Foto: Calixto N. Llanes Estuvo en Cuba cinco días. Siguió un programa delirante que lo llevó de la Universidad de Ciencias Informáticas a la Escuela Latinoamericana de Medicina, de la Colina universitaria a la Escuela Nacional de Ballet, de La Habana Vieja al parque que recuerda a John Lennon con una réplica en bronce del director de los Beatles, sentado en un banco como un buen hijo de vecino.
En un respiro de una hora, Gore Vidal accede a conversar con este diario. El más erudito escritor estadounidense de su generación y el más corrosivo crítico de la actual administración republicana, no habla, sino interpreta lo que dice. Modula la voz y aparecen George W. Bush, Eisenhower, F. D. Roosevelt, algún oscuro oficial del Pentágono y hasta el propio Gore Vidal, burlándose de todos ellos, con la ironía emboscada en un rostro que desmiente sus 81 años recién cumplidos.
Le interesa más ser recordado como historiador que como autor de ficción. Aunque sus obras fácilmente triplican su edad —en su bibliografía hay novelas, tragedias, comedias, memorias, ensayos, guiones de cine y de televisión—, su obsesión es una sola: el extravío de la República. «El principal trozo de sabiduría que aprendí de Thomas Jefferson, y este de Montesquieu, es que no se puede mantener una República y un imperio al mismo tiempo. Desde 1846, en guerra con México, somos imperialistas rapaces».
—¿Cuándo despierta la conciencia antiimperialista de Gore Vidal?
—Francamente, yo creía que nuestro esfuerzo expansionista había terminado en 1898. Que era apenas un paréntesis entre 1846 y 1898, cuando destrozamos al Imperio español y tomamos el Caribe y las Filipinas, que era lo que verdaderamente queríamos. Habíamos terminado vencedores en la Segunda Guerra Mundial. Conquistamos a Alemania y a Japón. Ocupamos ambos países —cada uno un mundo, y no simplemente una nación. Éramos los dueños del primer imperio global y se lo debíamos también a otro Roosevelt imperial, Franklin Delano, que sabía muy bien lo que hacía. Quería destruir al colonialismo europeo donde estuviera, y en compensación a sus «esfuerzos», los Estados Unidos recibían el mandato de «cuidar» a los países «liberados», como a él le encantaba decir. Eso nos metió formalmente en el negocio de Imperio.
«En Guatemala tuve una gran amistad con Mario Monteforte Toledo, escritor, vicepresidente de la nación y presidente del Parlamento de su país durante el gobierno de Juan José Arévalo. Yo vivía en Antigua y él venía de vez en cuando a verme, a mi casa. Un día me dijo: “no nos queda mucho, ¿sabes?”. “¿De qué me hablas?”, le respondí. “Tu gobierno ha decidido intervenir en Guatemala”. Y yo no daba crédito: “Oh, mira, acabamos de derrocar y tomar a Alemania y a Japón, ¿qué vamos a hacer con Guatemala? No tiene sentido. No vale la pena”. Respondió: “Sí vale la pena para la United Fruit Company, que no quiere pagar un mínimo impuesto por nuestros plátanos, que venden en el mundo entero, mientras nosotros no ganamos nada. Ella es la que controla las relaciones entre los dos países». Fue mi primera lección de política hemisférica.
«Sabía del imperialismo yanqui, pero creí que esto era una exageración de mi amigo. Mientras tenía lugar esa conversación con Mario, Henry Cabot Lodge Jr. —el hijo de Henry Cabot Lodge que había sido senador por Massachussets y uno de los más entusiastas partidarios de la conquista de Filipinas—, llamaba al Presidente (Dwight David) Eisenhower para soplarle al oído las palabras mágicas: Arévalo y su grupo en Guatemala son “comunistas” y van a ocupar las tierras de la United Fruit. La historia posterior es conocida: forzaron a Arévalo a irse y luego intervinieron, en 1954. El gobierno electo de Jacobo Arbenz, elegido por voto popular, fue derrocado por el embajador norteamericano John Peurifoy, e impusieron al general Carlos Castillo Armas. De ahí en adelante, los Estados Unidos garantizaron a sus guerreros en el gobierno y un baño de sangre a los ciudadanos guatemaltecos. Mark Twain tenía toda la razón cuando dijo, después de la intervención de los Estados Unidos en Filipinas: “las barras y las estrellas de la bandera norteamericana deberían ser reemplazadas por el símbolo de Jolly Roger, la calavera sobre dos tibias cruzadas. Llevamos la muerte a donde quiera que vamos”».
