Mariana Grajales. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:12 pm
Cada vez que se toque y se cante en cualquier lugar del mundo nuestro Himno Nacional, por lo menos en un compás debe estar vibrando el alma de Mariana Grajales.
Y al mismo tiempo, cuando nos ponemos respetuosamente de pie ante sus notas, lo estamos haciendo también en homenaje a esta «leona» de «inextinguible fuego» y «raíz del alma cubana», como la calificó con justicia y justeza José Martí.
Los más eminentes historiadores y versificadores cubanos de todos los tiempos han escrito artículos, ensayos, comentarios, crónicas, reportajes, poemas y libros sobre «la madre de los héroes», como apuntara Manuel Navarro Luna.
Una buena parte de los más prestigiosos y bravos mambises de nuestras gestas independentistas le profesaron amistad a Mariana, estrecharon su mano, la admiraron, la quisieron, derramaron lágrimas el día de su muerte y escribieron acerca de sus cinco mayores virtudes: su carácter firme, su condición de madre, su amor a la patria, su valor a toda prueba y el calibre de su cubanía.
Algunos historiadores dijeron que había nacido el 26 de junio de 1808, pero el investigador Joel Mourlot Mercaderes, en el semanario Sierra Maestra del 7 de diciembre de 1996, demostró que ella vino al mundo el 12 de julio de 1815 y que las confusiones e inexactitudes al respecto son de vieja data.
Precisamente por Mourlot —citado en el libro Mariana, raíz del alma, de los historiadores y escritores Adys Cupull y Froilán González en 1998— se hacen importantes revelaciones en torno a Mariana y su familia que aclaran definitivamente los errores transmitidos en las páginas de un autor a otro.
Si bien José Grajales Matos, hijo de Baltasar e Inés María (el padre y los abuelos paternos de Mariana, respectivamente), vinieron a Cuba procedentes de República Dominicana, su madre, Teresa Cuello Zayas, y los padres de esta —Francisco y Jacinta Javiera— eran de Santiago de Cuba.
Los padres de Mariana tuvieron primero, en 1804, a Marcos de la Caridad, al que siguieron Marcelino y Cecilia Josefa. Se casaron el 8 de enero de 1812 y 23 días más tarde les nació otro varón, Juan Donato. Tres años después llegó Mariana, que según la inscripción bautismal tuvo como padrinos a José Romualdo de los Reyes y Francisca Pozo, quienes eran pardos libres.
Teresa y José, los padres de la protagonista principal de esta historia, se establecieron en el poblado de El Cristo, en las cercanías de la ciudad de Santiago de Cuba, muy próximo al río Guaninicún.
En ese lugar transcurrieron la infancia, la adolescencia y parte de la juventud de Mariana, en contacto directo con la naturaleza y la manigua cubanas, donde se inició en el amor por el campo y la libertad.
Desde niña aprendió también los modales y costumbres con que la cultura francesa influyó en sus padres. De ellos escuchó las narraciones de lucha de los haitianos por liberarse de la esclavitud y las noticias de la independencia de las colonias españolas de América. Conocían de las sublevaciones de los esclavos en diferentes regiones de Cuba y la pequeña aprendía sobre todo eso.
En su casa se hablaba de los negros que huían a lo más abrupto del monte y se convertían en cimarrones para evitar el látigo, el cepo y los martirios con que eran torturados por sus amos blancos, quienes los perseguían con perros rastreadores para cazarlos como animales.
La niña Mariana oía los gritos de dolor por los latigazos que recibían; los vio atados, ensangrentados, listos para ser vendidos y se preguntaba seguramente por qué tanta crueldad y mala entraña. La muchachita sufría con la angustia y la agonía de la explotación y la discriminación de las personas por su piel negra y así se forjó en ella el sentimiento de la rebeldía y el amor por los seres humanos y la libertad.
Desde entonces, las injusticias no le fueron ajenas y la adolescente primero, y la joven después, se rebelaría con fuerza tan profunda que influyó en toda la familia y luego en los hijos, dos de los cuales, Antonio y José, serían conocidos por sus increíbles hazañas guerreras, bravura en el combate y defensa de la libertad como el Titán de Bronce y el León de Oriente, respectivamente.
