Rubén Domínguez, teniente coronel (r), con solo 15 años combatió en Playa Girón. Hoy se desempeña como presidente del Consejo de Defensa de Zona en Sierra Caballos, Isla de la Juventud NUEVA GERONA.— «Abril para mí significa mucho. Nací en abril. En ese mes de 1958, siendo casi un niño, me incorporé al Ejército Rebelde. Girón fue en abril. En abril sufrí dos infartos de los que me recuperé muy bien y también abril es muy importante para la recuperación de la Isla de la Juventud, y su preparación de cara a la próxima temporada ciclónica», dice Rubén Domínguez Argüelles, uno de los protagonistas de los combates de Playa Girón.
Sentados en la sala abrimos las puertas del recuerdo. Sin quitarse la gorra siquiera, mira a un punto fijo entre los cuadros que adornan la pared y el brillo de sus ojos hace recordar el ímpetu de aquel adolescente que desafió a sus profesores para incorporarse al pelotón que salía rumbo a Playa Girón.
«En 1961 estaba en una escuela a la que asistían los héroes e hijos de los héroes y mártires de la Revolución en Santiago de las Vegas. Ahí radicaba también una guarnición militar de la policía, encargada de patrullar la zona. Todos los alumnos vimos en la televisión a Fidel cuando el entierro de las víctimas de los bombardeos a los aeropuertos (Ciudad Libertad y San Antonio de los Baños, en La Habana; y el Antonio Maceo, en Santiago de Cuba), previos a la invasión. En ese momento los militares empiezan a recoger sus cosas y alistarse para partir; había dos camiones en el patio de la escuela.
«Recuerdo que el director dijo que los miembros de la guarnición se iban, pero ningún alumno podía salir del centro. Yo recogí mis cosas —sonríe ante el recuerdo de la fuga—: una pistola y un cuchillo comando (bayoneta), lo que tenía a la mano, y me preparé para montarme en uno de los camiones cuando salieran.
«Detrás de la escuela había un muro alto. Yo y otros compañeros estábamos en espera para saltar, pero ellos llevaban muchas cosas; solo yo pude cruzarlo y subirme en el segundo camión con ayuda de los que estaban arriba. Los soldados me echaron tremenda descarga, pero ni c... —gesticula— yo no me bajé y me fui hasta el final de la cama del camión donde Miguel, el sargento jefe de uno de los pelotones, me dijo: “Bueno tú te vas conmigo; te vas a buscar un problema, pero te vas conmigo”; y así lo hice.
«Salimos para El Pitirre, una escuela de la policía por las inmediaciones del Cotorro o el Diezmero, no recuerdo bien. Allí nos entregaron las armas y a mí me dieron una mochila con comida enlatada, una San Cristóbal y 120 tiros; esa era el arma más chiquita que había y yo era un chamaco, así que me dieron una de mi tamaño», ríe.
Con 15 años, no muy alto y una complexión física delgada, Rubén acumulaba experiencia como mensajero del Segundo Frente Oriental durante la guerra liberadora del Ejército Rebelde.
«Todas las personas que estaban a la orilla de la carretera central y nosotros mismos cantábamos y gritábamos consignas en el camión, pero cuando pasamos Jagüey ya se sentían los cañonazos y los aviones bombardeando. Entonces se hizo un silencio total; en el camión no se oían ni las moscas. Ya estábamos en zona de guerra y nos impresionaba. Yo era un muchacho y no estaba pensando en nada de eso.
«La caravana llegó al Central Australia, donde nos dieron la misión de salir hacia Playa Larga y desde allí hacia Playa Girón. Por el camino íbamos en columna y se escuchaba la gritería a lo lejos y la gente corriendo de un lado para otro. La causa era un avión norteamericano con insignia cubana tirando a la caravana; todos nos tiramos al camino».
Rubén se acomoda en la butaca. Sonríe, y con mirada jocosa dice: «Me acuerdo que traía un palito amarra’o al cuello, porque en las películas de guerra veíamos que si se apretaba el palito en la boca, no se te reventaban los oídos, y casi todos teníamos palitos... ¡Oiga, yo me tiré en aquel terraplén, que me quería enterrar en la arena, y sentía gritería, tiros, bombazos... De madre era aquello! Decía pa’ dentro de mí: ¿Qué hago yo aquí? Si yo no tenía que estar aquí... Me acordaba entonces de cuando me quisieron bajar del camión. Había mucha gritería, heridos... ¡Aquello era terrible!, pa’ que sepas.
«Cuando levanté la cabeza y vi la gente correr, lo hice en la misma dirección, sin saber si era hacia la playa o de regreso por donde mismo vinimos. Menos mal que fue en la dirección correcta. Me acuerdo que al lado mío había un tipo tirando con un FAL, y todos los casquillos me caían arriba; me daban y me quemaban. Recuerdo que dije: ¡Coño, pero na’ma me tiran a mí solo!
«Tiré bastante; no sé si maté a algunos mercenarios o no, pero me fajé como el primero con solo 15 años de edad, y así estuvimos hasta el día 19 por la tarde, cuando se rindieron».
Así vivió Rubén Domínguez Argüelles los días 17, 18 y 19 de abril de 1961. Durante esos días pasó hambre y sed, pero nunca miró hacia atrás; su condición de joven revolucionario lo llevó a estar a un paso de la muerte y hoy, a 48 años de aquella epopeya, reflexiona: «Después de tantos años, si me hubiera tocado morir en Girón, hubiese valido la pena, porque defendíamos una causa justa».