mi mayor enseñanza, pues no hay nada más apreciado que la familia y la salud del ser humano. Lo demás es secundario», afirmó a JR, y con una sonrisa casi interminable pidió enviar saludos a los pacientes con quien compartió aquella quincena inolvidable.
«Tuve que limpiar muchas veces sus vómitos, pero ni así, sintiéndose muy mal, dejaban de dar las gracias. Yo siempre les decía que a esta enfermedad se le vencía con esperanza. Realmente a ninguno les vi la cara, pero nunca los olvidaré», asegura.
Después de lo vivido estos tres meses, «no hay de otra que seguir haciendo por Cuba. Ahora, sembrado yuca, y mañana en lo que haga falta», dice con naturalidad, y vuelve su atención al surco infinito.