Oscar Padilla, quien cursa el tercer año de la Licenciatura de Comunicación Social en la Universidad de la Habana, trabaja en la madrugada, en la recepción del Hospital Manuel Piti Fajarado. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 04:55 pm
Ahora o nunca, se dijo Oscar Padilla cuando en junio de 2009 el Consejo de Estado puso en vigor el Decreto-Ley 268. Se caía una prohibición. Ya el cubano podía tener más de un contrato de trabajo con el pluriempleo. Pero la 268 portaba algo más seductor para el joven: los estudiantes de cursos regulares en la educación superior y media superior, pueden laborar y percibir salario, mediante contrato por tiempo determinado, siempre que no afecte su desempeño docente.
En tercer año de la Licenciatura de Comunicación Social en la Universidad de La Habana, becado porque es de Sancti Spíritus, Oscar vislumbró, con la 268, la forma de atenuar la tensión económica de su humilde hogar, y manejar los pesitos para darse ciertos mínimos gustos.
Buscó empleo; no había ocupación insignificante para sus urgencias: Pero en unas entidades no tenían plazas libres; en otras, la administración no dominaba aún el Decreto-Ley, y se respiraba esa cómoda aversión a lo nuevo: «¿Un estudiante… cuando hay tantas personas ya mayores que necesitan trabajar…? Eso tenemos que consultarlo…».
Una mañana, junto a otro alumno y el profesor, llevaron al Hospital Manuel Piti Fajardo a una muchacha del aula que se desvanecía. En el cuerpo de guardia no había camillero, y la condujeron ellos mismos hasta un médico tenso, por tantos casos súbitos.
«Oiga, voy a venir a contratarme aquí como camillero…», deslizó Oscar con tenue ironía. Y el doctor le alumbró el camino: «Pues, averigua, creo que hay plazas vacías».
Apretando entre sus dedos una fotocopia del Decreto-Ley 268, Oscar inició gestiones. No fue fácil, porque aunque presentó todos los papeles para ser sometido a la Comisión de Ingreso, tuvo que abrir casi un trillo entre el hospital y la Dirección de Trabajo.
Cuando lo tuvo al frente y lo escuchó, la doctora Ana Duque, vicedirectora de Aseguramiento Médico, recordó que ella, muchos años atrás, también había sido una estudiante becada, con múltiples necesidades y lejos de casa. Mientras Oscar explicaba sus deseos y necesidades con elocuencia, ya Ana lo valoraba para emplearlo no como camillero, sino en la pizarra telefónica del hospital.
Al fin le hicieron la contrata y comenzó a laborar el pasado 4 de febrero, con un mínimo entrenamiento. Lo demás lo pusieron la necesidad y el interés de Oscar en cumplir. Hace un turno de 16 horas, de 4 de la tarde a 8 de la mañana, cada dos días. Y ha sido para él una revelación: «Es mi primera experiencia de trabajo —afirma—, y la he asumido como un entrenamiento para mi carrera. Aquí aplico las leyes de la Comunicación: En la difícil madrugada, cuando se batalla en las salas por la vida, yo me he creído que soy el rostro, más bien la voz del hospital, cuando llegan llamadas inquiriendo por la suerte de este y el otro, o solicitando un servicio.
«He sufrido con la gente. Un hospital es un inventario de la condición humana. Por eso he aprendido a tratar con respeto y amor a la gente desde lejos, a consolar su dolor desde mi sencillo puente de operador telefónico; a aplicar sicología para decir lo que puedes decir y lo que no, no. A ser, a esa hora, la voz de un colectivo».
A Oscar le sorprende cómo la gente que llama al hospital se impresiona y repara en su trato y profesionalidad, en su calidez, en una labor que quizá otros subestimen y no prestigien. No hay trabajo pequeño. Son muchos los que le agradecen al menos esa amabilidad y dedicación que se ha perdido en tantos sitios. Y en la dirección del hospital, entre sus trabajadores, no ha pasado inadvertida esa voz cordial y sensible que conecta a unos y otros.
Ya Oscar cobró el primer salario de su vida. Ese día se sintió importante, pero guardó los billetes para, cuando vaya a Sancti Spíritus el 28 de marzo, llevarle un regalo a su mamá. Por ahora él sueña con que le renueven el contrato. Le gustaría permanecer allí durante toda su carrera, contrato tras contrato, y ganarse el cariño de sus compañeros. «Hacer el bien, simplemente, es el mejor oficio», confiesa, y vuelve a sus llamadas: «Hospital Fajardo, buenas noches. ¿En qué puedo servirle?...».