REPÚBLICA BANANERA—En su novela La Edad Oro usted asegura que Franklin Delano Roosevelt pudo haber evitado el ataque a Pearl Harbor, que sacó a los norteamericanos de su pacífico aislacionismo y decidió la entrada de los EE.UU. en la guerra. ¿Hasta qué punto eso fue así?
—Las naciones, como los individuos, tienden a seguir determinadas recetas. Si un plan que tienen en la cabeza funcionó una vez, quizá funcione de nuevo. Cada vez que un presidente es asesinado, la primera conclusión es que lo hizo un «asesino enloquecido y solitario», por pura maldad. Jamás se ofrece un por qué, una razón, un motivo. Y no lo hacen, porque quizá pudiéramos enterarnos entonces de los oscuros entretelones de la política, y al pueblo estadounidense nunca se le habla nada de política.
«Roosevelt, probablemente con la mejor voluntad del mundo, vio que Hitler era peligroso no solamente para Europa, sino a largo plazo también para los Estados Unidos. Éramos, al fin y al cabo, un poder mercantil. Comerciábamos. Con Hitler encargado de Europa la vida sería muy difícil para nosotros. En 1940, el 80 por ciento de los estadounidenses (entre ellos yo) nos oponíamos a que nuestro país se involucrara en la guerra en Europa. Pero Roosevelt tomó la ofensiva. Él fue nuestro gran Maquiavelo. Sabía, mejor que cualquier otro presidente anterior, cómo funcionaba el mundo. Estaba plenamente consciente de que el hundimiento de nuestros barcos nos había empujado a la guerra contra Alemania en 1917, pero eso no sería suficiente en 1941. Necesitaba un trauma de importancia que decidiera a los norteamericanos por la guerra. Por tanto, provocó deliberadamente a los japoneses para que nos atacaran el 7 de diciembre de 1941 en Pearl Harbor.
«Fue un plan brillante y funcionó. Los japoneses acababan de firmar un acuerdo con Alemania e Italia, la Alianza Tripartita. Si alguien atacaba a uno de los tres, los otros dos vendrían en su defensa. No era una alianza que garantizara apoyo ante planes de agresión, y Roosevelt tenía bajo un cerco a los japoneses, que habían ocupado la Manchuria, después de históricos intentos de ocupar China. Desde 4 000 millas de distancia, el Presidente norteamericano dio un ultimátum a los japoneses: salgan de China. “Si no se van de ahí, no le vendemos más chatarra y le cortamos la bencina”, en particular el combustible que Japón necesitaba para sus aviones y sus buques de guerra.
«La reacción de Japón fue lógica, dar un gran golpe que pusiera a los norteamericanos a pensar por un rato en otra cosa que no fuera China. Atacarían y hundirían la flota estadounidense en Pearl Harbor. Creían que los Estados Unidos tardarían más de un año en construir otra flotilla. Ellos podrían entonces ir hacia el sur, a Java y a Sumatra, y tomar los campos petroleros holandeses, Singapur, Malasia y todo lo que apareciera por el camino. Japón no tenía idea de la velocidad en que podíamos rearmarnos. Roosevelt sí lo sabía. Fuimos una gran potencia industrial —cosa que ya no somos. Las primeras señales de ese poder habían sido los automóviles ensamblados en línea y las plantas de acero. Podíamos hacerlo todo muy rápido. Sacamos miles de bombarderos B-17, verdaderas fortalezas volantes que ganaron la Segunda Guerra Mundial para los Estados Unidos».
