Carlos Prío Socarrás. Autor: LAZ Publicado: 21/09/2017 | 05:19 pm
¿Fue un atentado o un accidente? ¿Se le disparó de manera casual el arma que solía portar para su defensa? ¿Figuraba su nombre en una lista de líderes del exilio cubano que debían ser eliminados? ¿Por qué, tratándose de un suicidio, ese disparo en el pecho y no en la cabeza? Treinta y cinco años después de su muerte, no hay que darle muchas vueltas al asunto. «El doctor Carlos Prío Socarrás se suicidó; lo confesó antes de morir», comunicó a la prensa Edgar Ávila, oficial de la Policía de la ciudad de Miami Beach, que investigó el caso y fue una de las dos últimas personas que conversó con el llamado Presidente Cordial, derrocado el 10 de marzo de 1952 por el golpe de Estado batistiano.
Se imponía así en el ánimo de la opinión pública la versión del suicidio. Fue un solo tiro, aislado y seco, y no los cuatro disparos de los que habló la radio en un primer momento. Quedaban en suspenso, sin embargo, los motivos que llevaron a un hombre reflexivo y de excelente humor a tomar una determinación tan drástica. «No me cabe en la cabeza que se haya suicidado», comentó a la prensa un amigo. Y ese fue el sentir generalizado entre los que lo conocieron y trataron, quienes no cesaban de preguntarse por qué se había privado de la vida.
Sin respuesta
Nadie parecía tener una respuesta satisfactoria. Mary Tarrero guardó un silencio hermético, aunque reconoció que su esposo no estaba preocupado por amenaza de muerte alguna. Antonio no quiso referirse a lo que conversó con su hermano poco antes del suceso. María Elena comentó que su padre estaba muy disgustado con «los cambios de la política entre Estados Unidos y Cuba», y que —era la época de Carter— consideraba favorables al Gobierno de La Habana. Por eso, aseveró Mariam, otra de sus hijas, «mi padre murió sufriendo mucho». «Se sentía frustrado y desilusionado», expresó Orlando Manrique, militante de la Organización Auténtica y uno de los asaltantes del Palacio Presidencial de La Habana, en 1957. El médico personal descartó la presencia de una enfermedad incurable; «tenía una buena salud a sus 74 años». El ex coronel Rafael Izquierdo, su ayudante de toda la vida, dijo que si Prío hubiera tenido motivos para matarse, él lo hubiese sabido. «Yo lo conocía lo suficiente como para preocuparme si hubiera notado algo», precisó. Descartó enseguida problemas de familia y apuntó que sus dificultades económicas no eran para llevarlo al suicidio.
Pero lo cierto es que el ex presidente estaba arruinado. Años antes, en 1958, había partido su fortuna a la mitad con su esposa para invertir lo suyo en Puerto Rico y la República Dominicana, en lo esencial en el giro de los bienes raíces. Prío tuvo fama siempre de ser un inversionista hábil, pero sus negocios fracasaron y es muy probable, se dice, que fuera víctima del engaño de alguno de sus socios. «Necesitaba para gastos personales y compromisos unos diez mil dólares mensuales, y no tenía esos ingresos. Ya no le quedaban propiedades ni efectivo», aseguró una fuente vinculada a los intereses del ex presidente en Puerto Rico.
Sentimental en extremo
En los días posteriores al suicidio, se dijo que Carlos Prío podía haber revelado el secreto de su decisión en la carta que dejó en poder de un abogado con instrucciones precisas de que, tras su muerte, entregase el documento a su familia. No faltan los que aseguran que se trataba de un sobre sellado que, por instrucciones del ex mandatario, debía ser abierto cinco días después de hacerse público su testamento.
¿Existió realmente esa carta? ¿Explica en verdad los motivos del suicidio? Nada se supo en concreto entonces y nada se sabe ahora, 35 años después del suceso. Tal como afirmó el coronel Izquierdo, Prío «se llevó el secreto a la tumba».
Queda en el aire entonces una sensación de profunda incertidumbre. Muchos de sus amigos y seguidores no concebían el suicidio en un hombre curtido en la lucha política. Pero tenía, dicen otros, un temperamento sentimental en extremo y no resulta extraña su muerte en esas condiciones. Para Max Lesnik, su leal adversario desde los días de la ortodoxia en Cuba, el hecho fue una sorpresa, a la que no podía hallársele una explicación racional. Dijo el entonces director de la revista Réplica, de Miami:
«No vamos a buscar explicaciones racionales sobre la decisión de Carlos Prío de quitarse la vida. Lo cierto es que para quienes lo conocíamos bien su muerte por suicidio fue una sorpresa. Su carácter jovial, su alegría permanente y su sonrisa cordial no acusaban posibles tendencias suicidas. Y sin embargo lo hizo».
Esta es la historia.