Entre aceites y lubricantes, algo se levanta
En medio de múltiples limitaciones financieras, la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT) no sabía cómo resolver el problema del deterioro de sus medios de transporte, fundamentalmente las motos en que se trasladan muchos de sus funcionarios e inspectores, para que prevalezca la disciplina fiscal.
Y fue cuando la madre de un estudiante de cuarto año de Ingeniería Mecánica, de la CUJAE, se presentó ante Giraldo Alberto Horta, director de Recursos Humanos de esa entidad, con una copia del Decreto-Ley 268 en sus manos. Asunto: madre necesitada de que su hijo, Adrián Pérez Machado, pueda trabajar como mecánico, si hay posibilidad. Que se suelte un poco y vaya desarrollándose. Que nos ayude…
Horta, que sabe cuán difícil es encontrar hoy un buen mecánico que no se extravíe en los trabajos «por la izquierda», lo meditó y consultó con sus superiores. Qué vamos a perder, si no a probar suerte…
Entrevistaron a Adrián, le hicieron pruebas sicométricas, verificaciones, y pasó por la Comisión de Ingreso. Se le hizo una contratación especial: cuatro horas al día, fuera de su horario docente. No puede bajar su rendimiento académico, y debe cumplir con sus deberes como cualquier trabajador. Se le leyó el Código de Ética de la ONAT…
Desde el 1ro. de febrero Adrián cacharrea con las motos yertas y matungas, y ya ha comenzado a resucitarlas. Además de sus honorarios, cobra allí la estimulación que percibe todo trabajador. Alberto le da su vuelta y conversa con él, aunque el muchacho es de pocas palabras y mucha constancia en el «mecaniqueo».
«Yo necesitaba un lugar donde ir probándome en la práctica de la mecánica, para probarme en lo básico primero y así dominar la teoría mejor como ingeniero mecánico. Eso, aparte del dinero, que me lo gano con mi esfuerzo», dice Adrián y se pierde en el desmontaje de grasientos mecanismos de precisión.
Giraldo Alberto lo observa y me comenta: «Ganamos todos: la institución, la sociedad y el propio estudiante: la ONAT resuelve un problema, porque no podremos reponer estos equipos por ahora. El joven, que desde temprano se gana la vida y no se acomoda a esperar, crea sanos hábitos de trabajo sin permearse aún de lo negativo que tanto se pega. Y al final quien se beneficia es la sociedad.
El jefe de Recursos Humanos me señala una moto recuperada por Adrián: «Estuvo seis meses parada», confiesa. Y percibo que, al menos en aquel taller aceitoso, algo más grande se recupera también.
Invertir en la confianza
Una tarde de septiembre de 2009, Lourdes Escobar, recién nombrada directora de Recursos Humanos de Cubatel S.A. (Sociedad Cubana para las Telecomunicaciones), se debatía entre lo deprimida que estaba esa área de la empresa, y los retos que tenía por delante en estudios de organización del trabajo y de normación, imprescindibles para perfeccionar los sistemas de pago y acercarlos a los resultados.
Recordó sus tiempos de profesora, y esa inveterada manía de creer a priori en los jóvenes que siempre alguien le criticó… ¡Las estudiantes de la CUJAE! Yaima Vidal, Lianet Rodríguez y Giselle Karina Álvarez… aquellas que en cuarto año de la carrera de Ingeniería Industrial hicieron en Cubatel su práctica docente, en asuntos de organización del trabajo. Tan buenas esas muchachas y con tanto interés…
Lourdes se apareció en la CUJAE, aprisionando entre sus manos una copia del Decreto-Ley 268, y convenció a las tres jóvenes: Aunque ya estaban en quinto año de la carrera, y pronto se concentrarían en la tesis de grado, Cubatel las contrataba —¡al fin se podía!— nada menos que para desarrollar los estudios de normación en la actividad de construcción civil de planta exterior. Ganarían su dinerito, y sería como un adiestramiento anticipado, de marca mayor, para su futura vida profesional.