—Usted fue un observador privilegiado de ese período previo a la guerra.
—Yo me crié en Washington D.C. en la época del gobierno de Roosevelt, que salió elegido cuatro veces como Presidente —toda una marca. Recuerdo los largos recesos del verano en esa edad dorada. El calor era tan grande que el gobierno entero se iba de la ciudad. No hemos tenido tanta paz y prosperidad desde que el gobierno de los Estados Unidos se iba de vacaciones. En los años 40, el desempleo se acabó. Franklin Delano Roosevelt era ambicioso e imperial pero sacó al país de la depresión económica. Todos estaban contentos por primera vez en años y el Presidente aprovechó la coyuntura para invertir 8 mil millones de dólares en el rearme de los Estados Unidos. Nos pusimos directamente en el camino de construir la más grande máquina de guerra del planeta, que luego se convirtió en nuestra maldición.
—Culpa a Harry Truman de convertir a los EE.UU. en el país totalitario que hoy es, una opinión que no parecen compartir muchos norteamericanos. George W. Bush acaba de decir, por ejemplo, que el hombre que lanzó las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki fue un buen Presidente.
—Recuerde algo: la mayoría de los norteamericanos no tienen información sobre la historia, la geografía y lo que pasa en el mundo. Roosevelt hizo todos los arreglos para que pudiéramos arrancarles las colonias a Francia, Holanda y Portugal, después de la Segunda Guerra Mundial. Los estadounidenses todavía no se han enterado de esto. Lo que saben de Truman es que era un hombre pequeñito y bonachón, que tocaba el piano. No sabía nada de nada. Detrás de él estaba un Príncipe Metternich, el secretario de Estado Dean Acheson, abogado internacional que sabía de todo. Fue él quien diseñó el estado militarizado que emergió a partir de 1949 con Harry Truman, con la CIA incluida. Todo giró en torno a un documento: el Memorando número 68 de 1950, del Consejo de Seguridad Nacional, que se mantuvo secreto hasta 1975 y resolvía estar perennemente en guerra contra alguien. Íbamos a luchar contra el comunismo donde quiera que se encontrara sobre la Tierra, aunque este no nos amenazara. Establecía de facto una guerra santa, como la que ahora tenemos contra el terrorismo y el Islam, igual de estúpida e igual de irrelevante.
«Pero fíjese qué ironías tiene la historia norteamericana. El hombre que debió haber tomado la presidencia en 1945 era Henry Wallace, un hombre opuesto a la Guerra Fría, que fue vicepresidente con Roosevelt. Sin embargo, este sustituyó a Wallace en la vicepresidencia por Harry Truman, un hombre salido de la nada, un derechista sureño de Missouri, que tomaría finalmente el poder, cuando muere Roosevelt el 12 de abril de 1945.
«De modo que terminamos con un terrible presidente al frente del gobierno. Era tan malo que lo convirtieron en un ídolo. Todos los ignorantes admiran a Harry Truman, y no saben por qué. Él terminó con la República y nos colocó en esta ola de conquista. Truman le gritaba a la gente que la Unión Soviética estaba avanzando. Que estaban a punto de tomar Grecia y que inmediatamente después iban a Italia, y entonces a Francia, y luego cruzarían el Atlántico. Escuchamos los ecos de Truman en este pequeño hombrecito de ahora, el señor Bush quien dice (imitándolo): “Tenemos que luchar contra ellos allá, o de lo contrario tendremos que combatirlos a ellos aquí...”. Y tales enemigos no tienen manera de llegar a los Estados Unidos para empezar una guerra. Pero ningún estadounidense puede poner en duda semejante delirio, sin que le pongan la etiqueta de anti-patriota o de tonto».
—«El atentado terrorista ocurrido en Oklahoma en 1995 se explica según leyes de la Física: no hay acción sin reacción». Son sus palabras. Aludía al odio que ha sembrado Estados Unidos en el mundo y en su propio país. ¿Era una profecía?
