«Cuando se ha tocado el cielo con las manos/ nunca más la oscuridad será completa». Lo sabe René que en la noche maciza del «hueco» concibió estos versos para Olga.
Cuando «el dulce abismo» del deber se ensancha queda «un sin fin latente» para maldecir los hierros. Lo han vivido Fernando y Rosita, conversando en la distancia con aquella canción que Silvio sin saber escribió para ellos.
Cuando los dientes de la tierra extraña se clavan más que nunca en la nostalgia, queda la inaudita fe en el regreso para recoger «las flores del camino». Lo ha cantado Tony, que «es soldado y es amante», y ha dicho con voz amanecida esencias duraderas.
Tony, Fernando, René. Y Ramón, con pulso para escribir que no se ha ido cuando la furia lo retiene en lontananza. Y Gerardo, jodedor hasta en la depresión más deprimida, que hace sonreír a Adriana contándole que no ha salido a pasear porque en Estados Unidos el transporte está malísimo.
Los Cinco. Estos muchachos de Cuba que encanecen lejos y solos por creer con todos los músculos en la verdad y la justicia, estuvieron en los poemas y en la trova que el dúo Ad Líbitum les dedicó junto a un grupo de tenaces amigos.
En el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, sitio del encuentro, también acariciaron las voces y la música de Vicente Feliú, Pepe Ordaz, Silvio Alejandro y el pianista Rafael Guzmán. Si no creyera en la esperanza, se tituló el concierto. Escuchando a Leonel Pérez y María de las Nieves Morales, y con ellos a Benedetti, Roque Dalton, Fito Páez, los asistentes sentimos que «algo partía en dos los gajos del silencio».
Cómo no creer en la esperanza, si hay tanta poesía presa, que ha de llegar, al fin, al aire nuestro.