Desde octubre, las tres muchachas laboran, mediante contrato por tiempo determinado, en el proyecto, un estudio de suma importancia estratégica para el futuro de la empresa. Hay muchos ojos sobre ese trabajo: Un tema que es una asignatura pendiente para la economía cubana, dado que la normación del trabajo es la gran abandonada en nuestras empresas, a la sombra de la improvisación, el empirismo y los cómodos e igualitaristas criterios salariales. Es la ausencia imperdonable que obstaculiza la aplicación del pago por resultados.
«Cubatel lleva muchos años en la rutina de hacer lo mismo —asevera Lourdes—; y ellas vienen con muchas ideas frescas, nada que perder y sí mucho que ganar. Con muchas herramientas técnicas para esta área de capital humano —tan rechazada por muchos estudiantes de la Ingeniería Industrial—, a descubrir elementos que nosotros ya no vemos».
Al mismo tiempo, las jóvenes han hecho del tema de su trabajo el motivo de su tesis de carrera. Y el día que la defiendan, habrán sobrepasado con creces, y anticipadamente, esa compleja transición del aula a la vida que es el adiestramiento.
Ya Lourdes ha soltado de tal manera a sus muchachas, que muchas veces se quedan hasta tarde laborando solas. Y han asumido tareas como la más experimentada. El aprendizaje es mutuo. La carrera de relevo se cimenta en el amor y el sentido de pertenencia.
Yaima sabe que deberá ir adonde la envíen a realizar su servicio social, y que la 268 no es un compromiso para la futura ubicación. Pero precisamente porque allí ha crecido y ha madurado como ser humano y profesionalmente, de la mano de tanta gente buena, es que aspira a echar su suerte en Cubatel.
No ha habido milagros para que, lo que en otras partes constituye un sueño imposible, se haya vuelto común en esta empresa: la interactividad entre generaciones.
Cuántas lecciones habrá en esta historia para los que reciben a los jóvenes como piezas de repuesto, y cercenan sus alas. Lourdes, que ya no sabe dónde termina el cariño por las tres muchachas y dónde empieza la admiración, hará lo posible porque sean ubicadas allí, para continuar una precoz carrera profesional, ganada como se debe: con la constancia y el esfuerzo.
Posibilidad, no panacea
Las modificaciones del régimen laboral cubano, que dejan atrás obsoletas prohibiciones y amparan el pluriempleo, la contratación por tiempo determinado de los estudiantes en edad de trabajo y otras medidas contenidas en el Decreto-Ley 268, son apenas instrumentos legales, pero no la panacea que resolverá los problemas del empleo en el país.
La anterior afirmación de María Victoria Combs, directora de Empleo del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, responde a las preocupaciones de muchos cubanos acerca de cómo van a abrirse estas posibilidades, en medio de la crisis económica y financiera, y cuando Cuba está abocada a reestructurar su fuerza laboral con un criterio de eficiencia, que deje atrás la actual situación de plantillas infladas y subempleo, y estimule mucho más el trabajo.
Sobran trabajadores por un lado, y faltan en determinados puestos, aseveró. Según las estadísticas brindadas por Combs a este reportero, desde la promulgación del Decreto-Ley 268, apenas 46 000 trabajadores cubanos han podido concertar más de un contrato laboral.
En el caso del acceso al trabajo de los estudiantes de los cursos regulares, mediante contratos por tiempo determinado, solo unos 300 jóvenes en el país han logrado materializar ese empeño.
Combs significa que de ninguna manera este cuerpo legal posibilitará una aplicación masiva, pero sí facilitará que puedan congeniarse la necesidad de cubrir eventualmente plazas vacantes, y el deseo de un estudiante de trabajar y ganar salario sin afectar su formación docente.
Al final, lo más importante es que se deshacen viejas prohibiciones. Y el mayor impacto de estas experiencias puntuales de contratación de alumnos es el saldo formador y educativo, el vuelco que podría representar en una sociedad tradicionalmente paternalista, así como en la familia y en los mismos jóvenes.
Independencia, esfuerzo por sí mismo, temprana visión de aportadores y no meros consumidores y mantenidos, madurez… quizá estos sean los saldos más prometedores que pueda dejar esta liberación laboral, siempre que se aplique con fundamento y rigor.
No obstante las particularidades y limitaciones para su puesta en práctica, puede haber un margen de aplicación en muchas entidades carentes de personal en determinados puestos, y que por desconocimiento, incapacidad directriz o inercia, no se valen de este instrumento legal.