—No conectaría este hecho con lo que ocurrió el 11 de Septiembre, al menos no directamente. Sabemos ahora que Timothy McVeigh no estaba solo, que había más gente involucrada. La administración Clinton —un gobierno muy norteamericano en el mejor sentido de la palabra— redactó regulaciones dacronianas sobre el terrorismo, simplemente para exorcizar el fantasma de Timothy McVeigh. Cuando ocurrió el atentado del 11 de Septiembre, sacaron de la gaveta estos papeles y los activaron todos. Esa es la Ley Patriota, que prácticamente ha anulado todas nuestras sagradas libertades.
«Hasta un niño de cinco años podría darse cuenta de que la solución a los ataques terroristas es simplemente policial. Fuimos atacados por una mafia. No puedes tener una guerra sin un país contrincante. Trate usted de explicar esto a los estadounidenses: ni siquiera saben lo que es un país. Han logrado que el 80 por ciento de ellos todavía no se haya enterado de que Saddam Hussein no es precisamente el mejor amigo de Osama Bin Laden. Creen que funcionan como una misma persona y que ambos nos atacaron el 11 de Septiembre. Todo es una gran bobería. No había conexión ninguna entre Saddam y Bin Laden, pero Bush quería completar el trabajo de su padre y mostrar que él era el más audaz de los dos. Quería ser recordado como el “Bush de Bagdad”, algo así como un Lawrence de Arabia».
—Esta semana, una encuesta de CBS registraba que el 75 por ciento de los estadounidenses desaprueban la gestión del gobierno en Iraq, mientras bajaba a niveles históricos el índice de aceptación del Presidente. ¿Será Bush el mandatario más odiado de la historia de Estados Unidos?
—Cuando dije que no era profeta, eso no quiere decir que no puedo de vez en cuando adivinar lo que va a suceder. Los neo-conservadores —la palabra que se utilizaba antes para referirse a ellos era fascista— querían todo el poder para que la Junta de Gas y Petróleo tuviera las manos libres y así enriquecer más a sus corporaciones y manipular la Constitución, a tal punto que esta no tenga sentido. Querían el poder supremo y lo tuvieron, con otra circunstancia a su favor: nosotros elegimos un Presidente inofensivo para ellos; un verdadero tonto, literalmente un tonto.
«Si el pueblo estadounidense hubiera tenido una verdadera prensa libre y unos medios de comunicación alertas, jamás este hombre habría sido electo. Es un ser incompetente. Ya tuvimos muchos presidentes bobos, pero Bush ni siquiera sabe leer bien. Al menos en esto es representativo. Lo escuchas hablar por diez minutos y es claro que no sabe lo que está diciendo. Está desesperado tratando de seguir las líneas del teleprompter. Sin alguno de sus consejeros al lado, no puede responder preguntas.
«Desde que Woodrow Wilson dejó el despacho oval en 1921, ningún presidente ha escrito sus propios discursos. El presidente lee lo que otros escriben. A veces está de acuerdo; a veces, no. Eisenhower leía sus discursos haciendo todo un descubrimiento. Durante su primera campaña electoral, el país se quedó asombrado cuando él, a mitad del discurso, dijo: “y si resulto elegido, iré a... ¡¿Corea?!” Estaba furioso. Nadie la había comentado nada antes de aquella promesa. Pero de todas formas, fue a Corea.
«Si tuviéramos unos medios de prensa interesados en la República y no en las ganancias, la historia habría sido diferente. Hay alguna esperanza. Después de todo Albert Gore ganó la elección en el 2000 por el voto popular, con 600 000 votos más que Bush. La intervención de la Corte Suprema y el truco en el conteo de los votos falsificaron el resultado de las elecciones. Nos convertimos de la noche a la mañana en una república bananera, sin bananas que vender. Ese es nuestro mayor problema ahora».
—Recientemente, Fidel afirmó que el gobierno de Bush ha conducido a su país «a un desastre de tal magnitud que, casi con seguridad, el propio pueblo norteamericano no le permitará concluir su mandato presidencial». ¿Lo cree usted?