Un 38 de cañón corto
Como todas las mañanas, Prío se levantó temprano aquel 5 de abril de 1977 y comenzó con sus actividades de rutina. La familia aún dormía y, como todos los días, el ex presidente, en ropa de dormir y zapatillas, salió al jardín de la lujosa residencia marcada con el número 5070 de Alton Road, en Miami Beach, y caminó sobre el césped a fin de recoger el periódico en la puerta de entrada. Lo leería, como de costumbre, junto a la piscina.
A las 8:05 el jardinero de la casa vecina escuchó una detonación que identificó claramente como un disparo y su eco se hizo perceptible para una señora que esperaba el ómnibus. La familia, aislada en el aire acondicionado, no sintió nada. Salió el jardinero a la calle para avisar a la Policía justo en el momento en que un patrullero pasaba frente a la mansión. A las 8:11 arribaba el equipo de rescate del departamento de bomberos y asistencia médica de la ciudad, que había sido avisado por radio. En la ambulancia prestaba servicio un médico cubano que supo de inmediato que el herido era Prío Socarrás. Estaba tirado en una silla de extensión de aluminio y plástico. La sangre brotaba de dos orificios del tórax y corría por el piso de cemento del garaje de la residencia, utilizado como cuarto de utilerías. A su lado, sus zapatillas y un revólver 38 de cañón corto.
A las preguntas del doctor Vázquez López, respondió Prío que había intentado suicidarse y negó que alguien le disparara, y se encogió de hombros cuando el médico inquirió los motivos de su acto. Dijo que tenía mucho dolor, y Vázquez López aplicó la mascarilla de oxígeno. El oficial Ávila, también cubano, quiso hacerle las mismas preguntas, solo que ahora el herido las respondió con movimientos negativos y afirmativos. Confirmó el intento de suicidio y dio a entender que ya no sentía dolor. Había entrado en shock.
La ambulancia partió veloz hacia el cercano hospital de Mount Sinai, donde ya aguardaba un equipo quirúrgico. Llegó vivo al centro médico. Durante más de una hora tres cirujanos trataron de salvarlo. A las 9:30 de la mañana Carlos Prío Socarrás, ex presidente de la República de Cuba, era cadáver.
Versión de versiones
Rafael Rubio Padilla, tal vez el más cercano amigo del ex mandatario, nunca creyó en la versión del suicidio, dice a este escribidor el banquero Bernardo Benes, muy próximo asimismo a Carlos Prío. Quizá expresó este su intención de suicidarse, alguien quiso evitarlo, hubo un forcejeo y una bala escapó sin que nadie pudiera impedirlo. Me dice una destacada académica cubana radicada en la Florida: Debe haber sido un accidente, porque un Presidente no se suicida en piyama y en chancletas. El abogado Alfredo G. Durán, casado entonces con María Elena Prío, comenta que, a diferencia de lo que dijo la prensa entonces, el ex presidente logró hablar con su hija. Nos telefoneó sobre las dos de la mañana y conversó primero conmigo y luego con ella durante largo rato. Prío era un hombre muy presumido. Por eso, en sus momentos postreros, no se apunta a la cabeza para no desfigurarse el rostro, sino al tórax, añade Durán. También apuntó al tórax Eduardo Chibás, el encarnizado enemigo de Carlos Prío, en la noche del aldabonazo fatal. ¿Repararía en ese detalle el suicida de Alton Road?
Una versión más viene del fondo de los 35 años transcurridos desde la muerte de Carlos Prío. Con Celita, la hermana del pianista René Touzet —el compositor de Anoche aprendí y No te importe saber— Prío tuvo dos hijos, que reconoció, cosa que Mary, que vivía enamoradísima de su esposo, jamás le perdonó. Hizo un seguro de vida a favor de esos muchachos, y ya en abril del 77 vio que no tenía posibilidades de abonar el pago correspondiente. Pidió el dinero a su hermano Antonio y este le dijo que lo pidiera a Mary, porque, en definitiva, era un dinero que era suyo. La negativa de su esposa lo puso entre la espada y la pared y lo llevó a una determinación irrecusable.
En la casa mortuoria, contó un testigo presencial a este cronista, los Prío y los Tarrero, más que tales, parecían Montescos y Capuletos. El ataúd estaba cubierto con la bandera cubana y tenía cerca una imagen de bulto de la Caridad del Cobre. Miles de personas acudieron a despedirlo al cementerio de Woodlawn Park, donde, por esas ironías de la vida, su sepultura se halla próxima al nicho que guarda los restos de Gerardo Machado, a cuya dictadura Prío contribuyó a derrocar.
Mientras lo inhumaban se dejó oír la voz de René Cabel, el Tenor de las Antillas. Interpretaba Peregrina, de Ricardo Palmerín, la canción preferida del ex mandatario. Tierra cubana, llevada expresamente de la Isla, regó el panteón del Presidente Cordial.