Los padres de Mariana le enseñaron la limpieza del alma y del pensamiento que significa ser bondadoso, justo, honesto y consecuente. Igualmente el vestir sencillo, elegante y pulcro. Fue una joven preparada y útil, que sabía realizar las labores del hogar, leer, escribir, coser y expresar sus ideas con claridad. En la pequeña familia se hablaba de Francia, Haití y Santo Domingo, de la Revolución Francesa y de la esclavitud en Cuba, donde afloraban los indicadores del pensamiento de la independencia. La niña inteligente y vivaz se hizo una joven de principios morales firmes, consecuentes con su pensar, ordenada y trabajadora.
Según Mourlot, Mariana se casó a los 16 años, el 21 de marzo de 1831, en la iglesia de Santo Tomás Apóstol, en Santiago de Cuba, y no a los 23, como tradicionalmente se ha planteado. El esposo era un joven santiaguero, Fructuoso de los Santos Regüeyferos Echevarría, de 30 años de edad, nacido el 3 de noviembre de 1800.
De esa unión —según la mayoría de los historiadores— nacieron varios varones.
A los siete años de matrimonio enviudó y quedó sola y pobre; retornó al hogar de los padres y tuvo que enfrentarse a la crianza de los hijos, y en medio de esa abnegación se fortalecieron aun más su carácter, su inteligencia y su fortaleza.
En 1841 Mariana conoció a Marcos Maceo, hombre que se describe como reposado, fino, metódico, quien para la mayoría de los historiadores había nacido en Venezuela.
Marcos se trasladó a Santo Domingo y de ahí a Cuba, en compañía de su madre y hermanos. Tenía una posición económica holgada y pudo traer algún dinero.
Para otros historiadores como Olga Portuondo Zúñiga, Marcos nació en Santiago, según consta en partida de nacimiento hallada por ella.
En documentos de protocolos notariales de fines del siglo XVIII y principios del XIX aparece como natural de Morón, poco más allá de El Cristo. Por ejemplo, en la partida bautismal No. 68, folio 144 del libro 8, de la parroquia Santo Tomás Apóstol. Ahí se dice que nació el 1ro. de mayo de 1808 en Santiago de Cuba.
Los hijos
Mariana y Marcos, según documentos de bautismo encontrados por Mourlot, tuvieron como primer hijo a Justo Germán, el 28 de mayo de 1843.
Luego nació, el 14 de junio de 1845, Antonio de la Caridad, nuestro Titán de Bronce.
El 20 de febrero de 1847 tuvieron una hija, María Baldomera, y el 2 de febrero de 1849, José Marcelino.
Fue Rafael el siguiente retoño, que nació el 24 de octubre de 1850.
Mariana y Marcos legalizaron su unión el 6 de julio de 1851 en la Iglesia Parroquial de San Nicolás de Morón, San Luis, departamento de Santiago de Cuba.
Posteriormente vinieron al mundo Miguel (1852) y Julio (1854).
Otra hija, Dominga de la Calzada, nació el 11 de mayo de 1857, y el 21 de diciembre de ese mismo año (antes de los nueve meses naturales), José Tomás.
El penúltimo de los hijos de Marcos y Mariana nació el 24 de septiembre de 1860 y le pusieron el mismo nombre del padre, Marcos. (De haber nacido en 1808, como se decía, hubiera parido a los 52 años. Pero tuvo a Marcos a los 45 ).
El último retoño de esta unión fue María Dolores, quien fallleció a los 15 días de nacida.
Según el historiador Eduardo Torres Cuevas, formaban un matrimonio fuertemente unido y Mariana tenía amplia capacidad para organizar y dirigir las situaciones familiares, de manera que siempre encontraba solución a los problemas. Ello la hizo el centro de la familia. Una decisión de Mariana no era discutida por Marcos, quien la apoyaba. Los hijos veían en la madre la fuerza rectora del hogar. Según la costumbre de la época, los hijos no podían intervenir en las conversaciones si no se les daba permiso. Un factor importante en la formación era el ejemplo personal, tanto de Mariana como de Marcos.
Los Maceo asistían al colegio de Mariano Rizo y Francisco y Juan Fernández, personas de experiencia en la enseñanza. Pero la educación principal la recibían especialmente de Mariana. Ella exigía la caballerosidad y el respeto en los varones. La delicadeza y rectitud en las hijas. El trabajo y la honradez eran principios inviolables. Mariana era intransigente ante los hechos que violaran la estricta ética de la familia.
En el hogar reinaba la conciencia de una paz familiar inalterable. El historiador Eduardo Torres Cuevas expresa que tenían una visión ética basada en el trabajo rudo, en el ahorro, en el valor del esfuerzo personal, en la solidaridad entre los hombres y en el rechazo a los vicios que disminuyen las capacidades físicas y mentales de hombres y mujeres.