—No me extrañaría. La administración Bush es tan extremista y hay gente ahí con las mentes tan vacías que serían capaces de comenzar a bombardear a Rusia, a Irán..., simplemente para desviar la atención de la otra guerra y para que el gobierno no se desmorone antes de tiempo. Ellos son expertos en fabricar los pretextos para crear el pánico.
«Dos días después del 11 de Septiembre alguien en el gobierno dijo: “el problema no es si atacarán de nuevo, sino cuándo”. Ahí fue donde comenzó toda esta tontería. Cuando les recordamos que han pasado ya cinco años y no nos atacan, responden: “¡es por las precauciones que hemos tomado en los aeropuertos!” Y dicen (Gore Vidal con expresión y voz de terror): “...tampoco a nosotros nos gustan estas precauciones, porque tenemos que quitarnos los zapatos en el aeropuerto. ¡Pero son esas medidas las que nos han salvado de los ataques!” Bueno, si es así, pruébelo. “¡Es que no lo podemos probar sin revelar nuestras fuentes secretas!”, responden. Es un círculo vicioso.
«Espero que los demócratas que ahora toman posiciones de presidentes de comités legislativos, especialmente el judicial, lleven a estos generales al Congreso, los pongan bajo juramento y los hagan responder seriamente nuestras preguntas.»
—¿Qué es necesario para restaurar la República?
—Recuperar la gran advertencia de Franklin Delano Roosevelt, nuestro mejor presidente, en el discurso inaugural de su mandato, cuando el país colapsaba, el dinero escaseaba y los bancos quebraban. Él dijo (imita a Roosevelt): “We have nothing to fear but fear itself” (No tenemos nada que temer, salvo al propio miedo.) Esa es la base de nuestra República. Le diría al pueblo norteamericano: no te dejes engañar por el miedo. Hay mucha gente en los Estados Unidos que gana dinero gracias al temor. Ese es su trabajo: asustarte.
«No estoy a favor de una revolución violenta ahora, porque suelen traer lo opuesto de lo que buscaban. La Revolución francesa le dio al mundo a Napoleón Bonaparte y Luis XVI no era tan malo como él. Pero creo que en los Estados Unidos vamos a tener una debido al colapso económico.
«En estos días uno de los grandes titulares decía que el ejército le rogaba al gobierno que le diera dinero. ¡No tienen suficiente dinero para seguir haciendo el ridículo en Bagdad! Van a recaudar el dinero como sea, y no a costa de los ricos. Los ricos no tienen la obligación de pagar impuestos. Tampoco las corporaciones. Antiguamente el 50 por ciento de los ingresos de los Estados Unidos venían de los impuestos a las ganancias corporativas. Ahora pagan menos del 8 por ciento. Han liberado a todos sus amigos ricos de pagar impuestos para que hagan donaciones al Partido Republicano, con el compromiso de que éste seguirá diciendo mentiras al país y certifique que los patriotas son traidores. Ha sido un magnífico truco desde el punto de vista económico para ellos, pero un malísimo plan para nosotros, los estadounidenses. Y no nos gusta. Perdimos el Bill of Rights (Carta de los Derechos fundamentales) y la Carta Magna, en la cual se sustentaron todas nuestras libertades por más de 700 años. No, no ha sido esta ni será una época divertida».
TENEMOS UNA CRISIS DE DERECHO—En sus memorias ha contado que John Kennedy le habló de los planes de la CIA para asesinar a Fidel y que la relación con los cubanos extremistas se convirtió en una pesadilla para él y para su hermano Robert. ¿Están vinculados estos grupos en la muerte de los dos hermanos?
—Jack (John) Kennedy perdió su vida por eso. Hay evidencias de que el asesinato de Kennedy lo cometió la mafia de Nueva Orleans y que en el crimen de Dallas estuvo involucrado un hombre llamado Carlos Marcello, que también trató de matar a Bobby Kennedy. Marcello fue un capo de los casinos en La Habana, amigo de Meyer Lansky y Santos Trafficante, que manejaba la mafia en Tampa, Florida. En una grabación del FBI, Trafficante dice: «Tenemos que deshacernos de Bobby». Marcello le dijo en septiembre de 1962 al investigador privado Edward Becker que un perro continuaría mordiéndote si le cortas su cola (refiriéndose al Procurador General de la República, Robert Kennedy), mientras que si le cortas la cabeza al perro (el Presidente John Kennedy) dejaría inmediatamente de molestar. Fue la sentencia de muerte para Jack. Robert Kennedy nunca investigó la muerte de su hermano por temor a verse involucrado en turbios asuntos en los que estaban entrelazados los cubanos de Batista y la mafia.
—¿Qué influencia cree que han tenido los cubano-americanos de Miami en las decisiones del gobierno norteamericano en los últimos 40 años?
—Ellos llegaron a tener una enorme influencia en el país, y creo que esta es mucho menor ahora. Desde el principio, la Florida ha sido muy corrupta, desde los días de la Confederación. Si a eso le añades un montón de enojados seguidores de Batista, la situación allá empeoró con gente que tenía mucho dinero o se hicieron de muchísimo dinero. Se podía contar con ellos para apoyar cualquier cosa que sirviera para odiar más al Presidente Castro y para odiar lo que se estaba haciendo en la Cuba moderna.
«La Florida es un lugar perfectamente situado para que recale ahí cualquier demagogo que busque el apoyo de gente con mentalidad batistiana o de cualquiera que quiera luchar contra el comunismo. Los norteamericanos no están preparados para entender que han recibido por décadas una información distorsionada de su propio gobierno y de los medios que trabajan con el gobierno. Por eso, la Florida es uno de de los primeros lugares a donde van los candidatos a buscar votos. Es menor ahora la influencia de estos grupos extremistas, pero los neoconservadores saben que pueden contar con ellos.
«La Florida es un estado grande, un estado clave, con colegio electoral, que a veces decide las elecciones. A eso se suma la complicada maquinaria del siglo XVIII, que nos impide tener una democracia. A nuestros próceres no les gustaba la democracia. No me canso de repetir eso, y nadie me escucha, porque la prioridad es que le llevemos la “democracia” a Iraq y a todos los pobres países que la añoran».
—¿Está al tanto del caso de los cinco cubanos presos en Estados Unidos, por informar al gobierno de la Isla de planes terroristas en el sur de la Florida?
—Conozco el caso a través de los abogados, pero no por lo medios. Parece ser otra de las cosas idiotas que está haciendo nuestro gobierno. Tengo entendido que el Presidente Clinton y el Presidente Castro intercambiaron mensajes para detener a los terroristas de Miami, que habían puesto bombas en hoteles y en oficinas que enviaban turistas a la Isla. Los dos presidentes estaban de acuerdo con que esta situación debía ser detenida. Clinton le pidió al FBI que viniera a Cuba y Castro estuvo de acuerdo con eso. En vez de apresar a los terroristas, el FBI arrestó a los cubanos.
«Nos encanta encarcelar a la gente, tanto como nos gusta la pena de muerte. Es la estrella más brillante de nuestra diadema. Tenemos un país loco por la tortura, por el asesinato, por las ejecuciones, por las sentencias a cadena perpetua. Es una mentalidad perversa, que está en el trasfondo del puritanismo protestante. Todos tienen que sufrir, si han pecado. Pero si uno es rico, Dios te ama. Esa es la prueba. Si uno es pobre, no le caes bien a Dios. Esa es la prueba. Semejante forma de pensar no es saludable para nadie, y en el estado de la Florida hay muchas personas que piensan así, además de los que llegaron con Batista.
«Así que los Cinco —“The Cuban Five”, que es como se les conoce en los círculos legales de los Estados Unidos— están presos, cumpliendo cadenas que parecen eternas por haber obedecido a dos presidentes: uno de aquí, de la Isla, y otro, de Estados Unidos. Dos Presidentes que quisieron evitar que terroristas locos siguieran poniendo bombas y matando a civiles inocentes.
«La Junta que los apresó y los condenó, lo hizo sabiendo muy bien las consecuencias. La Junta de Gas y Petróleo Bush-Cheney no es tan estúpida como parece. Hace cosas malvadas, porque es así como mantiene todo bajo control. No creas que no aprendieron de las dictaduras del siglo XX. El caso de los Cinco es una prueba más de que tenemos una crisis de derecho, una crisis política y una crisis constitucional.
—Oliver Stone ha sido sancionado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos por violar el bloqueo contra Cuba. Su delito es haber viajado a la Isla para realizar sus dos documentales sobre Fidel. ¿Es constitucional este tipo de medidas?
—Por supuesto que no. Es una violación. Pero el 11 de Septiembre hubo un golpe de Estado en los EE.UU., el primero en nuestra historia. Un golpe en el cual un grupo de gente deshonesta de una Junta petrolera usurpó el poder del Estado y tiró abajo el Congreso. Es un hecho único y los detalles conformarán algún día una gran historia. Esto es algo que el pueblo no acaba de comprender, porque los norteamericanos tienen una mentalidad muy simple: lo que no conocen o no han visto previamente, no existe. Bueno, lo viven ahora in situ, pero lo descubrirán algún día como arqueólogos y no será nada agradable. Las sanciones contra los norteamericanos que quieren una relación normal con Cuba son hijas de estas circunstancias. Pero Oliver Stone —y cualquier otro ciudadano norteamericano— tiene todo el derecho de hacer cualquier película que quiera en cualquier circunstancia, mientras no haya violado ninguna ley. Es su derecho constitucional. Él no ha violado la ley. Lo que ocurre es que a la Junta no le gusta lo que él hace: ¡oh, my goodness! (¡Oh, Dios mío!)
—¿Teme que pueda haber alguna represalia contra usted?
—Suelo estar preparado para que no guste nada de lo que haga, diga o escriba sobre ese gobierno.
—Lleva usted varios días en La Habana. ¿Es Cuba la Isla satánica que la prensa y los políticos muestran a los norteamericanos?
—¿Estás loca? ¡No! Nos dicen siempre que los cubanos detestan estar aquí. Que todos se mueren de hambre. Sacan esos cuentos que dicen que los hospitales son terribles y que nadie acude a ellos. Que los cubanos que se enferman van a la clínica Mayo en Estados Unidos. No hay mentira que nuestro gobierno no nos cuente cuando habla de Cuba. En Estados Unidos, la mentira es la lengua franca de la nación.
«¿Sabe por qué voy a la televisión? Porque siento que habrá alguien que me vea y me escuche y al que le puedo hablar de lo que he visto, sin intermediarios tendenciosos. Puedo hablarles, por ejemplo, de los maravillosos planes médicos de Cuba. Visité una escuela de medicina, que se dedica a preparar médicos de muchos países para que brinden servicios comunitarios a los pobres, algo que el sistema estadounidense odia. La Medicina en Estados Unidos se aprende para agarrar todo el dinero que puedas y fugarte a Tahití, o a otro lugar de vacaciones, y olvidarte de la gente que sufre.
«Estuve conversando con 8 o 9 norteamericanos de Nueva York y Massachussets, que estudian Medicina en Cuba. Les pregunté si la preparación que recibían era tan buena como me habían dicho, y me respondieron que sí, que es mejor que cualquiera que pudieran obtener en EE.UU. ¿Por qué no hacemos nosotros lo mismo por nuestra gente y por la salud de otros pueblos? Los médicos cubanos están en los lugares más olvidados, desde África hasta la jungla amazónica. Solamente si reponemos la Constitución, podríamos tener un país con aspiraciones y con éxitos como los de Cuba. No crea que no me siento celoso como norteamericano con lo que he visto en Cuba. Yo soy un gran patriota y tengo celos».
—¿Volverá?
—Jamás hago predicciones.
(Traducción: Margarita Alarcón)